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Safari Njema, prólogo de Laureano de Las Cuevas de El pájaro de la miel

el pájaro de safari.
Federico y Laureano en la última edición de Cinegética, donde el primero dedicó todos ejemplares que disponía de ‘El pájaro de la miel’.

Safari es sin duda la palabra más utilizada de la lengua swahili, que goza del dudoso honor de ser su origen desconocido para la inmensa mayoría de quienes la usan. Pero safari, como toda palabra o expresión en swahili, trasciende su significado. Un safari, no es simplemente un viaje. Es por ello que la expresión utilizada desde tiempos inmemoriales en gran parte del este de África, para desear todo tipo de suertes y fortunas al viajero; safari njema, alcanza cotas mucho más elevadas que el simple anhelo de un buen viaje. Y eso es lo que te deseo en esta maravillosa singladura que desde la piel de Fede vas a comenzar.

 

 ¡Safari njema rafiki! el pájaro de

 

Comparto la opinión con quien piense que acabo de situar a la cabeza un estupendo final. Pero ese es el riesgo de ‘contratar’ los servicios de una mente anárquica y nidificada. Y si Cristóbal Colón construyó Fuerte Navidad empezando por el tejado… Aquí es donde debería aparecer un «1 en superíndice» indicado una nota al pie. Pero conociendo al autor y su amor por la geometría, no voy a darle el disgusto, además de aliviar al maquetador, situando ésta a renglón seguido.

1 Pese a la creencia popular, Colón no comenzó a construir «a casa por el tejado». Sino «una torre y fortaleza, todo, muy bien, y una gran cava», con los restos del naufragio de la nao Santa María en la costa norte de la isla que llamó San Salvador (actual costa de Haití) constituyendo el primer asentamiento español (del reino de Castilla en realidad) en el Nuevo mundo. Aunque lo que si es cierto, es que las famosas Torres de Colon en Madrid, si lo hicieron de tal guisa.

Sirva lo anterior para dar una pista sobre los oficios de Fede Calzada, y su gran pasión por la exactitud y el detalle,  para aquel que lo desconozca. Y no, no era marino mercante. Bueno, creo que con añadir que, es un cántabro residente en Burgos (como en el un, dos, tres), ya hemos cumplido con la parte biográfica del asunto.

 

Escribir un prólogo, es algo muy arriesgado. Lo dice uno de los mayores ‘saltadores de prólogos’ que conozco, sobre todo en la endogámica literatura cinegética contemporánea; pues esa antigua costumbre, aquella donde los griegos situaban un personaje que introducía la trama a los espectadores para que entendieran en qué momento empezaba la representación, y que debe ser la verdadera esencia de un prólogo, se ha perdido. El prólogo en la actualidad se ha convertido en moneda de cambio, donde en algunos casos se tiende a pretender la atención del lector por encima incluso de la del libro prologado. Creando en algunos casos la antítesis de un prólogo, una obra dentro de otra (personalmente, hubiera mandado a Ortega a freír puñetas), dejando este de ser la herramienta concisa y breve donde invitar a la lectura de la obra. Y para muestra un botón.

 

Pretender que alguien abiertamente confeso en su antipatía hacia el ‘safarismo’ prologue un libro donde se narra un safari, siendo consciente de ello. Es sin duda digno de un loco. Orate partícipe de esa poética locura, que alunó al pobre Alonso Quijano, quien a fuerza de leer libros de caballería, torna en caballero andante, «cada uno es artífice de su ventura». O quizá, el desafío de un genio.

