–Tengo un amigo…
–¡Vaya, y yo!
–Sí, lo supongo, pero mi amigo…
–¿Qué me va a decir usted, que el suyo es de otro planeta?
–Si me dejara hablar, le contaría…
Que mi amigo, cazador de cuna, anda por los setenta y empieza a tener desconexiones mientras aguarda en el puesto. Que la mente se le va de viaje a otros lugares, a preocupaciones, a los suyos y a su casa, por las horas y días que pasa fuera al irse de caza. Y por ahí anda, perdido, hasta que la emisora o los latidos de los perros lo ‘devuelven’ a la cacería.
Cuando estar en la postura se convierte en rutina, esta se apodera de la ilusión apagando los sentidos que nos conectan con el transcurrir de la batida, llegando a colarse la pieza, sin ser vista siquiera y, por supuesto, arruinando la oportunidad que andamos buscando. ¡Menudo coraje da!
Mi amigo era el primero en avisar de la llegada del jabalí a los puestos, de huellas o rastros frescos a los monteros y, ahora, en el pensamiento de compañeros va, conscientes de las bajadas de guardia que empieza a tener, procurando avisarle de lo que se le aproxime a su postura.
Los años, ¡qué pasan y pesan! Tanto en piernas como en la espalda y ¡ay de las cabezas!, que con poco se embelesan en las alturas. Por empinadas cuestas sus rodillas van requiriendo del cayado solidario, pero parece innegable que los años también han de contar, porque repletos marchan de conocimiento y experiencia. Cierto que a mi amigo, de momento, nada le para. Ni sus maltrechos huesos le han de impedir, del jabalí, tirar a rastra. Y si no es de la cuerda, carga con archiperres y armas. Da relevos cortos hasta quedar sin aliento, pues sabe que todos vamos delanterillos y, a cada cual, goteras no le faltan. Y es que, de la confianza, como de la buena fe de los demás, nunca abusa y, esto, lo lleva a rajatabla.
Mi amigo es un ejemplo por la ilusión que irradia saliendo de caza, por encontrarse con el verraco tantas veces soñado, por compartir con amigos y compañeros…, porque sigue siendo el motor de su vida. Como los recuerdos que el monte en cada rincón le refresca…: «Aquel día nevaba…, allí fue donde Braulio no encontró la otra orilla saltando el regato. Se tuvo que quedar en paños menores, sobre la nieve blanca…», y aquella otra: «Cuando cantaban la presencia del oso entre armadas y la cacería se paraba…, y aun pensando que no asomaría por su postura, por si acaso, el rifle aparcaba, que no lejos de la mano, no fuera a ser que pudiera echarlo en falta». Todo esto lo cuenta de manera hilvanada. Como tantas otras historias que habrá recordado con la cacería ya empezada.
Y de tanto hilar y enredar pensamientos, ¡el jabalí, que se escapa! El malditamadre, sin tirar siquiera, enhebra por lo oscuro que siempre da cobijo a su sombra y, con el tiempo, hasta alas, para que amoladeras y navajas asomen fuera de su boca, disparando sus propias armas. Cimentando su poderío en los años, que para todos pasan, aunque sea a capa y espada. Frente a cualquiera, incluido el signatus que, de momento, en nada le manda, sintiéndose por derecho propio patrón de la mancha y hasta jefe de la comarca. Protagonista de los sueños del que suscribe, de los que le leen y hasta le acompañan.
Anécdotas que se agolpan a cada jornada mientras uno sigue quedo en el puesto, que suenan a música tantas veces escuchada.
Tengo un amigo… y cada día que pasa, me recuerda más a mí.
En el puesto, por Ángel Luis Casado Molina
www.librosdecaza.es / [email protected]