Corre el solano, más tórrido que un manojo de guindillas. Con estos calores uno aguanta poco en el catre. Ni el relente da respiro. Y el canto de las chicharras durante el día parece que desampara más aún el socarrado ambiente.
Ahí anda Jonás, dando patadas al mundo. Con sus doscientas cabras y un puñado de yeguas. A Jonás le pilla el alba sobando las ubres de sus malagueñas, destetando chivos y al despuntar el día ya las tiene sueltas por el monte para que carguen el buche de brotes y pastos, porque el pienso se lo da mientras ordeña y, para que vuelvan a querencia, les repite ración por la tarde. Así es el ganado, esclavo y adictivo, porque vives pegado a él, de él y para él. Pero te da la compaña que las soledades del campo te privan. Sí, animales o almas libres, pero son la vida de Jonás.
De mozo conoció a la única novia que tuvo. Sí, en las pocas ocasiones que uno podía bajar al pueblo al baile, al cine de verano o a las aprovechadas fiestas donde todos se vestían de domingo para pasear sus mieles. “Los pueblos son para ir de turista -como dice Jonás- porque en mi sierra encuentro el aire que en esos asfaltos me falta”. Pero un agosto pudo entablar conversación con Francisca, que hoy es la madre de sus tres hijos, y juntos decidieron unir veredas. Todos ellos recibieron educación y estudio. Educación sobria y recia, de esa que toman los que nada han recibido regalado en la vida. Estudio sacrificado pues sabían que de su éxito pendía que su padre exprimiera el jugo a la ganadería para poder arrimar cuatro duros a casa y que ellos -los niños- pudieran labrarse un porvenir.
Como en todos los oficios que exigen un palmo más de corazón, los padres no quieren que sus hijos sigan sus pasos. El pastor quiere que su hijo salga del campo, el guarda que el suyo salga del monte o el torero que ni por asomo se arrime al albero. Porque cuando uno tiene derrotes serios de la vida quiere regalar todas las facilidades a los suyos. Que no pasen por las angustias que ellos pasaron. Y es así.
Julia, hija de Jonás, estudió en Málaga para enfermera y conoció allí a un buen chaval, de nombre Carlos, muy deportista que estaba preparándose para bombero. La vida sigue su curso y la pareja decide ligar veredas y caminar juntos. Jonás está feliz porque va viendo que su prole va colocándose en la estantería de la vida.
Su mujer desde hace poco ya le acompaña más en el campo -pues estos últimos años ha estado en el pueblo cuidando de los niños- y juntos viven en el monte, con sus cabras, sus quesos y sus caballos. Y la esperanza de nietos es lo que lleva a seguir trabajando a los que toda la vida han trabajado. Los abuelos quieren dejar unos ahorros a los hijos, los más que puedan, pues ellos son viejos y no tienen lujos ni los han tenido. Pero los hijos de alguna manera quieren que sus mayores dejen la vida esclava del ganado para retirarse un poco a disfrutar lo que el esfuerzo y sacrificio le han robado. Sinsabores de la edad.
Una sombra perversa camina por el hondo. En los hondos siempre revoca más el aire. Y el que quiere hacer mal, más mal puede hacer ahí que en ningún lado. Sus intenciones son tan oscuras como su alma. No hay razón ni justificación para llevar a cabo tal empresa por muchos argumentos que uno ponga sobre la mesa. Una brazada de piñas secas, hojas y lumbre… se inició el pecado más mortal de los que existen que es ofender la obra más perfecta de Dios.
Con este solano y a media tarde el fuego se extiende como una mentira en una tertulia de vecinos. Sale sin dirección concreta pues -como decía- en los hondos se causa un daño ingobernable. Se activan las alarmas, las llamas corren más veloces que un azor en pleno vuelo. Las piñas candentes estallan saltando varios metros en todas direcciones creando nuevas mechas en nuevos sitios. La situación se descontrola; todos los retenes de la zona, avisos por teléfono, el 112 que no da abasto. Se pone en alerta la situación de máximo riesgo pues hay zonas pobladas en todos aquellos valles. Carlos -el bombero- ocupa uno de los camiones que se dirigen a los perímetros para retener el incendio.
