Salir al campo por la mañana temprano y oír la codorniz cantar anima el cuerpo hasta de nuestros perros.
La recogida de la cosecha sigue adelantándose año tras año. Los rastrojos son la cara del campo, otra hora, mar de espigas por estas fechas. Y las noches tampoco parecen el refugio de vida que fueron, donde tomar un respiro al sofocante calor.
Cambia el clima, parece. Codornices con
Pero hay cosas, situaciones, rutinas, que permanecen inalterables, como la afición, la pasión por cazar la media veda cada verano. Al abrigo del fugaz frescor del amanecer y de rotundas tardes con temperaturas fuera de sí, pero que disfrutamos con el perro y la escopeta en la mano, buscando la emoción de la postura de aquel y del encare del arma cuando la ocasión se presenta. Pareja inseparable en la media veda. Media, por la cauta y discreta pluma. Entera, por la belleza y bravura.
Parca ha de ser la percha
Parca ha de ser la percha como generosa y grande nuestra responsabilidad para que sigan cantando codornices en nuestros campos, como antaño, sabiendo que antaño no fue ayer, que hay que ir más atrás.
Campos de alfalfa, rastrojos, cauces de agua con o sin ella, vegas o perdidos de piedra y tomillo, donde no pisaríamos si no fuese por trastear estos olvidados predios en los que busca refugio y comida el hada del campo.
Si hay algo que nos motiva especialmente a los cazadores es que nunca hay dos jornadas de caza iguales.
Codornices con paraguas
Como inigualable era la manera de practicar la caza (la más singular de todas que he podido ver o escuchar) de esta pequeña ave que llevaba a cabo nuestro compañero de cuadrilla Abilio (q.e.p.d.). Palentino, buena gente y todo un personaje, que la ejecutaba… ¡con paraguas en vez de perro!
La escopeta al hombro y el paraguas entre las manos, abriéndolo y cerrándolo por delante, espantándolas y cuando levantaban el vuelo, tiraba el paraguas, agarraba la escopeta y les sacudía estopa. ¡Genio y figura!
Después de esto quedan menos imposibles, quizás tan sólo las peras del olmo.
El futuro nos aguarda, siempre llega. Las codornices, también.
Por Ángel Luis Casado Molina
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