Hacía algunos años que deseaba ir a Kirguistán, uno de los paraísos de la alta montaña, donde animales míticos, como los legendarios marco polo e íbex, conquistan las cumbres de Tian Shan.
Después de conseguir uno de mis sueños, el tur de Dagestán en Azerbayán, con arco y flecha, en agosto de 2015, tuve que hacer un alto en el camino en mis ilusiones cinegéticas dado que mis hijos están en una edad muy tierna, de cinco y cuatro años cada uno, y quedarse en casa es más que un placer en estos momentos. El tiempo pasa volando y, como diría un amigo mío, Mark Seacat, «Hunting can wait!», es decir, la caza puede esperar… Hay tiempo para todo y la familia es lo primero.
Pero, como todos los cazadores de montaña sabemos, la ilusión de ascender nuevamente las crestas y picos en busca de un nuevo trofeo es muy intensa y me puse en marcha para volver en otoño 2016.
Como en anteriores ocasiones, la preparación física es más que necesaria para poder atacar alturas donde el oxígeno es limitado, y más cuando se caza con arco y flecha, por lo que me preparé a conciencia con mi entrenador personal Charlie Truyols.
Esperando el celo
Contacté con Khan Tengri Outfitters LLC, una orgánica local que dirige un kirguís llamado Ulan, con quien había hablado en varias ocasiones sobre la posibilidad de cazar un íbex de Tian Shan con arco. Su respuesta fue tajante: «¡Hay que esperar al celo!», por lo que me colocaba en las últimas dos semanas de noviembre, sabiendo que el día 30 de dicho mes acababa la temporada. La presión era máxima.
Dos vuelos vía Madrid y Moscú me llevaron el 17 de noviembre hasta Bishkek donde, en el aeropuerto, me esperaba Ulan.
El aterrizaje fue toda una proeza, con toneladas de nieve por toda la pista. Estos pilotos de Aeroflot están preparados para todo tipo de situaciones. Como los notarios, doy fe de ello, ¡fue impresionante!
Después de una cordial bienvenida, nos dirigimos a un restaurante para cenar y así probar algún guiso local, como el conocido plov.
Fuera, no paraba de nevar. La nieve, en realidad, era buena noticia para mí, ya que, generalmente, suele forzar a estas especies a bajar a zonas más asequibles para el arco. La intensidad de los copos fue creciendo durante las horas siguientes hasta el punto de que tuvimos que cancelar nuestra salida a la ciudad de Karakol, al este del país, parada previa a nuestra ruta hacia el campamento base en la frontera con China, donde reina por encima de todas las cimas el Khan Tengri, con sus 7.010 metros de altura sobre el nivel del mar.
Rescatados por un tanque
La tensión iba subiendo por momentos. Los días transcurrían y yo seguía en Bishkek sin posibilidad de circular, porque el Gobierno había cortado las carreteras debido a las nevadas. Cuando ya pensaba en cancelar el viaje tres días después, el 22 de noviembre pudimos salir de Bishkek con destino Karakol, más allá del lago Issyk Kul. Unas diez horas de trayecto en unas carreteras por las que los europeos no acostumbramos a transitar. Acabé con mis posaderas cuadradas, por poner una nota de humor dentro de mi desesperación.
Los viajes de caza son precisamente eso, viajes de caza y todo puede ocurrir. Éste no era una excepción. De Karakol salimos sin perder tiempo hasta el campamento base y, para colmo, en la subida, nos quedamos tirados porque el vehículo 4×4 no podía avanzar. ¡Tuvimos que esperar a un tanque quitanieves de la era soviética para que nos rescatara y abriera paso! Conseguimos llegar arriba y el descenso lo hicimos sin quitanieves, por nuestra cuenta y riesgo. Esto funciona así por estos lares. Por ahí no había pasado nadie en semanas. ¡Tremendo!
