Armas y munición Con la caza a cuestas

La mocha, por Ángel Luis Casado

La mocha Caza
La mocha, entre otros muchísimos nombres.

Nació donde tantas otras, en la localidad guipuzcoana de Éibar; la partida de nacimiento registra su alma vasca.

Fruto de buenos aceros y mejores maderas, pero, sobre todo, de las manos de experimentados artesanos que aún le dan brillo a un oficio instalado principalmente en aquella comarca, donde hoy lo que destaca es el Museo de la Industria Armera, testimonio de que cualquier tiempo pasado debió ser mejor.

No me lo contaron, pero supongo que llegaría hasta el corazón de La Mancha metida en una caja de cartón precintada con plomo y alambre. Corría el año 1968.

Yuxtapuesta, paralela, ‘el hierro’, ‘la herramienta’, ‘la plana’ o ‘la mocha’

Estas escopetas del 12 tenían, y tienen, más apodos que un mil leches. Del original yuxtapuesta quedó, para la lengua vernácula, en paralela, sin que por el camino faltasen ‘el hierro’, ‘la herramienta’, ‘la plana’ o ‘la mocha’.

Desde el Cuartel la mayoría salían en fundas de lona que el tiempo roía sin demasiado esfuerzo y que no evitaban los golpes, protegiéndolas tan solo de arañazos, aunque, eso sí, facilitaban su transporte. Otras, en cambio, ni tan siquiera dormían en funda alguna pues acababan guardadas en un saco, tronchadas, tal cual, antes de su montaje. El saco quedaba hecho un ovillo rematado, para asegurar el contenido, por un cordel y, ¡ale, al monte!, donde seguramente algunas noches pasaban al raso en los adentros de cualquier tupida mata, apartada de la vista, asegurando el tránsito tranquilo por los caminos de la sierra al furtivo.

La mocha Caza

Si algunas escopetas hablaran…

De los tiempos tardíos de la posguerra y de la segunda mitad del siglo pasado, de donde venimos muchos, aventuras habrá como para escribir un libro, al punto de que si algunas escopetas hablaran…

Sucesora de la de perrillos llegó con importantes innovaciones: expulsora, con repujados muy labrados hasta en la llave, culata sin excesos, pero con forma o algún detalle. Siempre, ánimas lisas en cañones, unidos por la lista y la solista (que no eran dúo musical y continúan sin serlo). El punteo de sus pletinas recogía estampas, cinegéticas o no, grabadas con gusto y perfección. En fin, para aquellos sesenta (y hoy en día), un arma de buen manejo y mejor ver.

La mocha Caza

Multiusos

Escopetas para todo uso. Desde caza mayor a la menor. Disparando las afortunadamente ya prohibidas postas hasta balas de plomo fundido de elaboración casera, pasando por los diferentes cartuchos con distintos tipos de culatín y longitudes. En mis inicios de vainas de plástico que, poco a poco, fueron retirando a las que quedaban de cartón. En cuanto al perdigón, más que de ‘sexta’ o ‘séptima’ eran para el conejo o la perdiz… y valía, oiga.

Era sencillo colocarles elementos de ‘visión nocturna’

Fácil de equipar con elementos de ‘visión nocturna’: sobre la lista se le pegaba cinta aislante blanca, a todo lo largo, hasta el punto de mira. También se le colocaban a la altura de la bola del citado punto unas orejitas recortadas en papel blanco de cierto grosor con forma de V, que facilitaba apuntar en la oscuridad.

Por último, aquellos faros de bicicleta que portaban una llave negra sobre el mismo (para seleccionar largas y cortas, que ya me dirán ustedes, siendo la fuente de energía la dinamo colocada en la rueda, cuánta potencia podía sumar para darle mayor alcance). Se les añadía una pletina de chapa, previamente protegida, que se enfundaba en los cañones y, con un cable corto, con el inicio pelado y rematado en forma de anilla, se introducía por él la yema del dedo.

Y cuando era necesario prender la luz del faro, se llevaba hasta el cañón, donde hacía masa, convirtiendo la oscuridad de la noche en luz de día…, que es un decir, porque lo cierto era que, tras alumbrar tres o cuatro veces, la intensidad de la luz se venía abajo rápidamente y aquello tenía un alcance de atranca cañón, no más. La dinamo, como fuente de energía, había que sustituirla por cuatro pilas de petaca, convenientemente enlazadas entre sí. Finalmente, un repaso al conjunto con una mano –a brocha– de pintura verde daba al invento un mayor camuflaje y ese punto de acabado de fábrica que uno quería imaginar.

Todos estos preparativos eran tan entretenidos como las posteriores esperas, fuesen a patos o jabalíes, que eran las que yo más practicaba.

Nunca antes la industria armera y la de bicicletas debieron ir tan de la mano.

Una herramienta para llenar el puchero casi a diario, para eliminar alimañas, para espantar amigos de lo ajeno…

El uso que se les daba, tanto de día como de noche, las convertían en una herramienta como decía, para llenar el puchero casi a diario, para eliminar alimañas, para espantar amigos de lo ajeno, etc., etc.

En general, no conocían aceite ni baqueta que pasara por el ánima de sus cañones y el brillante pavonado negro del estreno, poco a poco, mutaba en pelirrojo de óxido, por el frío y humedad de viviendas e intemperies, que hacía temprana mella en ellas.

¡Hasta para tirar al plato!

Tuve la fortuna de heredar la de mi padre, que alumbró mis primeros pasos en la caza. ¡Hasta tiradas al plato llegué a hacer!, destrozando las espinillas de adolescente, ensangrentándome el rostro, dejando mi cara y hombro morados para unos días, pero era lo que había.

Luis Arrizabalaga, cerrada hace años, imprime su firma, de Éibar, como las de muchos de ustedes.

Armas que son tesoros auténticos de nuestra memoria.

La mocha, por Ángel Luis Casado Molina

www.librosdecaza.es / [email protected]

 

Hablando de corzos
Hablando de CORZOS es el quinto libro de Ángel Luis Casado, el aficionado a buena lectura, a la caza en general y al corzo en particular está de enhorabuena.

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