Las campanas doblan a muerto y su triste repique nos llega muy dentro. Es alguien de aquí, es de los nuestros, aunque no iremos de entierro pues todo es cementerio.
Todo es ahora nada vestido de negro, arropado de silencio y cubierto de lágrimas.
Silencio que reina tras el rugir de las llamas que se llevaron la vida, dejándola en nada, pintado de negro el horizonte y el más allá. Silencio que se nos clava, como puñales, en el alma.
Solo huele a humo, el recuerdo de aromas a monte solo es eso, un recuerdo. Profunda es la pena porque parece irreparable.
Atrás ha quedado una vida que toca recuperar. No os sintáis solos y con optimismo, regresad. A esas casas vuestras que sin gentes no son hogar, que el tiempo todo lo cura lo dice hasta el cantar.
De vida, pueblos y aldeas, habrá que volver a llenar, borrando de la tierra el negro desolador.
Pensad que sabia es la naturaleza y que brotará con vigor, renaciendo bajo las cenizas robles, brezos y hasta el escobar. Y, tras ellos, la fauna que se perdió también vendrá.
¡Recuerdos y sueños quedaron a salvo! Estas tierras que fueron, para el ciervo y el lobo, cosa mayor, mantienen vivos los míos, ¡ningún fuego los enterró!
Doblan alegres las campanas, el primer día del renacer ha comenzado. A sus gentes nobles y humildes, algo más que el hombro habrá que arrimarles.
No estáis solos, juntos hemos de echar a andar porque sé que, a la Sierra de la Culebra, la vida volverá.