Llegamos a un control fronterizo con China, que nos detuvo varias horas ya que entrábamos en zona militar. Finalmente, arribamos al campamento base. Una delicia, a decir verdad. Me sorprendió gratamente, pues las instalaciones eran muy buenas y equipadas al máximo nivel. La temperatura era gélida, ya que, en pleno día, estábamos a treinta grados bajo cero y, de noche, no quiero saber a cuándo descendía el mercurio, pero pensé: «si estamos sólo a noviembre, ¡qué puede ocurrir aquí en enero y febrero!».
Desmonté el equipaje y, antes de cenar, probé el arco con una diana improvisada a base de mantas, de tal forma que estuviera todo el equipo listo para el día siguiente. Después de una buena cena con los guías y rangers locales, que dirigirían la cacería, me fui a dormir.
La calefacción era muy potente, hasta el punto de tener que dormir destapado. ¡Vaya contraste, de 23 ºC dentro y a 30 grados bajo cero en el exterior!
Pelotas de treinta animales
Estábamos a 24 de noviembre y hacía una semana que estaba en Kirguistán sin haber podido salir a cazar. Los días eran cortos y estaba ya de los nervios, porque había que aprovechar al máximo. Además, los locales no hablan inglés y la impotencia de no hablar ruso me ponía aún más nervioso.
Al día siguiente, a las 05:30 horas, preparamos todos los caballos, desayunamos y nos dispusimos a subir hasta un punto que nos permitiera divisar las dos laderas del valle en el que nos encontrábamos. Había mucho íbice, pelotas de unos treinta animales cada una, todos con el celo al máximo. Esta zona era una maravilla. Las vistas de las montañas me dejaban sin aliento.
Con mi Leica Apo Televid 65 podía ver la calidad de los íbices de cada grupo. Había algunos muy grandes. Siendo sinceros, el objetivo de mi viaje era cazar uno, independientemente de su tamaño, ya que con arco posiblemente sea, con el tur, la cacería más dura posible. Las gélidas temperaturas eran permanentes, no subían ni cuando ascendía el sol a mediodía.
Menos mal que llevaba muy buen equipo, el mejor posible, de la mano de Sitka Gear, la ropa técnica más puntera del mercado para caza de montaña.
Nos pusimos a unos doscientos metros de un grupo de íbices, pero ninguno era destacable, en comparación con los que habíamos observado un par de horas antes. Volvimos a montar en los caballos y ascendimos todavía más para ver si podíamos alcanzar el grupo que habíamos visto al principio, donde algunos pasaban el metro de cuerna.
¡El flechazo de mi vida!
Tuvimos mala suerte, ya que cuando llegamos, el grupo de íbices ya se había desplazado a otro lugar, con lo que no tuvimos más remedio que sacar los prismáticos y volver a otear todos los animales. Afortunadamente, había muchos, pero a muy largas distancias, entre los mil y dos mil metros.
Con la baja temperatura no era plan quedarse quieto, por lo que cada quince minutos nos movíamos de sitio. De repente, sucedió algo sorprendente: vimos como tres íbices machos se dirigían hacia nosotros, a unos novecientos metros, y los guías, sigilosamente, dejaron los caballos junto a unas rocas y nos pusimos a caminar. Estábamos a cuatro mil cien metros de altura y el corazón latía con fuerza por la falta de oxígeno.
Los íbices dejaron de caminar y ya no se acercaban más. Estábamos a unos seiscientos metros. Sólo nos quedaba caminar y rezar para que no se movieran de allí. ¡Y se produjo una nueva sorpresa! Uno de los guías nos mandó parar, de repente, dado que había divisado dos íbices a unos ciento cincuenta metros y uno de ellos superaba el metro.
