No pienso perderme ni una fiesta ni un insulto. No pienso perdonar un beso, un abrazo o una sonrisa. No pienso guardarme un pensamiento, una opinión o una crítica. No pienso dejar de decir que sí, de decir que no o de decir te quiero.
No pienso darte una sola oportunidad de escaparte, de quererte o de odiarte. De decirte que te adoro o que te detesto. Que me importas o te olvido. De demostrarte que vivo o muerto no pienso bajarme de tu barca.
No pienso darte la opción de irte sin pelear, de odiarme o de abrazarme. De cruzarme la cara o entregarme tu flor. Porque tú, mitad novicia mitad ramera, eres el abismo ligado a la besana. El todo o nada. Eres tú.
No pienso curar mis heridas sin limpiarlas con tu saliva. Ni permitir unas caricias que no acaricien mis cicatrices. Te juro que no pienso irme sin darte un portazo. Sin darte un guantazo. O el beso más sincero que un amante pueda dar en el corredor de la muerte.
Eres la más temida y querida de todas las bazas. La más deseada y maldecida de todas las apuestas. Y tú, vida mía, vida de todos o vida de nadie, eres lo más mentado en los pasos insulsos del ser humano.
No pienso tirar mi toalla. Ni permitirte un empate. Prepárate para sangrar. Porque mis puños están deseosos de sentir sus fracturas en tus huesos. Prepárate para sentir la aventura de un aventurero. Prepárate VIDA MÍA, para sufrir un producto explosivo de tu propia existencia.