Desde el pulpitillo

Los rabilargos o la inoperancia administrativa

carlos-enrique-lopez-foto-portadaCarlos Enrique López

 Desde hace muchos años, esta especie invasora, protegida por la Administración, se mueve invadiendo nuestros campos y causando verdaderos estragos en la cría y nidificación de pequeños mamíferos y de toda clase de aves. Son, como he dicho, especie protegida y  por tanto, no cazable, pero cada año abundan más y ocasionan más daño a las diferentes especies que comparten hábitat con ellos.

Durante años, se les consideró una especie alóctona (no procedente de nuestro país), y se les mantuvo protegidos amparándose en una leyenda, que más o menos aseguraba que se trataba de una especie introducida en nuestro país, por un navegante portugués, que los traía, poco menos que como un tesoro, procedentes de China.

Después, cuando desde la administración cundió la idea de acabar con todo bicho viviente que no procediera de nuestras latitudes, enseguida aparecieron científicos dispuestos a demostrar que la especie residente en nuestro país no tenía ningún pasado marinero, y que estaba aquí desde que “Cristo dio las tres voces” – que diría mi abuela-.

Resultó que el rabilargo que destroza nuestros nidos no es una especie invasora, sino que siempre anduvo por nuestros campos con el nombre técnico de Cyanopica cyanus cooki, mientras que su primo el chino Cyanopica cyanus japanica, (al parecer con menos espíritu viajero del que se les atribuía) destroza las crías de toda clase de bichos allá por tierras de China, Rusia y Japón.  El que habita por nuestras tierras sólo destroza lo de aquí.

El caso es, que el que hasta hace poco  respetábamos, porque era un residuo poblacional de una especie alóctona, ahora lo conservamos porque es “de aquí de toa la vida”. O sea que por unas razones o por otras, nadie parece fijarse en como crecen de forma exponencial sus bandos y como menguan los de los pobladores habituales de las tierras en la que estos rabudos se asientan.

Vuelan en bandos de hasta cincuenta individuos, y van arrasando lo que pillan por donde pasan.

Cuando detectan un bando de pollitos de perdiz se lanzan sobre ellos con fiereza y en pocos minutos no queda uno. Les revientan la cabeza de certeros picotazos y en algunos casos se paran a comérselos, mientras que en otros pasan al siguiente hasta que no queda un pollo en pie.

De los gazapos nuevos que empiezan a salir de las madrigueras, su predilección son los ojos. Se lanzan sobre ellos y con dos certeros picotazos les sacan los ojos que se comen entusiasmados. Después dejan que la victima se muera poco a poco, victima de las moscas o las hormigas, que terminarán de limpiar las cuencas orbitales en tanto que llega algún zorro , gato, jineta, o cualquier otro oportunista que acabe con el sufrimiento del joven conejo.

Los agricultores son otra de sus victimas, pues dejan viñedos y frutales “tiritando”. Pero nadie en la administración se entera de que hay que controlar sus poblaciones porque de lo contrario ocurrirá como con los zorros y las palomas, otrora protegidos y ahora verdugos unos de especies de caza, y finiquitadoras otras, de tejados y monumentos de las ciudades donde ya nadie sabe por donde meterles mano para controlar sus poblaciones. Serán muchos los cazadores de mis años que recuerden como la ley de vedas prohibía expresamente disparar sobre las palomas (exceptuando las torcaces por ser especie migratoria). Y de cuantos años estuvo prohibida la caza del zorro.  El raposo, cuando lo autorizaron, ya había crecido de manera que ahora bajan a los vertederos de las grandes ciudades en busca de alimento, porque ya sus superpoblaciones acaban con la despensa del campo que por otro lado es bastante exigua.  La mayoría de los ayuntamientos tienen graves problemas con las palomas que tienen en jaque a todos los conservadores del patrimonio y a no pocas comunidades de vecinos que ven como ahuecan sus tejados para anidar y cuando llega la época de lluvias, les entra el agua limpia por los huecos que las colúmbidas han provocado en sus edificaciones.   Si en su debido momento, se hubiera autorizado su caza, ninguna de las dos especies habría crecido hasta convertirse en plaga. Pero como decía aquella canción de Serrat : “No esperes que un hombre muera, para saber que todo corre peligro.”, frase proverbial que nuestra administración ignora. Sería tan fácil autorizar la caza del rabilargo ahora, para mantener controladas sus poblaciones, que por eso, creo yo que no lo hacen.