el pájaro de

Ahora que lo pienso, podría perfectamente imaginar a Federico sobre Rocinante, arropado por las leyes de la caballería, a la búsqueda de batallas, doncellas y dragones, alentado por los ideales del caballero andante, la lealtad, la cortesía, la generosidad y la franqueza como norte, honrando así a su Dios, a su dama, y a su señor… Si aguantáis unas letras más, asistiréis a la transformación de Rocinante en un Land-Rover, de la lanza en un maravilloso express Johan Fanzoj…  y aunque la mona cambie la cota de malla por la vieja zamarra de piel, y a su fiel Sancho por el siempre sonriente Tupu. Esa conducta que distingue al caballero, plasmada quedará con creces en lo que a continuación acontece. Solo un poco más de paciencia.

el pájaro de

Acabada ya la ‘lisonja’, que sinceramente no pretendía, pero ha surgido como un rapto de nostalgia. Todo lo que hay que saber del autor, respecto a su férrea ‘línea de vida’, esa a la que nos asimos para no caer en algo peor que la muerte; queda prístinamente cincelada por el autor en la Reflexión e Introducción previas a la narración, donde nos revela su forma de entender la caza, y por tanto la vida. Todo está dicho, no seré yo quien pretenda mejorar lo ya expresado por él.

 

El pájaro de la miel. Cuando saqué el manuscrito del sobre de burbujas que me entregaba el cartero en una soleada mañana de agosto frente al inmenso azul del Cantábrico, el mismo azul con el que Federico amanecía en su amada Santander; no pude evitar una amplia sonrisa. Que cabrito, no podía gustarme más el título. Esa ignorante sonrisa que pensaba en algún colorido colibrí, un abejaruco quizás. Nunca en una pequeña ave de ‘modesta librea’, con el que Fede volvía a sacarse un as de la manga, desnudando al naturalista que lleva dentro, jugando la carta de la simbiosis entre hombres y animales, conjugando en voz alta la caza y la conservación.

 

Existe en el valle del río Escalona un conjunto de cuevas, las ‘Cuevas de la Araña’,  que albergan en su interior una ‘exposición’ de arte rupestre, ese con los que los hombres prehistóricos dejaron constancia de su cotidianidad. Famosas por sus escenas de caza de cabras con arco y flechas, pero más aún por la peculiaridad de una escena poco habitual; la representación de una figura humana aferrándose a unas lianas para recolectar miel de una colmena, rodeado de abejas. La evidencia más antigua del consumo de miel por parte del Homo sapiens. Una epipaleolítica escena que bien pudiera haber sido pintada hace 8.000 años.

Y aunque actualmente el área del Indicator indicator se circunscribe a selvas y sabanas del África subsahariana. ¿Podría haber guiado a nuestro recolector, un antepasado del pájaro que vio Fede? Me temo que sea más probable que sea a la inversa, y fuera un antepasado de Fede, quien recolectara miel al sur del Zambeze, guiado por un antecesor del pájaro de marras, hace más de 140.000 años.

 

No voy a justificar, pero si a precisar mi comentario anterior sobre la antipatía hacia el ‘safarismo actual’, generalizado de forma terriblemente injusta. Sobre todo, pues es deseo e intención del autor que, este sea un libro que pueda ser disfrutado por cazadores y no cazadores. Pertenezco a una generación que ha tenido la fortuna de criarse colgando sogas en los árboles tratando de imitar a Johnny Weissmüller, esmorrándose en la imposible travesía de alcanzar el árbol de enfrente. Esa generación que fabricaba con palos y pitas, arcos, flechas y lanzas, armándose como aquellos guerreros masáis que hostigaban a Allan Quatermain en su busca de ‘la tribu blanca’.

Recuerdo haber somatizado el dolor de piernas de Burton, o como aquel diminuto escarabajo, devoraba el tímpano de Speke, mientras atravesaba «Las Montañas de la Luna: En busca las fuentes del Nilo». «Infinidad de veces me pregunto por qué seguimos y no tengo respuesta. Me pregunto y el eco nefasto me contesta: ¡pobres idiotas, el diablo os conduce!», anotaba en su cuaderno de campo el propio Burton.

