Yo, que estaba escribiendo sobre la seca que no nos quitamos de encima, me veo hoy con las botas katiuskas dentro de un charco de agua clara tras la tormenta, cual chiquillo que las estrena yendo al colegio. La verdad es que aún me cuesta creerlo porque pensé que íbamos de cabeza a pasar la travesía del desierto, entiéndase el verano, sin agua en la cantimplora siquiera. Y aunque estas lluvias no vayan a paliar la escasez que sufren los pantanos, le dan algo de aliento a nuestro campo y veremos si da para superar el estío.
El monte estaba como si fuera julio y en ‘cuatro días’ hasta las abejas parecen haber resucitado
Y es que el gesto tan nimio de meter las botas en el agua y caminar por el charco me hace revivir y disfrutar sabiendo lo que supone para plantas, animales y… para nosotros, que también lo somos (de ahí debe venir mi alegría). En el mes de abril y mitad de mayo el monte estaba como si fuera julio y en ‘cuatro días’ hasta las abejas parecen haber resucitado. El campo canta y bulle de nuevo, explosiona, deja atrás la cara reseca que mostraba, reverdeciendo y cobrando vida hasta lo que creía muerto. No podrá ser igual que una primavera normal, pero lo tomo como un milagro.
Para un día que llueve, salgo a disfrutar lo que llevo meses sin poder hacer (recechar) bajo una fina lluvia
Me vengo arriba y decido salir a mojarme un poco, total, para un día que llueve, salgo a disfrutar lo que llevo meses sin poder hacer (recechar) bajo una fina lluvia. Saco el rifle, la mochila, etc. y camino por un cortafuegos que está más limpio que una patena, pero pronto la cosa empieza a complicarse, las nubes dejan de tamizar la luz del sol, cerrando el cielo. El ambiente parece apagarse y va tomando un tono gris que me hace pensar que los rayos y truenos están ya demasiado cerca. Decido dar media vuelta y volver en busca de refugio en el coche.
Cuando llego, entre descargar y guardar el rifle y todo lo demás, lo que entra en el abrir y cerrar las puertas me deja el interior para pasarle la fregona. Llueve con tanta fuerza que apenas veo el pinar que tengo enfrente, a escasos metros. La tormenta arrecia y me hace sentir atrapado bajo su epicentro, batido por el viento y con el miedo asomando, por si de entre los resecos bosques cayera algún árbol en mitad del camino que me impida regresar o, peor aún, encima mío. El miedo guarda la viña y salgo del pinar más ligero de lo que entré. ¡Ya escampará!
Y escampó las botas
Tras la tormenta suele ser buen momento para ver animales, pero hoy parece ser la excepción. En vista de que la tarde sigue de agua, decido marcharme; recojo todo y recorro el interior del valle, de casi cinco kilómetros, con el coche, justo antes de anochecer, en el mejor momento de la tarde, llegando a ver tan solo dos solitarias hembras. Nada. Hay que ver cómo está el campo de difícil, aunque si fuera sencillo, ¿tendríamos la misma afición? Y luego, ¿por qué hay veces que las tormentas son buenos momentos para ver caza y otros…, lo contrario?
Pisar charcos alegremente y el disfrute de la naturaleza
Al día siguiente y a pesar del pronóstico del tiempo (que no se cumplió) con el que me fui a la cama, salí a cazar. Amaneció nuboso con algún claro que dejaba el sol brillar, sin viento alguno y con una temperatura de seis grados, ideal para recechar con ganas. El monte, empapado, cargado de agua; el suelo, mullido, suave, como una alfombra que se traga el ruido de mi caminar. Si tuviera que elegir las mejores condiciones para cazar a rececho esa mañana las tenía todas. Pero pasé tres horas andando por aquí y por allá sin alcanzar a ver más que a un corcete joven y un par de hembras. No me lo podía creer.
De la expresión ‘ponerse las botas’ dice la RAE que se refiere, generalmente, a «comer bien y en abundancia» y también, «enriquecerse o lograr un provecho extraordinario». En mi caso, todo quedó en pisar charcos alegremente y el disfrute de la naturaleza en lo más parecido a una primavera que se nos había negado.
Y es que la caza tiene días que ni está ni se la espera y eso también nos hace cazadores.