Los cazadores, que somos los auténticos aficionados al campo y a la conservación racional de todas las especies que lo habitan. Sabemos, por que lo vemos en nuestros amplios paseos deseosos de ver crecer la naturaleza, el daño que hacen estos córvidos en las zonas donde se asientan. Arroyos donde antes pululaban ruiseñores, bisbitas, carbonerillos, petirrojos y otro sin fin de especies insectívoras, mezcladas con algunos fringílidos como jilgueros o pardillos. Se ven ahora sordos de su canto y ciegos de la belleza de sus coloridos plumajes, mientras solo se escuchan los desagradables graznidos de los rabilargos.  Cuando empiezan por la parte baja de un arroyo buscando nidos, donde rebuscar pollos o huevos que llevarse al pico, no dejan títere con cabeza y reducen las poblaciones de pequeñas aves a un residuo testimonial.

Y yo, cazador desde que recuerdo, aficionado a la naturaleza desde que respiré por primera vez aire impregnado de aromas de romero, lentiscos, jaras y tomillos de mis sierras andaluzas, conservador y protector de la flora y la fauna en las épocas de crecimiento, y gestor desde la parte que me corresponde, como cabecera de la cadena trófica, que no renuncio al gen que la propia naturaleza me imprimió, observo el descalabro que la superpoblación de cualquier especie origina en el resto de pobladores de las zonas que habitan y me echo las manos a la cabeza preguntándome. ¿de verdad los Agentes de Medio Ambiente, no ven este desastre?. ¿Son sus superiores, los que en la supina ignorancia que dan los cargos políticos y los designados a dedo, no atienden a sus consejos?. Los expertos del Seprona ¿no realizan informes en este sentido?. ¿ Tampoco la Federación de Caza se entera?. ¡ Pues que alguien haga algo!. O esperamos a que un rabilargo le saque los ojos al bebe de un ecologista en una jornada campestre, para dar la alarma.  Un poquito de sentido común, aunque como dijo un gran pensador sigue siendo el menos común de los sentidos.

Llegando abril comenzará un año más la época de nidificación y cría de la mayoría de las especies. Ahora es cuando los ecologistas de salón deberían darse una vueltecita por el campo, protegerse bien contra el sol y con algún producto repelente de las garrapatas y hacer una observación sensata de las poblaciones de todo tipo de animales que hay en sus respectivas zonas.  Escuchar a  los pocos viejos que aun viven en nuestras sierras y aprender de lo que les cuenten de sus recuerdos y vivencias. Que no intenten darle pan a los ciervos, ni restos de fruta a los jabalíes y que respeten de verdad, las distancias que la naturaleza nos ha impuesto. Si la madre más sabia impuso una distancia entre salvajes y domésticos, y a cada uno nos dio nuestro espacio no pretendamos cambiarlos.

Ahora bien que cuando pongan un pie en el campo sepan a que atenerse. Que conozcan las leyes que regulan el respeto a la flora y a la fauna, pero también las que regulan los derechos de la propiedad privada, y la de utilización de vías de acceso público o privado.

Llama poderosamente la atención como algunos de los que presumen de ecologistas, no tienen inconveniente en conducir motos de gran cilindrada o los modernos quads, arrasando por medio de cualquier cerro y convirtiendo en circuito cualquier espacio natural.  Nadie les ha informado de que nuestros campos están llenos de nidos de especies esteparias, que atronan con el ruido de sus motores, o de gazaperas que hunden con el peso de sus vehículos motorizados. Se llaman ecologistas, y no tienen ningún inconveniente en organizar “jornadas campestres” donde ponen música atronadora a cualquier hora de la noche, sin respetar a ninguna de las especies que habitan el monte. Este tipo de ecologistas son también “rabilargos urbanos”, que arrasan por donde pasan, presumen de lo que no son y la Administración les permite todo tipo de desmanes.

Otro tipo de rabilargo urbano es el fotógrafo especialista en naturaleza, que aprovechando los días de primavera, sale al campo buscando nidos en compañía de sus niños para hacer la foto de los pollos recién salidos, y presumir en internet del gran trabajo realizado con su cámara. Les explicará a sus hijos, junto al nido en cuestión , lo bien construido que está el nido de un herrerillo, o la poca preocupación que toma la perdiz al construir el suyo, y se marchará de allí feliz con la labor de educación ecologista realizada. Sin embargo nadie le habrá explicado que los rastros dejados por él y por sus niños, conducirán al zorro hasta el mismo nido, que la hierba aplastada en su incursión, desprotegerá el nido de la mirada de los depredadores, que incluso la madre podrá aborrecer los huevos o  las crías si  la presencia humana ha sido un poco larga, o que por sus pasos circulará la culebra que se dará un festín con los huevos o los pollos.

Esas cosas, nos las explicaban nuestros padres y nuestros abuelos, que eran cazadores, y nos enseñaban a respetar lo que en su fecha se podría cazar. Basaban la abundancia en el respeto de madres y crías, y cada año comprobábamos como del respeto de la primavera, nacía la despensa del otoño. Pero entonces, la palabra ecologista no se había inventado o no la conocíamos, y los rabilargos urbanos y de los otros, coexistían con el resto de las especies en el número adecuado para no ocasionar perjuicio.

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