Los focos son atacados por los aviones y helicópteros que sin descanso vierten esperanzas de terminar con ese infierno, las máquinas de cadenas arriesgan también sus vidas en hacer cortafuegos que la Administración no permitió autorizar en invierno. Y es que el bombero no es la solución, es la respuesta. La solución está en gestionar los recursos cuando hay frío, en acotar zonas con amplios cortafuegos que servirán de zonas de pasto en primavera. En escuchar a los que en el campo viven y no a los que desde un despacho gobiernan…
Llevan cinco días y cinco noches. No se puede controlar este infierno. Media docena de pueblos rescatados y reubicados en otros lugares. Y aquí los propios habitantes abren sus casas de par en par, poniendo las llaves de éstas en las manos de los desesperados que han tenido que dejar sus hogares, sacando la parte más generosa y humana de nuestras almas… quizá sea esto lo único bueno de toda esta mierda.
Carlos tiene los ojos ciegos de tanta ceniza y humo. Las fuerzas le fallan y a él, a todos sus compañeros. En un momento llama a su mujer:
-Julia, tus padres deben salir del monte. Esto se pone muy feo. ¡Tienen que salir ya!
Toda la zona está despoblada pero Jonás se niega a abandonar a sus animales. Los tiene guardados en el establo y él junto a ellos. No puede liberarlos porque el descontrol los llevaría derechos a alguno de los focos del fuego, a morir ahogados o despeñados. Se niega.
Arriban tres patrullas de la Guardia Civil, uno de ellos un sargento que era conocido por Jonás ya que más de una ocasión le había dado calostros de sus cabras para los hijos de la benemérita para agradecer la vez que unos maleantes le robaron un remolque de chivos. El sargento al llegar analizó la escena: el fuego a lo lejos se acercaba, Jonás estaba con un pañuelo tapándose la cara y con un legón haciendo un cortafuegos manual alrededor de su nave. Francisca con una manguera refrescando los animales que ya barruntaban el peligro. El comandante fue firme:
-Jonás, nos vamos de aquí, esto es un polvorín.
El veterano hizo caso omiso, siguió cavando con más ahínco mientras el humo ya apestaba el ambiente. De nuevo el guardia insistió pero el cabrero gritó:
-¡Llevaos a mi mujer pero no abandonaré a mis animales!
Fueron momentos de mucha tensión donde no podían convencer al hombre que estaba dispuesto a morir por sus cabras. La situación era crítica y hasta el cielo estaba revuelto por tal situación…
En otro escenario la patrulla K.11 estaban siendo rodeados por un nuevo foco producido por la radiación del calor, las piñas y la madre que lo parió. Carlos lidera el grupo que huye a unas peñas para intentar refugiarse mientras por radio piden soporte aéreo para sofocar la zona. Carlos sólo tiene en mente a los suyos, a sus suegros y al infierno que está soportando. Dos helicópteros van al lugar marcado para intentar dar cuartel a unos valientes que están en peligro extremo. El humo se hace con el lugar y el fuego es tan brutal que el propio helicóptero no puede ver debajo nada de lo que hay…
Dicen que cuando subió a la presencia del Altísimo y vieron su historial no había cargos de importancia contra su paso por la vida. Dicen que fue buen amigo, buen profesional y amable compañero. Y que por sus actos le concedieron un único deseo antes de tomar veredicto. En estos casos celestiales, todo reo solicita la condonación de sus penas para entrar a la Gloria. Pero esta vez fue una excepción…
Dicen que comenzó a llover en las sierras malagueñas porque tuvo que subir un ángel a la Gloria. Dicen que cambió su segura salvación porque comenzara a caer lluvia para dar esperanza a los que aman a toda aquella sierra. Y dicen las leyes sagradas del campo que jamás se podrá olvidar su nombre.
DEP amigo Carlos. Un ángel