Tras concluir una temporada de caza menor irregular, casi exclusivamente salvada por el conejo en muchos cotos, donde perdices o liebres siguen estando en una situación crítica y difícilmente reversible, al menos a corto plazo. A su vez, las migratorias han retrasado sus entradas a causa de las anómalas condiciones meteorológicas presentes en buena parte de Europa durante el otoño y principios del invierno.
Una vez más, por tanto, tenemos que elevar a la categoría de protagonista a una especie pocas veces considerada como se merece y casi siempre tratada como secundaria en lo cinegético e, incluso, dañina por su capacidad para provocar conflictos con los agricultores.
La perdiz roja es, sin duda, la reina de la caza menor en España y la liebre, la especie clave para los galgueros, mientras que el conejo, salvo en contadas excepciones, no tiene ese carácter emblemático que por méritos propios debería recibir.
Por el lugar que ocupa en la cadena trófica, además de ser capaz de salvar muchos días de caza en temporadas como la que termina, sirve como neutralizador de una buena parte de la presión de predación que, en su ausencia, se centraría fundamentalmente sobre otras especies, como la perdiz roja, complicando aún más su conservación y, por tanto, su aprovechamiento cinegético.
El conejo de monte ha sido, además, protagonista de muchos hitos importantes de la historia de España desde su propio origen, puesto que es sabido, por ejemplo, que el nombre de nuestro país procede de un término en latín derivado desde un vocablo fenicio que significaba «tierra de conejos». Sin ir tan lejos, hace tan sólo unas décadas, la especie supuso un sustento casi único para muchas familias de la España rural de la postguerra gracias a su abundancia.
¿Cuál es la situación actual del conejo?
Lejos de esa abundancia mencionada en el párrafo anterior, el conejo de monte se encuentra en una situación irregular en la península Ibérica. Hay zonas que cuentan con poblaciones que siguen causando importantes daños en la agricultura y requieren de esfuerzos intensos para su control, mientras que en territorios históricamente conejeros la especie se encuentra al borde de la desaparición, a pesar de los muchos intentos de cazadores y gestores por lograr su recuperación, pasando por zonas en las que las poblaciones son estables sin apenas cambios notables.
“Las causas de esta marcada regresión son dos fundamentalmente. Por un lado, las enfermedades víricas, mixomatosis, primero, enfermedad hemorrágica, después, y la nueva variante de la enfermedad hemorrágica“
Este desequilibrio cuenta con numerosas causas, todas ellas partícipes, de uno u otro modo, que analizaremos someramente a continuación:
•Poblaciones causantes de daños: están presentes en lugares en las que las condiciones ambientales son favorables, con ausencia de climas extremos, suficiente refugio y alimento y escasa presión de predación. El conejo de monte es una especie agradecida en términos reproductivos, de manera que, cuando las condiciones son favorables, cuenta con una enorme capacidad para que sus poblaciones crezcan de forma exponencial.
Sin embargo, no debemos olvidar que, en muchas ocasiones, los daños son producidos por un número relativamente escaso de animales que, ante la ausencia de otra fuente de alimento en determinadas épocas del año, consumen aquello que tienen a su disposición, normalmente brotes tiernos de cultivos en periodos de emergencia o, incluso, cortezas y troncos de árboles y cepas en momentos del año más avanzados, causando importantes pérdidas. Tampoco ayuda la intensificación que ha sufrido la agricultura en amplios territorios ibéricos, donde olivares y viñedos son terrenos yermos sin una sola brizna de hierba y apenas linderos entre las parcelas.
•Poblaciones al borde de la desaparición: por el contrario, existen otras áreas, muchas de ellas históricamente favorables para la especie, en las que el conejo ha desaparecido o está a punto de hacerlo. Las causas de esta marcada regresión son dos, fundamentalmente. Por un lado, las enfermedades víricas, mixomatosis, primero, enfermedad hemorrágica, después, y la nueva variante de la enfermedad hemorrágica desde hace menos de un lustro. Todas ellas han sido capaces de diezmar las poblaciones de conejos afectadas. Por otro lado, no debemos olvidar que el deterioro del hábitat sufrido durante los últimos cincuenta años ha sido determinante para el conejo y también para otras especies, como la perdiz roja. La intensificación de la agricultura, con la desaparición de linderos de forma masiva, el empleo generalizado de potentes plaguicidas y herbicidas, la ausencia de diversidad vegetal y la carencia casi absoluta de alimento en periodos críticos del año suponen una seria amenaza. Por el contrario, en otras zonas el abandono del medio rural ha provocado la desaparición de los aprovechamientos agrícolas y ganaderos minifundistas tradicionales, generando un incremento del matorral y zonas arboladas cada vez más densas que contribuyen al incremento de las especies potencialmente predadoras del conejo de monte, no sólo zorros o pequeños carnívoros, sino también algunos, como el jabalí, que son muy preocupantes.