Sigilosamente, nos acercamos justo por encima de ellos, pero, cuando creímos estar ahí, no aparecían y, de sopetón, vi a uno de ellos a cincuenta metros y anclé el arco a esta distancia y, para mi sorpresa, no había dos, sino ¡tres íbices!, que ya ascendían a terreno seguro. No se habían percatado de nuestra presencia porque el viento lo teníamos a nuestro favor, y los animales empezaban a subir. Con el arco anclado vi, en décimas de segundo, que el tercero, el último, era el más grande y le disparé la flecha con la gran fortuna de darle en todo el corazón, el sitio perfecto, ¡el flechazo de mi vida!
Equipo utilizado
Arco Mathews Halon 70 lbs. 6”BH. (Preparado por José Juan Leal Leal).
Flechas Maxima Red 350 de Carbon Express.
Puntas Slick Trick Magnum 125 grains.
Leica Televid Apo 65.
Prismáticos Leica Geovid 15×56
Telémetro Leopold 1000 TBR
Equipo de Ropa SITKA GEAR Open Country.
Botas North Face.
Calcetines Lorpen.
Cuchillo Muela Rhino Micarta Negra. Edición limitada Bowhunting Spain.
Disparador Spot Hogg. The Wise Guy.
Visor Spot Hogg. The Hogg Father. Un solo pin de 0,10 hasta 80 metros.
Mochila Stone Glacier 6200 Sky Archer.
¡Récord del mundo SCI con arco!
Las piernas me temblaban, el cuerpo entero en estado de shock, y sólo escuchaba al guía decir: «Good shot, good shot!», y el animal cayó cincuenta metros más abajo, ya herido de muerte, junto a una roca.
Era inmenso de cuerpo. Yo no había prestado la atención suficiente al tamaño de su trofeo hasta que, pasados unos minutos, me acerqué a verlo. Comprobé que estuviera muerto tocándole la retina de los ojos y, efectivamente, ya había caído. Una mezcla de sentimientos de todo tipo recorría mi mente, desde mi familia, mis hijos, mis amigos, la oportunidad de poder estar ahí y vivir esto en un día tan perfecto, sin prestar atención a la gélida temperatura.
El guía me dijo: «¡No sabes lo que has cazado, es el mejor de la temporada de nuestra orgánica y, además, en el primer día!». Después de agradecer a la pieza el precioso lance, medimos el animal, ¡126 centímetros!, en ambos cuernos, con una simetría perfecta y enseguida supe que estaba, seguramente, ante el ¡nuevo récord del mundo SCI de íbex de Tian Shan con arco y flecha! Una bestia descomunal de más cien kilogramos de peso, seguro. Con el celo al máximo nivel, el íbice estaba en su momento cumbre de tamaño. El anterior récord SCI lo ostentaba Tom Hoffman, una de las más grandes leyendas de la caza con arco a nivel internacional.
Después de tan mala suerte con la nieve en los primeros días del viaje, nunca podría haberme imaginado que esto me esperaba en la montaña, con estas condiciones de altura y gélida climatología.
La fortuna, que hay que buscarla, no fue otra que las intensas nevadas unidas al enorme celo, que provocaron que estos machos gigantes estuvieran en zonas menos abruptas en busca de comida. Era una sensación extraordinaria. Al fondo podía ver el pico Khan Tengri, el rey de los cielos, que llaman aquí. La montaña perfecta… y ahora entiendo el porqué.
Después de todas las oportunas fotos y despiece del animal, nos dispusimos a poner rumbo al campamento base para poner punto y final a una cacería de ensueño.
Quisiera dedicar este trofeo récord al gran Mario Migueláñez, conocido por todos como Short Magnum, quien, trágicamente, nos dejó este pasado verano en un accidente de caza en las montañas de Rusia tras el Kuban tur. Tuvo el bonito detalle, sin conocernos, de felicitarme por el Dagestan tur conseguido con arco el año pasado, algo que no olvidaré nunca. Una lástima que yo no le pueda corresponder, pero sí, desde aquí, quisiera dejar constancia de su gran categoría humana y dejar un recuerdo para él en nombre de todos los lectores de esta revista. Un abrazo fuerte, Mario.
Por José María Castresana