Afrontamos una nueva temporada de corzos cargada de incertidumbres sobre la situación de la especie, especialmente en las zonas tradicionalmente corceras del norte peninsular.
La prevalencia del ‘gusano o moscarda del corzo’, Cephenemyia stimulator, se mantiene elevada en estas zonas y las poblaciones conservan la tendencia negativa de los últimos años, cuyas causas aún han sido poco estudiadas. Parece que se asocian a la presencia de esta larva, pero también habría que considerar el incremento de la presión de predación por parte del lobo o el zorro, la competencia del ciervo y jabalí y una mala gestión cinegética, sin descartar el furtivismo que sigue azotando algunas zonas.
Todo ello está provocando que abatir trofeos de corzo calidad sea cada vez más difícil y el número de ejemplares cazados desciende año tras año en esos lugares.
Por otro lado, el corzo sigue incrementando su área de distribución hacia el sur y el este peninsular, donde la tendencia es más positiva, probablemente debido a la menor densidad de predadores y quizás por una presión cinegética más reducida.
La presencia de Cephenemyia, aunque detectada desde algunos años en esos territorios, cuenta con una prevalencia muy inferior a la detectada en la cornisa cantábrica, por lo que el efecto en los animales también es menor.
En el caso del corzo andaluz la situación se presume más favorable, si bien no debemos bajar la guardia y mantener una caza sostenible que permita que sus poblaciones se mantengan estables.
Repasando la situación de la ‘moscarda del corzo’
No son pocas las ocasiones en las que hemos tratado la presencia del gusano de la nariz del corzo y sus posibles efectos sobre las poblaciones afectadas.
Cuando el tamaño de los gusanos se va incrementando en el interior de las fosas nasales, provocan un efecto obstructivo que generará dificultad respiratoria a los animales afectados, haciendo así que, por ejemplo, la huida frente a potenciales predadores se encuentre limitada y, por tanto, sean más fácilmente depredados. Esa obstrucción también complicará la deglución, por lo que se irán debilitando progresivamente y el desarrollo de sus trofeos se verá comprometido.
En Europa contamos con cuatro especies del tábano Cephenemyia: C. stimulator, que afecta al corzo, C. auribarbis, específica del ciervo europeo y el gamo, C. ulrichii, que parasita al alce, y C. trompe, que hace lo propio con el reno.
La primera cita en España se produjo en 2001 por Notario y Castresana, que detectaron en Ciudad Real la enfermedad en un corzo de repoblación que procedía de Francia, país en el que este problema se conoce desde hace décadas y son abundantes los estudios sobre el tema.
Por otra parte, no fue hasta 2009 cuando Pajares cita la especie en un corzo autóctono del norte de España, donde la prevalencia ha crecido notablemente en los últimos años. En 2012 se citó por primera vez también la presencia de un corzo afectado en Extremadura que indicaría que la Cephenemyia podría estar adaptándose a condiciones climáticas más cálidas y menos húmedas que las que en principio cabría esperar.
El ciclo del tábano se caracteriza por una puesta de pequeñas larvas en verano y otoño en el entorno de las fosas nasales de los corzos, desde las que migran hacia el interior, ubicándose en la región retrofaríngea. El desarrollo de la larva se produce durante 6-8 meses hasta alcanzar 3 cm de longitud, de ahí su efecto oclusivo. A partir de este momento son expulsadas, cayendo al suelo, buscarán un lugar para completar su desarrollo y aparecerá un nuevo adulto en un período de no más de 2-3 semanas y siempre que las condiciones ambientales sean favorables.
Entre los factores que parecen influir en mayor medida en el grado de parasitación de los corzos es la intensidad de lluvias del año anterior, de manera que, a más precipitaciones, mayor carga parasitaria durante la temporada siguiente.
El efecto de la meteorología
Durante los últimos años venimos observando una climatología ciertamente errática y poco previsible, caracterizada por la presencia de episodios más o menos prolongados de tiempo extremo, como las importantísimas nevadas ocurridas en la cornisa cantábrica el pasado año o las temperaturas inusualmente elevadas de este último invierno. Todo ello afecta de uno u otro modo a la fauna silvestre, en general, y al corzo, en particular.
En este sentido, son varias ya las citas de corzos descorreados durante el pasado mes de enero, aspecto que se asocia fundamentalmente a ese clima favorable, hecho que también podría afectar al adelantamiento del comienzo del celo en algunas zonas y, por tanto, influir en los aprovechamientos cinegéticos de los terrenos afectados a corto plazo.
Si analizamos los posibles efectos a medio plazo podríamos inferir que la cubrición temprana de las hembras podría hacer que éstas no tuvieran la condición corporal suficiente como para llevar a cabo una óptima gestación.
