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Cazando pavos en Colorado

Para mis amigos, Lloyd Brown y Thomas Saldías, grandes cazadores

Por fin logré hacer mi tan ansiado viaje a Denver a encontrarme con Thomas, gran amigo peruano y director regional de la National Wild Turkey Federation (NWTF) de Colorado. Con él habíamos planeado hacerle una visita a Lloyd Brown, un gran y experimentado cazador de este estado, ya que tiene en su haber tres leones, leopardo, búfalo, un corzo medalla de oro, urogallo de Kamchatka y ha cazado en lugares tan distantes como África, Belice, Europa o Nueva Zelanda. Por supuesto, tiene gran parte de la fauna local obtenida con rifle y arco, mérito mayor aun, ya que los trofeos que luce en su pabellón de caza son de medidas muy importantes.

 

Salimos de Denver a las 4.30 am, Thomas me pasó a buscar al hotel y llegamos a la oficina de Lloyd en la ciudad de Lamar, en el condado Prowers. Tras un espectacular viaje de unas cuatro horas aproximadamente desde Denver, donde ya pudimos ir apreciando la fauna de este bello y ‘megadiverso’ país, encontrando al lado del camino antílopes y algunos cola blanca. Lloyd tiene la agencia más importante de seguros de la región y le entregamos algunas antigüedades, que trajimos para él, ya que compartimos esa afición por la arqueología. Me mostró algunas fotos de pinturas rupestres de la zona, algunas de las cuales se encuentran en su propiedad, pero me fue imposible prestarle atención, ya que mis preguntas se dirigieron, naturalmente, sobre sus magníficos trofeos. Ver a un gran cazador, camuflado con un terno y disfraz de ejecutivo en una bella y gran oficina no me pudieron engañar; Lloyd hizo las llamadas de coordinación y nos envió a buscar las licencias y encontrarnos luego. A pesar de ser un día entre semana, dejó de lado todas sus ocupaciones por acompañarnos y salir a dar una vuelta.

Tras un pequeño incidente que Thomas pudo solucionar con mucha calma con el funcionario a cargo de la venta de mi licencia, confusión originada en la forma de poner las fechas aquí y en mi país, salimos raudos en busca de Lloyd, que ya nos estaba esperando. Lo fuimos siguiendo rumbo a su rancho, en medio de la gran planicie americana, y no tardó dos minutos en salir con todos los pertrechos necesarios para nuestra partida, muchos de los cuales ya estaban en su camioneta de caza, tales como señuelos, víveres, llamadores, etc. Esta vez llegó con el atuendo verdadero, el del gran cazador que es, sabía que en esa oficina y con ese disfraz de ejecutivo no eran suficientes para ocultar su verdadera forma de vivir cazando. El estado de Colorado posee poblaciones de dos especies de pavos silvestres, el Meleagris gallopavo intermedia, comúnmente llamados “rio” y el Meleagris gallopavo merriami o “merriams” que habitan en la zona montañosa. La zona que visitaríamos tenía poblaciones de “rios”.

Empezamos el recorrido gracias a los datos obtenidos con las amistades de nuestro anfitrión en los ranchos vecinos a su propiedad, vimos más antílopes, algunos ciervos mula y, de nuestros amigos los pavos, ni noticias, pero como aproximadamente a las 10:30 de la mañana, vimos por fin a nuestra ansiada presa. Estratégicamente nos bajamos Thomas y yo en un monte que bordeaba una pequeña quebrada. El pavo y su pareja gritaron asustados por el vehículo, pero, como nos bajamos del lado contrario, no desconfiaron. Lloyd siguió por el camino y se estacionó a unos 300 metros para ver y disfrutar el lance. Todo fue muy rápido y sin las coordinaciones y explicaciones previas necesarias, por lo cual cometí varios errores: salí sin guantes, a pesar de tener una máscara, no me puse el gorro y menos aún recibí las explicaciones del caso. A pesar de no ser mi primera cacería de pavos, cuando años atrás los cacé en Kansas, el terreno era muy diferente, más boscoso y los reclamos se hicieron en medio de la floresta, con las respuestas de los machos indicando su posición a cada momento. La densidad era muy diferente aquí, en terrenos con poca cobertura y grandes planicies, la cantidad es menor y hay pocos lugares donde esconderse. 