“Cualquier plan de gestión se debe basar en una estrategia a medio plazo, de no menos de 3- 5 años, en los que el punto de partida sea la situación actual del terreno a gestionar y los objetivos propuestos al final de ese periodo”
¿Hacia dónde dirigir nuestros esfuerzos de gestión si queremos recuperar las poblaciones?
Repasadas las causas fundamentales responsables de la situación actual del conejo de monte, podemos darnos cuenta de que, a diferencia de otras, la especie cuenta con una situación dispar, incluso con situaciones extremas en ambos sentidos que obligan a establecer planes de gestión adaptados al coto en el que nos encontremos e, incluso, dentro de él, algunas veces a una zona o zonas concretas del mismo.
Medidas que son útiles para mejorar las poblaciones en una zona de bosque atlántico gallego, no son, ni mucho menos, las recomendables para recuperar el conejo en la Tierra de Campos castellana. Existen cotos en los que la preocupación se centra en recuperar las poblaciones mientras que en otros por el contrario sus desvelos se deben a la necesidad de aplicar medidas de control que palien los daños causados por la especie en los cultivos y, por tanto, los costes que eso supone a los titulares cinegéticos.
En todo caso, es necesario apuntar que no existen soluciones mágicas ni milagrosas y que los ‘inventos’ aplicados con el ánimo de obtener resultados a corto plazo suelen causar más problemas que soluciones. Cualquier plan de gestión se debe basar en una estrategia a medio plazo, de no menos de 3- 5 años, en los que el punto de partida sea la situación actual del terreno a gestionar y los objetivos propuestos al final de ese periodo. Tan sólo una vez decidido eso podremos establecer las medidas a adoptar para conseguirlo. Además, hay que contar con el apoyo de algún técnico con experiencia que pueda ayudar en la planificación. Por desgracia, no son pocos los que, con buena intención, pretenden abordar medidas de recuperación, pero que cometen errores, algunos de ellos básicos, que impiden que la inversión y el esfuerzo tengan éxito.
En el caso de las áreas en las que la especie escasea tendremos que determinar las causas principales de la situación y favorecer su reversión en la medida de lo posible.
Visitamos con frecuencia cotos en los que observamos que el refugio es casi inexistente por la actividad agrícola intensiva que se lleva a cabo en la zona y donde, además, el alimento puede escasear en determinadas épocas del año. Ahí tendremos que centrar nuestros esfuerzos en localizar perdidos, barbechos o, incluso, comprometer zonas sin labrar para que los conejos y también otras especies puedan encontrar refugio y alimento durante todo el año. Quizá sea necesario también plantear siembras específicas para la caza, que bien planificadas, no sólo tendrán un efecto positivo para las poblaciones, sino que también reducirán los daños en cultivos sensibles. Tampoco debemos olvidar una adecuada gestión de bebederos y puntos de agua para la caza, puesto que, a pesar de que el conejo es una especie resistente a la sequía, cuando ésta aparece las hembras detienen su actividad reproductiva, condicionando la evolución de las poblaciones a medio plazo.
Cuando, por el contrario, el bosque se abandona y los usos tradicionales desaparecen, como las ‘suertes’ de leña, el pastoreo extensivo, la agricultura minifundista o el aprovechamiento tradicional de castaños, olivares o frutales, el matorral irá tomando fuerza, haciendo que la calidad del hábitat para el conejo sea cada vez peor, por lo que son zonas en las que el objetivo debe ser plantear desbroces y, de nuevo, siembras específicas para la caza menor, mejor si es posible con un vallado alrededor que permita sólo el acceso de pequeños mamíferos y aves, pero no de ganado doméstico o ungulados cinegéticos. A la vez, la presencia de un bosque más denso y abandonado genera un hábitat mejor para especies como pequeños carnívoros o el propio jabalí, al que será necesario controlar de forma eficaz para lograr el éxito planteado.
En todos los planes de gestión para la recuperación del conejo de monte, aun sabiendo que no es ni con mucho la causa fundamental de la reducción de las poblaciones, el control de predadores debe estar presente, pero prestando atención a los verdaderamente importantes, ejecutándolo siempre de una forma sostenible y, desde luego, actuando sobre aquellas especies autorizadas por la legislación vigente de cada comunidad autónoma.
¿Y qué hay de los medicamentos y vacunas?
La gestión sanitaria de la especie es también importante, sobre todo en aquellos lugares donde las enfermedades siguen causando estragos año tras año.
Existen medidas poco invasivas, como la fumigación de bocas con productos autorizados, allí donde la legislación lo permite, que contribuyen a que los conejos presenten un mejor estado de salud y puedan reaccionar mejor ante cualquier brote de enfermedad, al igual que ocurre cuando los animales cuentan con alimento y agua suficiente o un hábitat adecuado. No debemos olvidar tampoco que el control de parásitos externos contribuye a interrumpir los ciclos de transmisión de enfermedades como la mixomatosis, reduciendo su incidencia.
