Marcaba el reloj las seis y media de la tarde que, por estas fechas y dadas las horas, es casi de noche. Nos levantamos de la mesa con el ánimo de ir a ver lo cazado y, cuando alcanzábamos la calle, el pequeño camión frigorífico de los carniceros pasaba por delante de nuestras narices con la cosa ya resuelta.
Y es que poco trabajo tuvieron pues solo cobramos 8 cochinos entre 66 puestos. El que suscribe no llegó a apretar el gatillo, aunque pudo, al menos, llegar a verlos. Ya saben: el que no se consuela…
¡Todo el día aireando!
La niebla se hizo de rogar retrasando la suelta una hora larga y, claro, luego algunos fueron con prisas. La suerte del sorteo me condujo a la parte alta de la sierra, quedando por debajo la espesa y persistente niebla, pudiendo disfrutar de un día soleado con una ligera brisa (ahora del este, luego del sur y rematando la montería, del oeste). Una ‘maravilla’, ¡todo el día aireando! Mientras, los puestos de traviesa, sopiés, etc., penaban con las bajas temperaturas, la humedad y la falta de visibilidad que no les permitía ver más allá del vecino.
Unos, en el fondo del mar y otros pocos, contemplándolo desde la orilla, con el sol de cara. Cosas de la climatología.
«¡Se nos va el vino en catas!»
A mi compañero de armada y amigo, no le sorprendió la cochina que le entró por un callejón y tuvo a bien despacharla de certero disparo. La bala sonó por entre los peñones como ese primer trueno que anuncia la tormenta, haciendo que pegara una fuerte encogida. No andaba despistado y no necesitaba que me recordaran que estábamos de montería, ni mucho menos. Lo que atrapaba mi atención era el otro vecino de puesto, que dada su inexperiencia y facilidad en apretar el gatillo, me tenía más en vilo que alerta porque, por si faltara algo, entre callejones y piedras, con el consabido peligro de rebote de las balas, discurren las posturas, sucias además de monte.
Las rehalas, sin guías, hicieron… ¡lo que entendieron! Dejémoslo ahí. Me pregunto si ahorrar en el chocolate del loro, con la suma que alcanza organizar y llevar a cabo una montería, compensa. Eso sí, para sacar la prevista docena de guarros del monte, contratamos vehículos con remolques y las correspondientes caballerías.
Si la sociedad anda canina de tesorería, ¿no será mejor organizar la cacería (de socios) a matacuelga?
Ya lo dijo aquel, al final, «¡se nos va el vino en catas!».
También hay monterías y batidas de tres al cuarto, que todo no es «vivir en La Moraleja»
Me motiva especialmente publicar estas líneas el hecho de que en las revistas siempre lucen y cuelgan grandilocuentes titulares: «Espectacular…», «Brillante resultado…», «Lo mejor…», etc., etc. Pues mire usted, también hay monterías y batidas de tres al cuarto, que todo no es «vivir en La Moraleja» o apuntando mejor, ¡cazar en Hornachuelos!, oiga. Y tampoco es necesario, créanme, porque cazar un primalón en batida en Prioro y tomarse unos garbanzos en El Pando, a mí, particularmente, me sabe tan bien como tomar ricas viandas en cualquier finca de relumbrón, entre corbatas y tebas. Y que no se ofenda nadie, por Dios.
Llega a parecer que, si no juegas en el Bernabéu, no existe el fútbol, ya me entienden. Que una cosa es el negocio de la caza y a veces, otra, bien distinta, cazar.
¿Y las migas? Bien, gracias.
Del revés, por Ángel Luis Casado Molina / Fotografías del autor
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