Doce campanadas repicaban en la televisión y doce campanillas sonaban en mis recuerdos. Las que Romel, Paloma, Sena, Nelo, Pinto, Taiga, Chulo, Duque, Sagra, Serio, Rayo y Rasca hacían sonar colgadas en sus cuellos un día cualquiera de caza.
Doce uvas poniendo fin, echando el cerrojo a un año que ya es pasado y del que entresaco a una docena de perros en nombre de todos aquellos que se fueron tras habernos regalado no pocas jornadas de caza. Y que, como 2022, se han ido, para siempre.
Un oficio duro el de los monteros y rehaleros
Duro oficio este de monteros y rehaleros cuidando de ellos sin necesidad de leyes que obliguen, tan solo por afición, por pasión, con dedicación diaria, ¡a lo largo del año!, sin descanso ni lucro que justifiqué tal esfuerzo. Grandes son los Delfino, Marcos, Luis Ángel, Juan, Diego, Carlos, Chema, Boni, Santi, Jose, Galleguín, Roberto, Pablo o Saúl de este país nuestro y no sigo porque a todos no los puedo citar y ya lo siento.
Caracolas, cornetines y ¡hasta pitos!, con perdón, oirán mientras cazan, pero es la voz del amo quien les guía y conduce por el monte, buscando rastros que hasta los encames los lleven, mientras con su alegre cantar, irán diciendo por dónde van.
Saltaron la cuerda de El Castaño, cruzaron por el Portillo del Carro, llegaron hasta el collao de los Pilones… y por ahí siguen, refrescando los apelativos de nuestras sierras, de nuestras montañas para que la memoria conserve cada lugar, cada rincón de ellas, por su nombre…, que lo tienen.
La caza cimienta su grandeza en el generoso y, a veces, dramático esfuerzo de perros y de quienes les guían
Y tras el levante, las carreras, el acoso, la persecución hasta desfallecer si llegase el caso, cuando la bala certera del cazador no lo fuese tanto y no echase a rodar la pieza o cuando se vaciara por el pico aquel que no ocupaba ninguna escopeta…, escurriéndose por rañas, jarales, brezales, hayedos, pedrizas, nieve a través o en las aguas de un pantano.
De todo esto hemos sido testigos. Porque la caza cimienta su grandeza en el generoso y, a veces, dramático esfuerzo de perros y de quienes les guían. Porque nuestro corazón no late igual con el cochino escullido que asoma por el puesto a bote pronto como el que lo alcanza después de que comenzáramos a oír, a lo lejos, el «jai, jai» del perro que lo mueve y, poco a poco, logra que se nos vaya aproximando hasta terminar cumpliendo en nuestra postura. En momentos así, al corazón hay que sujetarlo dentro…, cerrando la boca.
El buen perro de caza no se toma ni un respiro ni da una tregua
Y si andamos finos y lo ponemos patas arriba, la llegada del perro nos regalará el ahínco con el que reclama su derecho mientras muerde por donde puede o su instinto le dicte, arrancado jirones que reafirman su victoria. No olvidemos dejarles cebar. Es de justicia y además, les hará mejores.
Tras el lance volverán a contra rastro a seguir batiendo el monte, a seguir buscando, a seguir cazando…, porque el buen perro de caza (como Romel, Paloma o el Duque) no se toma ni un respiro ni da una tregua.
Doce campanillas sonaron
Doce campanillas sonaron, tan fuerte y tan alto como las campanadas de fin de año. De doce perros que son ejemplo de otros muchos que ya no están y, como el año cerrado, descansan en paz.
Por su afición y tesón seguirán en nuestro recuerdo, siempre entre nosotros.
Brindo por todos vosotros y también, por ellos.
¡Feliz 2023!
Por Ángel Luis Casado Molina
www.librosdecaza.es / [email protected]
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