El astuto “Pancho”

Pero, volvamos a lo nuestro, cuando menos me di cuenta, Thomas, de un lugar distante a unos 15 metros de mí, empezó a hacer sonar el reclamo que imita el llamado de una hembra. No tuvimos tiempo de instalar el señuelo y yo, sin comunicación directa con Thomas, supuse, como en aquella ocasión en Kansas, que nuestro amigo “Pancho” (que así llamaremos a nuestro pavo desde ahora), llegaría gritando y sacando pecho, recorriendo los 150 metros que nos separaban de él. Me pareció extraño no volverlo a escuchar y, conociendo de su gran desconfianza contra las personas y cosas extrañas, no quise ni asomar la nariz a ver por dónde venía “Panchito”. Sólo me percaté que era un gran animal con una protuberante “barba”, que es el mechón de plumas en forma de cerdas que les crece en el pecho y que indican la edad de nuestra presa y la calidad del trofeo. Al girarme a ver a Thomas, me hizo señales desesperadas señalándome un lugar al frente de mí. Me asomé poco a poco a mirar y dirigí mi vista al lugar donde lo vi la última vez, pero el limpión por donde tenía que cruzar, “Pancho” lo evitó, primero, cruzando por un lugar un poco más enmalezado y, luego, dirigiéndose raudamente hacia la nueva candidata de su haren (Thomas y su llamador). Al no verla, lo hizo silenciosamente y eso me desconcertó. Thomas había hecho perfectamente su trabajo de engañar a “Pancho” y me lo trajo a 20 metros de distancia sin que lograra verlo. Lloyd, maldiciendo desde la camioneta, vio toda la jugada y la calidad de nuestro rival: “Pancho” era una bestia enorme y barbuda. Había desaparecido rauda, silenciosamente y sin dejarse ver, tal como llegó. Thomas me quería matar por la oportunidad perdida y yo no le creía que el pavo hubiera cruzado primero y escapado después, prácticamente en mis narices…

Pude comprobar que esto era cierto al regresar Lloyd por nosotros. ¡Me quería matar!, nos dimos cuenta que no estábamos ante cualquier rival, “Pancho” era un viejo conocido en la región, famoso por evitar los engaños y escapar de sus perseguidores en una vasta zona en los alrededores de nuestra posición. Nuestro anfitrión pensó acertadamente que sería imposible intentarlo de nuevo sin dejar pasar un buen tiempo. Un trabajador del rancho nos comentó que una vez lo vio pateando y peleando contra algo, y al acercarse vio que un coyote había matado a una hembra de “Pancho” y éste, furibundo y molesto, lo enfrentó y de un solo patadón lo noqueó y siguió lastimándolo con sus largos espolones hasta darle muerte. Una vez lo veían en una determinada región preparaban todo para darle caza y aparecía en otra muy distante, era casi una leyenda, todos lo habían visto en más de una ocasión, incluso le habían metido algunos tiros, pero parecía invencible… El nerviosismo o la impaciencia hicieron fallar los tiros y todos comentaban sus encuentros con “Pancho”.

