A mi amiga Oti, dueña de este caballo legendario, ‘Forcado‘
Tenía clase, mucha clase. Taimado en cualquier ambiente hasta que escuchaba una guitarra o sentía el crujir de las junqueras de la marisma. Pasaba de cero a mil en lo que tarda en santiguarse un cura loco.
Claro de pieles y más oscuro de crines. Bayo, como los titanes, de talla justa para torear toros, lancear marranos o subir a una gitana a la grupa.
Tiene nombre de valiente –Forcado– y dicen que ya es leyenda en aquellas arenas de palmitos y alcornoques. Leyenda viva que yo acaricié y disfruté. Forcado, el mejor caballo de la Baja Andalucía.
No pueden ponerse en un mismo libro los sentimientos y vivencias aquí reunidos; andaba Kamikaze amarrada al van y un servidor durmiendo sobre la arena con la Vía Láctea a modo de manta.
Respiraba el salitre de la marisma en el previo a un lanceo de marranos donde no quería dormir, pues la vivencia era más hermosa que cualquier sueño.
Forcado resopló a pocos metros, quizá le contaba a mi yegua lo que acontecía, lo que tocaba, lo que ocurriría. Una panzuda guitarra lloraba notas hablando de amor mientras su grupo de acólitos la rodeaban y amparaban en sus lamentos.
Antes del alba, rendido por el sueño, un suave hocico me rozó en la cara: Forcado vino a despertarme con su dueño, venían a regalarme el mejor de los regalos.
Aguardando el amanecer, que cuando llega pasa de largo veloz y raudo, vimos varios cochinos. No me atreví a romper la línea hasta que de pronto Forcado envela a la vera de Kamikaze; le está hablando el maestro al alumno. Bajo el ala del sombrero sonríe El Canario, se ajusta el barbuquejo y espeta su frase de guerra propia del depredador que sale de lanceo en lanceo:
¡Se acabó la amistad..!
Volamos entre las pajas. Kamikaze iba acollerada de Forcado. Ambos éramos la mejor collera de aquel imperio. Se detiene el mundo al ver a dos jinetes sordos a los clarines del miedo. Forcado y Kamikaze, tras una larga y tediosa carrera, se hicieron eternos tras el lanzazo al marrano…
Pasó el Rocío y la Candelaria, el camino de San José o la peregrinación de Huelva. Monteé en el Coto del Rey y lanceé los alcornocales de Portugal o las faldas de Gredos.
Sin darme cuenta me vi a lomos de Forcado en todos esos parajes. Su mirada callada y discreta, que cuando sentía el roce de la espuela se volvía gallarda y zalamera.
Dicen que los héroes jamás mueren. Y nadie es más grande que el vacío que deja. Recuerdo nuestro último encuentro en las arenas del Rocío. Tomé a su verdadera dueña de la mano, mi amiga Oti, esposa del Canario. Le supliqué que me vendiera a Forcado con mi alma y mi condena si fuera necesario. Sonrió como sonríen las enamoradas mientras miraba al bayo:
-Se compra lo que vale dinero. Lo que tiene valor se conquista…
Fue al galope tras un marrano donde su corazón estalló de adrenalina y quedó fundido para siempre con el mundo. Morir en la batalla es mucho más merecido para los guerreros. Y Forcado fue uno.
Dicen que la última imagen que le recuerdan, el bayo yacía en el suelo con un jinete abrazándole sin cruzar palabra alguna.
Los que allí estaban le vieron soltar una lágrima -una sola- esas que salen del alma más amarga cuando el dolor duele de verdad. No se habló en aquella reunión. El respeto requiere de silencio. Y todos se descubrieron ante el soldado caído.
Porque sin hablar se dice todo y hablando muchas mentiras.
Hasta siempre, Forcado.
‘Forcado’, por M. J. “Polvorilla”
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