‘La manguera y la cinta americana’, por M. J. Polvorilla. Dedicado a María Dávila Salazar.
Fueron dos miradas tan crudas que hubieran helado hasta el semblante de una parturienta y su cachorro. Uno de esos encuentros tan duros -tan cruentos- que no pasan en balde.
Lleva trabajando todo el año, despachando en el Corte Inglés para juntar cuatro duros con los que poder darse un capricho. Su juventud no le permite un gran homenaje. Pero, como dicen en mi pueblo: poquito pelo, pero bien peinado.
Sus menos de cuatro lustros le llevan a soñar con los bravíos ciervos de Saja; sus umbrías de robles y escaramujos, sus solanas de pinos y hayedos.
A última hora sale la opción de un precinto con el que poder malgastar ese dinero ahorrado. Son únicamente dos días porque vence el permiso de un fulano que no ha venido, de ahí la oportunidad sobrevenida que siente en su interior como un premio a sus obras calladas con el prójimo.
Por fin llega el día que será fugaz. Todo promete ya que una joven de pocos años se dirige con su melena rubia tras los venados cántabros que van terminando su celo. No deja de ser anecdótico para toda la guardería de la reserva que una chica de veinte años se plante sola a surcar aquellas sierras.
La recogen temprano y temprano comienzan a introducirse en el cazadero con el todoterreno buscando el centro del patio de armas donde se baten los guerreros. Desde allí se puede comenzar a cazar a pie donde el entorno te deja embaucar.
Un coche sospechoso
Todo está perfecto. Cantabria abre sus brazos dejando lejos su talante tosco y altanero.
Pero, de pronto, se encuentran con un coche sospechoso. En su interior un individuo joven, de mirada dispersa, transita sin rumbo por los carriles de la reserva. Los guardas le interceptan y registran el vehículo.
No es cazador ni lleva armas. Tan solo una manguera y un rollo de cinta americana en el maletero, algo de ropa y una botella de agua. Le dejan marchar al comunicarse por radio unos con otros con el típico: un loco más de los que abundan por la viña del Todopoderoso.
Llegan al puntal donde seguir buscando venados. Un gran veleto se deja ver entre helechos y su localización permite el rececho. El guarda invita a la joven cazadora a avanzar con él, pero ésta frena en seco, pues tiene el más hondo de los presagios.
Algo le dice a la joven que aquello era un pasaje hacia el abismo… Se cruzan sus cables y hace gripar los motores de los presentes: hay que localizar al muchacho del auto, al que habían visto hacía pocos minutos. Hay que descubrir dónde está porque va a hacer una locura…
El coche rojo estaba junto a un precipicio, escondido, donde un joven estaba dentro intentando quitarse la vida. La manguera salía del tubo de escape y se metía dentro de la ventanilla. En su interior un ánima errante quería salirse de la partida haciendo trampas y eso no podía ser…
Fueron varios minutos, largos y densos…
Los guardas intentan calmar al muchacho. Éste amenaza con lanzarse con el coche precipicio abajo si alguien se acerca… La joven siente algo que le permite calmar a aquel desdichado. Manda al orden… Su presencia frágil y dulce hace que el conductor del coche rojo no se sienta intimidado y accede a que ella tome asiento.
Fueron varios minutos, largos y densos, de amables argumentos y esperanzadoras miradas. Fueron tantas las razones expuestas y los planes por hacer que era imposible no intentarlo.
Ambos salieron por su pie, pero tuvieron que ser ingresados por la cantidad de monóxido de carbono respirado. La chica terminó su cacería aunque nunca la inició y todo para salvar la vida de un prójimo. Le tocó pasar dos días en el hospital.
Cuando salía del sanatorio se personó todo el cuerpo de guardas de Saja para llevar a esta joven tras su venado. Dieron una auténtica batida hasta que esa sonrisa que no tiene dueño logró el premio a su deseo.
La niña ya no es tan niña. Y nunca más supo de aquel chaval.
Pero al escuchar esta historia me metí en sus zapatos -en los de ella y en los de él- y me alegré de saber que un simple venado en Saja logró unir a dos ánimas que andaban errantes y lograron salvarse…
Y todo por una manguera y un pedazo de cinta americana.