En el caso del corzo, cuyo ciclo reproductivo se caracteriza por una gestación diferida o diapausa embrionaria, afectaría, si cabe aún más, ya que cuando se va a producir el mayor desarrollo del feto es a finales del invierno. Si éste ha sido muy extremo por nevadas o hay escasez de alimento (como este año), la paridera puede verse disminuida o incluso caracterizada por el nacimiento de corcinos más débiles, con una menor viabilidad, existiendo estudios que así lo indican.
Por otro lado, es relativamente frecuente durante la temporada general, normalmente en enero, encontrar alguna hembra parida, asociándolo al efecto del cambio climático.
Este hecho, sin embargo, no está claro, puesto que esa gestación diferida viene marcada fundamentalmente por los ritmos circadianos, esto es, la duración del día y de la noche. De modo que, cuando el número de horas de luz se va reduciendo la gestación se detiene para activarse después cuando los días vuelven a crecer, por lo que parece que podría tratarse más de algún caso puntual que no de una tendencia asociada al clima. Sí que es verdad que, con las condiciones que se han dado durante este invierno, algunos de esos corcinos nacidos fuera de la época habitual podrían llegar a adultos, cosa altamente improbable cuando el invierno es frío y con precipitaciones intensas.
Planificación cinegética sostenible
Como ocurre en el resto de especies cinegéticas, es cada vez más importante contar con una adecuada planificación cinegética que permita gestionar de forma óptima el corzo, con el objetivo de recuperar las poblaciones allí donde la tendencia sea negativa, consolidarlas en las zonas de expansión y, sobre todo, favorecer la presencia de trofeos de calidad.
Para ello son numerosas las actuaciones que debemos considerar, entre las que destacan, por ejemplo, el eterno debate sobre el establecimiento de periodos hábiles ajustados a la biología de la especie en cada territorio, con las dificultades que eso entraña, fundamentalmente en lo que se refiere a planificación administrativa.
En el caso del corzo la situación puede ser similar a la que sucede con otros ungulados, como el ciervo. Si ejercemos una presión cinegética en abril y mayo, en poblaciones poco consolidadas o donde la calidad no ha alcanzado aún todo su potencial, eliminando los mejores trofeos cuando aún no han llegado a reproducirse, estaremos provocando un efecto muy negativo sobre futuras generaciones en ese territorio. Por ello, al menos en aquellos lugares en las que las poblaciones de corzo aún son jóvenes o poco consolidadas, debemos ser especialmente cuidadosos con los animales a abatir y tener siempre en cuenta que nuestros actos de hoy tendrán reflejo mañana.
Caza de corzas
Otra de las consideraciones es en relación con la caza de las hembras. A pesar de que los aprovechamientos clásicos del corzo, como los de muchos otros cérvidos, se basaban casi únicamente en los machos, desde hace varios años se ha visto la necesidad de realizar una caza de las hembras en determinados territorios.
Tras observar que el equilibrio y calidad de las poblaciones se estaban alterando, se comprobó que una de las causas evidentes de esta situación era la falta de capturas de hembras, sobre todo en zonas donde los depredadores naturales están ausentes. Esto facilitaba que machos de escasa calidad o muy jóvenes (incluyendo selectivos) pudieran cubrir a una o varias hembras, perpetuando así en las poblaciones defectos que a la larga estaban generando problemas.
Por otro lado, un exceso de hembras también supone una competencia por los recursos alimenticios, por lo que también favorecía un empeoramiento de la condición corporal de los animales y, por tanto, un peor desarrollo de sus cuernas de los machos, entre otras cosas.
En el momento actual la situación ha cambiado y ya todos los planes cinegéticos contemplan los aprovechamientos de hembras, la administración otorga permisos para ellas y, sobre todo, los cazadores se van concienciando ante esta necesidad, si bien, no son pocos aún los que evitan esta práctica en sus salidas al campo.
Cuando la gestión se encamina hacia la mejora de las poblaciones de corzos, no debemos olvidar tampoco el realizar un adecuado aprovechamiento de otras especies que puedan competir con ellos, fundamentalmente los ciervos y el jabalí, que suponen una competencia directa por los recursos, el territorio e incluso, en el caso del jabalí, como potenciales predadores de animales jóvenes.
De este modo, la caza bien planificada de estas especies para controlar sus poblaciones tiene un demostrado efecto positivo para las poblaciones corceras, como ha ocurrido, por ejemplo, en las últimas décadas con la gestión realizada en el Parque Natural de los Alcornocales (en la provincia de Cádiz), entre otros.
Por último, aunque no menos importante, es hacer una mención especial a la necesidad de una adecuada gestión del hábitat, como ocurre para cualquier otra especie cinegética.
