Siempre me gustó madrugar. El café con la compañía de la lumbre. Hace frío afuera mientras el gélido rocío aguarda las primeras luces de la aurora. Madrugar da paz y ganas de comenzar de nuevo. La madrugada siempre tiene un instante de tranquilidad, aunque esté lloviendo a tempestades porque el sol y la luna llaman a los clarines de la solemnidad.
Son dislates. Lo sé. Rezar a las 6:15 de la madrugada. Es pronto o quizá es tarde, depende de cómo queramos ver el vaso, si lleno o vacío. Pero hemos de cortar el careo de las reses. Vamos a llevar a cabo ‘el vaqueo’, una de las formas de caza más viejas de las que existen.
El vaqueo consiste en llegar antes del alba a las posturas para sorprender a la caza que va hacia los encames. Estamos en abierto, y como en abierto estamos hemos de poner todos nuestros instintos en el grado de máxima alerta. Semanas atrás hemos cortado rastros en las veredas limpias de rocío, lo que reza que los animales aguantan hasta las primeras luces. Ahí, y sólo ahí, es donde podemos entrar para poder intentar echar un pulso a las condiciones climatológicas de los últimos días. El agua y el aire son más perjudiciales –o beneficiosos– que cualquier panda de corsarios con malas artes. Sonó un «¡Viva España y el Rey!» a las 6:20 de la madrugada. Así dos días seguidos, tras dos discursos entre penumbras y linternas.
Aquí hemos venido a cazar y no a matar. A sacarle jugo a la fiesta de la montería que es una caza colectiva donde tiran unos a causa de que otros aireen. Y el que no lo entienda que elija otra modalidad y otra finca. La caza en abierto requiere el chanteo, el careo, el vaqueo, la ronda o el atalayar la mancha. Y tras una montería de estas características hemos de saber que en la sombra del resultado hay un empeño grande de los actores secundarios de este teatro. Pero esta vez hemos querido meter en el escenario a los cazadores, para que les sorprenda el alba en el puesto, para que oigan los perros salir de los camiones justo al alba. Para llevar a cabo una montería con un vaqueo de desayuno y poder así sacarle la cosecha de carne que tiene la sierra.
Qué orgullo fue ver a todos los monteros con sus vahos fervientes entonando la Salve a nuestra Patrona en mitad de la penumbra. ¡Viva la Virgen de Guadalupe!
La eterna madrugada: el vaqueo, por M.J. “Polvorilla”