Ventanilla
Ventanilla es un pequeño pueblo de la montaña palentina. El diminutivo de su nombre es un reflejo de humildad, aunque puede, y bien, presumir de ser ventana a los más bellos paisajes de la Reserva de Caza de Fuentes Carrionas. Y, además, ser cuna de los autores de uno de los más grandes libros publicados en España sobre el lobo: ‘Tres Clanes’.
Batida con buena parte de la cuadrilla Peña Robledo, tediosa, hasta que…
Tengo la enorme fortuna de compartir cuadrilla de caza con dos de los tres hermanos que llevaron a cabo el enorme trabajo del citado libro. En su compañía y en la de buena parte de la cuadrilla Peña Robledo, dimos el pasado 5 de noviembre una batida al jabalí en el cuartel que toma el nombre de la localidad.
Nos tocó en la zona alta de la montaña y allá que subimos en el de San Fernando (ya saben, un ratito a pie y otro…), con el tiempo metido en viento y frío, como es normal en estas fechas. Nuestra armada cortaba el hayedo desde el sopié hasta la cumbre, siempre por la cara norte, la que mira al pueblo. A buen ritmo la ascendimos, llegando a sudar incluso, y eso que Raúl, postor, ¡tiene mal las rodillas!
La batida fue pasando sin demasiada gloria hasta el mediodía, cuando Raúl disparó sobre un buen jabalí sin saber si le habría acertado o no. Para comprobarlo, Jose, tras recoger a sus perros, para allá subió y anduvo removiendo el brezal. Aquello calentó la cacería porque salieron varios jabalíes que, al final, animaron bastante la jornada.
Con las tijeras de podar en la mano
Mientras esto sucedía, la cosa, como les contaba, andaba bastante tediosa y, quizás por ello, a nuestro amigo Juan, se le ocurrió que era buen momento para coger las tijeras de podar que solemos llevar en la mochila (para aclarar, si es preciso, un poco el tiradero en los puestos naturales porque la vegetación crece deprisa) y subir a un árbol próximo del que colgaba algo de muérdago.
Dejó el rifle bien apoyado en el tronco mismo del árbol al que iba a subirse y se armó con las tijeras. Y cuando acababa de cortar una ramita…. sintió llegar por detrás un hermoso jabalí, de unos cuarenta kilos, que se quedó parado mirándole con ojos de búho. Ojos que Juan describía fuera de sus órbitas, de susto (quizás de perplejidad, también). No creo que hubiera visto muchos monteros subidos a los árboles, creo yo. Hay que entender al animal.
Lo cierto es que a Juan le dio por pensar cómo resolver aquello y le pareció oportuno no tirar las tijeras al suelo para no espantar al jabalí y aprovechar que estaba allí parado para bajarse por el lado opuesto y ver si aún le daba para alcanzar el rifle que, en el árbol, quedó apoyado. Y no le fue mal del todo porque en unos instantes lo intentaba encarar, aunque se le atolló a medio camino al engancharse la culata en el montón de ropa que llevamos encima. Pero, como el animal huía, lo quiso remediar doblando el cuello, metiendo el ojo por el visor, como fuera (ya debe haber pedido cita al fisio para recuperarse). El caso es que el jabalí corría escuchando los tres balazos que le logró mandar nuestro amigo sin que le hiciesen el menor rasguño en su pelaje, según pudo comprobar después.
Sangre, ni una gota. Del muérdago, una rama. Y la guinda del pastel fue que pisteando al animal encontrara dos de las tres balas que le había largado. La primera la vio alta y las otras dos quedaron enterradas a escasos metros, retorcidas en las piedras.
En los años que llevo cazando, les aseguro, no haber oído nada parecido.
Muérdago
Muérdago. Dice la RAE, planta parasita, siempre verde, que vive sobre los troncos y ramas de los árboles.
La costumbre navideña habla de colgarlo en la puerta de casa para que capte todas las malas vibraciones y hechos negativos acontecidos en el hogar. Hay que conservarlo colgado todo el año y el 13 de diciembre del año siguiente quemarlo para eliminar los males captados por él y, en su lugar, se vuelve a colgar uno nuevo, antes del 24 de diciembre.
El jabalí se libró. Juan llevó a casa el amuleto contra los malos augurios y a nosotros nos regaló esta peculiar historia.
¿Alguien da más?
La caza, que siempre depara anécdotas inimaginables.
Muérdago, por Ángel Luis Casado Molina
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