Si el entorno no reúne las características adecuadas para el corzo, difícilmente podremos alcanzar unas densidades óptimas de población, y de él van a depender multitud de variables que condicionarán inevitablemente el devenir de las poblaciones en el coto.
Del hábitat dependerá, además de la presencia del corzo, también la aparición de competidores, como el ciervo o el jabalí, de predadores, como el lobo o el propio zorro e, incluso, algunos más despreciables como los propios furtivos.
También el hábitat, asociado a la climatología, modulará la evolución de las poblaciones en un territorio, dado que la presencia de agua o comida serán determinantes para la temporada reproductiva.
No debemos olvidar tampoco que el hábitat será también responsable en buena medida de la aparición de buenos trofeos, puesto que la presencia de sales minerales suficientes y de calidad en los alimentos, obtenidas a partir de los sustratos del suelo, serán determinantes para el desarrollo de cuernas de calidad.
El hábitat participa directamente en la aparición de conflictos de la especie con el hombre, en forma de accidentes de tráfico o daños a los cultivos, puesto que un hábitat bien estructurado, poco fragmentado y gestionado adecuadamente minimizará enormemente estas situaciones.
Unos ejemplos de gestión
En este sentido hemos querido destacar un trabajo llevado a cabo por Rita Torres y colaboradores en el noroeste de Portugal en 2011, en el que se analizó una superficie de 75.000 hectáreas a lo largo de dos años en busca de heces que evidenciaran la presencia de corzos.
Cada vez que se encontraban las heces se apuntaba la estructura del hábitat (teniendo en cuenta la presencia de comida y cobertura vegetal), la composición del hábitat (campos agrícolas, praderas, matorral, bosques caducifolios, bosques de coníferas), la estructura del paisaje, la topografía y posibles molestias originadas por el hombre.
Al analizar todos los datos se pudo comprobar que la distribución del corzo en esta parte de Portugal se relacionó de manera muy intensa con la presencia de matorral y la distancia de carreteras, mientras que el corzo rechazó por lo general los hábitats heterogéneos, con presencia de praderas o zonas de cultivo, al contrario de lo que se hubiera podido pensar a priori.
Es interesante resaltar que la cobertura vegetal escogida por los corzos se encontró entre un porte de 0,5 a 2 metros, una altura suficiente para la protección del cérvido. A su vez, los autores sugieren una doble utilidad de los arbustos como protección y fuente alimento.
Pese a que se menciona que es necesario seguir investigando y se comparan los datos con otros estudios realizados en la península Ibérica, se afirma que el corzo, como especie presa que es, podría estar muy influenciado por el riesgo de predación a la hora de elegir hábitat, más si cabe por la presencia de lobo ibérico en esta parte de Portugal.
De cara a la gestión, este estudio pone en relieve que el corzo está influenciado por gran número de factores y que la selección de hábitat de unos corzos en un lugar concreto puede tener ‘poco que ver’ con la de corzos de otras latitudes.
De este modo, es importante darse cuenta una vez más de que las herramientas de gestión y los conocimientos de que disponemos deben ser adaptados a las circunstancias y condicionantes propios de cada territorio, aunque estudios como el mencionado nos ayudan a sacar conclusiones que nos permitan decidir qué medidas adoptar en nuestro caso.
Por poner otro ejemplo, hace algunos años, en un coto gestionado por nosotros, observamos un incremento inusual de accidentes de tráfico causados por corzos en un tramo concreto de carretera que atravesaba el acotado y que sólo repuntaba en los meses de más calor. Tras semanas de seguimiento pudimos comprobar que los corzos incrementaban el número de veces que cruzaban la carretera durante el verano debido a que los puntos de agua de que disponían de un lado de la vía se secaban, quedando como único punto de agua disponible en el coto un río que pasaba al otro lado.
El problema se minimizó enormemente construyendo una charca permanente en el lado ‘seco’ de la carretera, que no sólo benefició al propio corzo, sino a muchas otras especies, también de caza menor. Si no se hubiera analizado detenidamente la situación, probablemente la medida planteada hubiera sido colocar un vallado en ese tramo de carretera, una medida mucho más costosa, menos eficaz y, a buen, seguro, muy perjudicial para las propias poblaciones de corzo en el coto.
A modo de conclusión, no debemos olvidar nunca una gestión óptima, para garantizar una evolución favorable de las poblaciones cinegéticas que nos interesen y sobre todo adaptada a las circunstancias propias de cada acotado, aprovechando y recogiendo para ello todos los datos que podamos recabar gracias a los ejemplares abatidos, a los censos realizados o incluso al empleo de fototrampeo o de otras técnicas cada vez más implantadas. CyS
Por Carlos Díez Valle y Carlos Sánchez García-Abad – Equipo Técnico de Ciencia y Caza (www.cienciaycaza.org)