 

Aquellos que hemos crecido bajo la alargada sombra de Haggard, Verne, Burroughs o Salgari; deleitándonos con las crónicas y relatos de Conan Doyle o Kipling, testigos de la decadencia y caída del imperio colonial de la pérfida Albión.

O sin salir de casa, hemos podido recrear los lances, de Yebes, Agosti, Urquijo… Aquellos que hemos tenido la incalculable fortuna, de escuchar en viva voz, desde nuestra juventud (y no tan jóvenes), las vivencias de nuestros cuatro Weatherby: Madariaga, Medem, Zamácola o Pepe Madrazo. Y otros tantos grandes cazadores africanos, españoles; Sánchez-Ariño, Cardona (el rull de Jávea), y otros tantos menos conocidos, como Zúñiga o Achucarro, que nos han hecho soñar tantas veces con ese África indómita y maltratada, que hoy nos muestra Fede Calzada, entrando a formar parte de ese olimpo reservado a los grandes facedores de sueños, pues quien no sueñe con África mientras lea este libro, no merece tenerlo entre sus manos.

 

¿Quién no ha querido ser Denys Finch Hatton, el Tcol. Patterson, o el mismísimo John Houston? Vestir la piel del cazador blanco de negro corazón, del ingeniero cazador de devoradores de hombres, o de aquel sobre cuya tumba reposan los leones con la caída del sol…

Es posible que quienes hemos idealizado el África colonial, o aquella que no ofrecía lodges con duchas alicatadas hasta el techo y mullidos colchones con chocolatinas sobre la almohada, donde no existían estructuras prefabricadas colocadas ante artificiales bebederos donde solo es cuestión de tiempo que la víctima acuda a beber, mientras la espera transcurre wasapeando o viendo Tik-Toks desde una cómoda poltrona a tiro de piedra. Es posible que esos mismos experimentemos la añoranza del algodón de la tienda de Fede, las duras jornadas de caza a la huella, y el incómodo hide recién cavado y oculto tras las ramas que la cercanía ofrece, sin nada más que escuchar, observar, cazar.

 

No voy ni de lejos a criticar a quien no comparta esta forma de entender la caza. No me queda más remedio que considerar legítima cualquier forma legal de cazar. Es más, estoy absolutamente convencido de que sin esa fuente de ingresos que lleva décadas permitiendo la conservación y pervivencia de las especies cinegéticas africanas, ya no habría que conservar. Pero permitidme comulgar con uno de los pioneros y padre de la moderna conservación, Aldo Leopold, quien afirmaba que «el comportamiento ético es hacer lo correcto cuando nadie más está mirando, incluso cuando hacer lo incorrecto es legal». Estoy seguro de que si Leopold y Fede se hubieran conocido, sus interminables conversaciones hubieran sido memorables.

 

Solo espero que la diosa Fortuna sea amable conmigo una vez más y, en un futuro no muy lejano me permita volver a compartir con Fede un delicioso martini con un chorrito de ginebra (agitado, no batido). Pero esta vez en uno de esos lugares donde «un viajero va esparciendo trozos de su vida por donde puso el pie» y que entonces un pájaro de la miel pretenda atraernos con su canto hacia las colmenas. En ese lugar donde estoy seguro que el Señor descansó durante el séptimo día, aunque la siesta siempre la ‘eche’ en España.

Laureano de Las Cuevas

 

Prologuista y autor un día de caza con otro buen amigo, Isidro Borrego.

Relacionado el pájaro de

El pájaro de la miel, arte desde el titular

 

El pájaro Federico
Portada de El pájaro de la miel.

Dónde y cómo conseguir El pájaro de la miel (cazando en África)

Se puede adquirir (de momento) en Serbal de los Cazadores y en Editorial Solitario

PEDIDOS POR PRIVADO

Por correo electrónico: [email protected] (indicando nombre y dirección)

Por WhatsApp: +34 609 405 072 (indicando nombre y dirección)

PVP: 75,00 € (IVA incluido)

 

 

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