Segunda intentona

Salimos cabizbajos y yo muy apenado por la falta de experiencia y coordinación con mis anfitriones y guías, les conté mi cacería anterior y lo que esperaba del lance y comprendieron mi equivocación. Subimos a la camioneta a seguir buscando y, rápidamente, vimos a “Pancho” a lo lejos en el rumbo por el que huyó. Una posibilidad era acortar distancias en el vehículo y hasta dispararle desde ahí, cosa a la que todos nos opusimos, pues lo lindo de esta cacería es engañar al rival y atraerlo hasta nuestro rango de tiro. Con un rifle sería una cosa muy sencilla cazar pavos. Convencí a ambos de intentarlo de nuevo, ya que no hicimos ningún tiro. Lloyd nos dejó ubicados y se apartó nuevamente a seguir el desenlace de la jornada a una distancia prudente y fuera de nuestra vista. Esta vez, con mayor coordinación, nos ocultamos en un lugar por el que aparentemente vendría “Pancho”, le instalamos el señuelo, una nueva y virginal novia disecada  de su misma especie. Thomas la ubicó enfrente mío y se ocultó a unos metros, y esta vez sí bajé mis guantes, gorro, me saqué el reloj y me preparé de la mejor manera para la batalla. Dejé que las hormigas y los mosquitos se alimentaran de mí con tal de no moverme ni un milímetro, ni una pestaña que delatara mi posición, me dolía el culo, se me acalambraban los brazos, pero lo escuchaba cada vez más cerca, Thomas era un experto. Inició el reclamo que fue respondido en sendas oportunidades a la distancia. ¡Ya lo podíamos oír!, venía en nuestra dirección, Lloyd parecía que se había equivocado. Como a unos cien metros, “Pancho” se detuvo en seco y dudó, se quedó mirando fijamente a su nueva conquista y seguramente notó que la novia no se movía, no comía, no le respondía a sus coqueteos sino con la “voz” que Thomas hábilmente reproducía desde la maleza colindante. No sé por qué en mi país les dicen “pavo” a aquellas personas que se les quiere insultar y tildar de brutas, poco inteligentes, estúpido es un sinónimo bastante aceptable. Decirle “pavo” a alguien debería ser un halago.

Luego de un silencio prolongado, escuchamos el motor de la camioneta, “Pancho” no acudió al engaño, su fama ganada a lo largo de los años no era gratuita, su desconfianza lo había salvado de nuevo. Simplemente, había desaparecido.

En la reserva comanche Natural Grassland

Recogimos los bártulos y partimos de nuevo. Lloyd nos dijo que nos llevaría a un lugar distante, pero “fijo”, al límite del estado de Colorado con Oklahoma, donde se encuentra la reserva comanche Natural Grassland, un bellísimo lugar en el que la gran planicie se ve cortada por pequeñas y rocosas quebradas, con más agua, arboladas, un paraíso de los cazadores, habitan aquí la fauna más representativa de la región, no sólo los pavos, de los que vimos bastantes rastros, también hay aquí vimos rastros de osos, ciervos mula, venados cola blanca, puma y tuvimos la gran suerte de ver una pequeña manada de cuatro o cinco individuos del carnero cimarron (Rocky Mountain Big Horn Sheep) a los cuales les sacamos un montón de fotos, tarea pendiente venir por uno de estos esquivos animales. Pero pavos, nada. Pese a los grandes esfuerzos de Lloyd y Thomas y a la presencia y alimento de los pavos, no vimos ni escuchamos a uno solo. Estuvimos campeando todo los que nos quedaba del día, encontrando los lugares cada vez más bellos y aparentes. A pesar de lo remoto del lugar y las maravillosas condiciones climáticas que nos tocaron, de los pavos, ¡nada!

