Vivimos en un mundo donde cada día cambian las apreciaciones de nuestro entorno y nuestras generaciones futuras arrinconan o no poseen referencias de aptitudes que les guíen y orienten en un camino que por difícil, nuestros abuelos, padres y nosotros mismos ya hemos recorrido.
Desde muy niño, donde mis recuerdos alcanzan, tengo la percepción de orientar mi vida hacia lo que hoy es, refiriéndome a mi carrera de veterinario, y dentro de esta mi profesión, que amo con todo mi ser, intento día a día esforzarme en aprender más y más. Dentro de este trabajo, son numerosas las ocasiones que por diversos motivos desarrollo alguna charla o conferencia referente a las salidas profesionales que este oficio tiene, en universidades, institutos y otros foros. Y desde hace un tiempo a esta parte, observo con cierta desazón que las dos actividades que hoy en día centran mi ocio y en parte mi ejercicio profesional, no reciben ni el calor, ni el afecto de la juventud a la que me dirijo. Son la actividad cinegética y los espectáculos taurinos, sin duda, dos ejercicios, que hoy en día se podrían catalogar, como políticamente incorrectos.
De manera reiterativa, se me formula, al final de mis intervenciones, y a veces en mi entorno más cercano una pregunta, que por más que se me haga, me sorprende y en cierto grado me asalta, ¿Y siendo veterinario, te gusta la caza? Responder a esta pregunta, me ha quitado en numerosas ocasiones el sueño y por desgracia en otras hasta el apetito.
Amar a los animales, es sin duda un comportamiento, muy de nuestros días, y el mundo urbanita que hoy en día predomina, admira y toma como referencia el amor, a veces desmedido y casi siempre mal valorado, a los animales. Nuestro entorno diario ve cómo, según avanza nuestro poder económico y adquisitivo, nos rodearnos de más número de mascotas y animales exóticos, y se revela no sólo como una moda sino como una necesidad de nuestro subconsciente, el mantener a la naturaleza cerca de nosotros y hacerla tan nuestra como si de un ser humano más se tratara. Quizás como un fiel reflejo del entorno al que pertenecemos.
Pero en cambio, observamos un incorrecto comportamiento, aquel que mantiene y desarrolla, un nivel de asimilación entre el mundo animal y nuestra humanidad más cercana. Cada vez más humanizamos los comportamientos animales, dotándolos de adjetivos y caracteres solo atribuibles a la especie humana. Los animales lloran, están tristes, sienten este agravio, son conscientes de este daño, son frases que sin duda oímos en nuestro entorno cuando se habla de los animales y más aun cuando se relacionan con nuestra actividad cinegética. Pero, todos ellos, olvidan algo esencial, son animales con todo lo que ello implica.
Amar los animales no es dotarlos de sentimientos humanos y, mucho menos, humanizarlos con respuestas humanas a situaciones reales, como si de personas se tratara. Amarlos es saber y conocer sus comportamientos, querer, respetar y mantener su entorno y lo más importante saber que son animales y tratarles, manejarles, críales y aprovecharles con el respeto y la dedicación que su ser les merece. La muerte es sobre todo el final de la vida y como tal ha de ser un fiel reflejo de la existencia, y en especial atención cuando es una vida formada en la propia naturaleza, siendo esta integración la que hace merecedora de la muerte que tiene y que de forma asimilada han experimentado en todo su medio. Pocos son los que hoy en día me hacen la pregunta y han pasado noches de frío invierno, en la soledad de una encina, oyendo los ruidos de la noche y sobresaltados por el simple roce de unas piedras, han gozado de la simple visión de una piara de guarros, conociendo en su interior que el joven jabato que hoy vemos es el navajero que nuestro corazón añora. Son desconocedores los que preguntan con tanto ahínco, del recreo de la visión de una hembra rodeada de su fruto anual y la respetan como creación de un futuro trofeo, mientras permanecemos en plena quietud, siendo la cena estival de un enjambre de insectos. Y menos aun conocen que este esfuerzo cinegético es, en la mayoría de las ocasiones, la fuente de ingresos para el mantenimiento de ecosistemas sostenibles, en entornos donde sin otro aprovechamiento hubiera o por desgracia lo son, pastos de otras desgracias más incendiarias y sin duda alguna mucho más dañinas.
Amar a los animales es confundirse con su entorno, luchando en su mismo ambiente, sin artilugios que confundan a los sentidos y acatando los ciclos vitales de nuestros inseparables compañeros de caza. Respetando los periodos de caza sin ampliaciones irreales, no adelantando los inicios de temporada por intereses crematísticos, sin emplear artefactos que desnivelan la balanza de la caza (coches como puestos, reclamos químicos, etc..) y, por encima de todo, desterrando definitivamente a los “gatilleros”, definiéndose como tales, aquellos mal llamados cazadores que en cualquier momento y ocasión hacen verdadero honor a su sobrenombre, cuando abaten hembras gestantes, lactantes o en edad fértil, jóvenes machos sin formar e incluso retoños de futuros trofeos en un tapiz presente poco honorífico y forjador de un futuro desazonador.
Amar a los animales es verlos, disfrutarlos y buscarlos en su hábitat, enfrentarse a ellos, en donde el porcentaje de error dependa solo y exclusivamente de la veteranía y experiencia de cada uno, gozando del lance en si mismo como paisaje de un entorno, en donde el trofeo es solamente el recuerdo permanente de este encuentro. Amar los animales es el regusto de la adrenalina de nuestro organismo cuando oímos romper el monte y sentimos igual satisfacción al encarar en nuestra cruceta un buen trofeo como cuando bajando nuestra arma, vemos alejarse una hembra y su fruto joven, o un macho con buen futuro en un deseo interior de que en un tiempo no muy lejano será deseo de nuestros sueños venatorios.
Amar los animales es respetar nuestras tradiciones, tal y como nos las trasmitieron nuestros padres y abuelos, aprender cada día lo que nuestros fracasos nos enseñan y especialmente tener presente siempre aquel viejo lema que reza “nosotros estamos de alquiler en este planeta y por tanto debemos de cuidarlo para que de él disfruten nuestros futuros inquilinos”. Mantener los medios, olvidar las competiciones egoístas y banales, y gozar del hecho, más que del resultado, debían de formar parte de los mandamientos de todo amante de los animales y por tanto de la caza.
Amar la caza es, sobre todo, amar a los animales, saber que su caza es un proceso y no solo un resultado, que cazar no es colgar en una pared el anatómico resultado del transcurso de una jornada sino el asumir en nuestro bagaje la experiencia de un encuentro y conocer que pertenecemos a un medio al que por mucho que la modernización y el progreso quiera modificar, siempre estaremos unidos por un vinculo indeleble forjado por nuestro propio pasado.
Por ultimo, a modo de respuesta final, soy veterinario y me gusta la caza, por que sé quien y qué soy, y amo los animales por que sé donde estoy, porque he visto su mirada directa ante la vida y la muerte. Porque me han llenado de sentimientos, su nacimiento y su sacrificio. Por que conozco su amanecer radiante de luces y su atardecer de sombras y ruidos. Porque forman parte de mí y de los míos, y quizás porque sé su verdadero secreto y tesoro, son animales.