Disponemos en el mercado de vacunas eficaces frente a las enfermedades más preocupantes, mixomatosis, enfermedad hemorrágica vírica y la nueva variante de ésta, si bien, la dificultad en su aplicación, así como el estrés que se genera en los animales manejados puede mermar enormemente su capacidad de generar inmunidad y, por tanto, al menos en el campo, no siempre son aconsejables.
En todo caso, desde hace algunos años, el uso de vacunas se ha generalizado, puesto que prácticamente cualquiera puede tener acceso a su adquisición sin formación veterinaria, lo que ha provocado que el efecto de la vacunación haya sido casi nulo por las malas prácticas realizadas en su aplicación, en la conservación de las vacunas o en el propio manejo de los animales.
No siempre debemos pretender hacer por nosotros mismos algo que a otros les lleva años de estudio con la falsa sensación de que por el hecho de ‘pinchar a un animal’ ya lo estamos inmunizando. Para que el proceso de vacunación sea exitoso éste comprende otras muchas variables.
Por último, no debemos olvidar que por la biología de la especie la tendencia natural del conejo con las enfermedades es hacia la convivencia, ganando inmunidad natural frente a ellas con el paso del tiempo, como ha ido ocurriendo con la mixomatosis, primero, y con la variante clásica de la enfermedad hemorrágica, después. Sin embargo, para que esto sea posible, es imprescindible que las poblaciones se encuentren en el mejor estado posible y, para ello, la gestión del hábitat es una herramienta indispensable.
¿Qué ocurre con las repoblaciones?
Las repoblaciones, entendiendo por tales los refuerzos poblacionales en lugares donde aún quedan poblaciones autóctonas, son absolutamente desaconsejables, puesto que los animales introducidos pueden ser la causa última de la desaparición de los escasos conejos que puedan quedar en la zona. Esto se debe a que pueden traer consigo agentes infecciosos para los que éstos no estaban preparados o provocar un incremento temporal de la predación sobre todos los animales presentes, introducidos o no.
Por el contrario, cuando las poblaciones han desaparecido completamente y hablamos de una repoblación como la reintroducción de ejemplares, resulta en muchos casos una herramienta imprescindible, si bien tenemos que tener en cuenta que, de nuevo, no todo vale. El origen de los animales es crucial, la calidad genética, sanitaria y de comportamiento son fundamentales y no sólo eso, sino que, además, la suelta debe ir acompañada de actuaciones de gestión que permitan que el hábitat en el que vayamos a liberar los animales sea adecuado para ellos.
De nuevo la participación de un técnico con experiencia es casi obligatoria. No son pocos los cotos en los que hemos visto fracasar las repoblaciones una y otra vez por el simple hecho de construir pequeños biotopos donde se sueltan más animales de la cuenta o aquellos en los que se deja una sola salida que le facilita el trabajo a predadores como el zorro. Incluso hay cotos que pretenden recuperar las poblaciones liberando al monte, sin ninguna otra gestión, cientos de ejemplares de dudosa procedencia.
¿Y si tengo daños?
Como apuntábamos al principio, los daños causados por el conejo de monte pueden aparecer por la presencia de grandes poblaciones o por un número no muy elevado de animales que en determinadas épocas del año, normalmente asociadas a condiciones climáticas desfavorables o a prácticas agrícolas intensivas, provocan importantes daños en cultivos de gran valor (como pies de olivos o viñedos en periodos de brotación).
“Los daños causados por el conejo de monte pueden aparecer por la presencia de grandes poblaciones o por un número no muy elevado que, en determinadas épocas del año, provocan importantes daños en cultivos de gran valor”
Cuando se trata del primer caso, será necesario planificar medidas de control que permitan regular las poblaciones. El problema que existe es que casi siempre estas medidas se autorizan y se llevan a cabo cuando el daño ya se ha producido y la población se encuentra en un pico. En estas zonas la gestión debe ser previa a la reproducción de manera que de ante mano podamos tratar de controlar una previsible explosión demográfica.
En el segundo caso, la gestión debe pasar por la planificación de siembras específicas en lugares alejados de los cultivos principales si es posible, la modificación de determinados hábitos agrícolas como el laboreo intensivo de viñedos u olivares, la eliminación de linderos o la cosecha sin apenas dejar rastrojo, para permitir que los animales cuenten con fuentes de alimento alternativas. Junto con estas medidas, puede ser recomendable proteger los cultivos con vallados, al menos en ciertas épocas del año.
En conclusión
El conejo de monte es una de las especies más emblemáticas de la península Ibérica, aunque, por desgracia, no siempre considerada como tal y que, aunque lejos de la extinción, atraviesa serios problemas en determinados territorios.
La gestión debe ser, por tanto, específica para cada coto, profesional y planificada a medio plazo si se quieren obtener resultados positivos, porque el conejo, ¡sí importa! CyS
Por Carlos Díez Valle y Carlos Sánchez García-Abad – Equipo Técnico de Ciencia y Caza (www.cienciaycaza.org)