La suerte cambia

A “Pancho” lo tenía entre ceja y ceja, sobre todo por la manera en que se me fue de las manos en nuestro primer encuentro. Para mí la oportunidad perdida era todo, conocer estos maravillosos lugares, estos encuentros fortuitos con especies que hasta antes eran conocidas por mi sólo en foto o vídeo era ya un éxito total y rotundo, y así se los hice saber a mis anfitriones. El éxito estaba garantizado por el solo hecho de conocer a Lloyd y el ambiente en el que vive y caza, cazar un pavo pasó a ser algo secundario, estábamos cazando y con presa o sin ella, ya mi cacería había sido maravillosa. Iniciamos el regreso por un corte de camino que Lloyd conoce y fuimos viendo más antílopes y la diversa fauna el lugar, cazamos un perrito de las praderas, animal emblemático y muy lindo de cazar, vimos algunas ardillas, aves, en fin, simplemente disfrutando del lugar y la compañía. Fue cuando Lloyd y Thomas decidieron darle otra miradita a “Pancho”, yo ya estaba preocupado por la larga jornada de manejo que nos faltaba para regresar, Thomas debía viajar al día siguiente y era imposible pensar en quedarnos un día más. Pero los territorios de “Pancho” estaban cerca del rancho y eran paso obligado, no perdíamos nada y luego de rodear la montaña sagrada (Two Buttes Mountain) en los predios de Lloyd, llegamos a la zona “caliente”. 

Temprano lo vimos a “Pancho” saliendo de su dormidero, Lloyd pensó, sin equivocarse que “Pancho” tendría que estar por volver y empezamos a buscarlo a la distancia y con los prismáticos. Lo vimos como a las cinco de la tarde, la distancia era mucha, pero tendría que llegar a sus aposentos a descansar, escondimos la camioneta y partimos los tres ocultándonos entre los pocos árboles, plantamos el señuelo y empezó el llamado de “la novia”. Esta vez eran dos, Thomas y Lloyd, los que alternadamente imitaban a la perfección el llamado al nuevo galán. Pero “Pancho” no era un novio fácil, vino acercándose lentamente y sin compañía, desplegando todo su plumaje y emitiendo su llamado característico. Lo teníamos ya a unos 150 metros o más y se detuvo, nos observaba sin moverse y miraba fijamente en nuestra dirección o la del señuelo y los llamados. No estoy seguro si nos vio o no, pero se detuvo al lado de un monte que se formó en un cerco de alambre y desapareció. Yo, justo lo vi en el momento que acomodó las alas y bajó el cuello, y luego de algunas deliberaciones, les hice saber a mis acompañantes que yo lo vi echarse y seguía en el mismo lugar. Lloyd hizo un nuevo llamado y “Pancho” delató su presencia simplemente estirando el cuello, pero fue suficiente, todos lo vimos. Se encontraba al lado contrario de una pequeña quebrada en la que nos encontrábamos nosotros, aparentemente había decido pasar la noche fuera de casa o fue obligado por las circunstancias. Eran las seis de la tarde y se nos iba la luz, dejé a mis anfitriones y guías en el lugar distrayendo a “Pancho” y yo retrocediendo detrás de los árboles, me retire e hice un rodeo que me tomó como media hora, me acerqué por su espalda, mientras mis amigos lo distrajeron, acorté la distancia, pero no lo veía, me confundí de lugar y Lloyd ya me indicaba a la derecha, luego a la izquierda hasta que o me escuchó o presintió algo y Pancho se paró de improviso y lo vi. 

Dudé un segundo porque su figura se ocultaba por la maleza, se quedó estático para no delatar su posición, pero ya era tarde, lo apunté a una distancia de unos 40 metros exactamente al cuello y las 30 pulgadas de la Browning con full choke y el cartucho Federal Magnum hicieron su trabajo de manera magnífica. “Pancho” era mío, murió noblemente ante un vil engaño, le jugué sucio y le llegué por donde menos me esperaba. Pesó 28 libras y el largo de la barba alcanzó los 30 centímetros, las espuelas casi pulgada y media. Todos compartimos la alegría ante el formidable trofeo obtenido. Lloyd afirma que es el pavo más grande que jamás ha visto y trataremos de homologarlo como el récord del estado. Cosa curiosa, tenía además de la barba principal, cuatro mechones más, que aunque notoriamente más pequeños, hacen de este un trofeo magnífico y excepcional.

¡Gracias Lloyd, gracias Thomas!

Por Luis Castillo V., presidente de la Asociación Cinegética del Perú (ASOCIPE)

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