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La espuma del mar, por MJ ‘Polvorilla’

La espuma montería
La espuma de mar…

El aire pica de proa. Es un vendaval. Pero en lugar de estar surcando mares estoy navegando en las proximidades del Moncayo, del helador reino de Bóreas, el señor del frío. El Cierzo del Moncayo lo llaman. El bufido del invierno en toda su esencia.

Intento mantenerme de pie en esta cuerda que me mueve con violencia. Es viento huracanado. Y además a mínima temperatura. Puerta abierta a la hipotermia. Y aprieto el paso asiendo el rifle a la espalda. Es la última montería de mi temporada cuando echo la vista atrás y veo que es la primera vez que los elementos se ponen tan frontales –tan sumamente en contra– que apenas oigo, no veo y no es posible aguantar en el puesto con la que está cayendo.

En esos instantes en los que hay que hacer tiempo a que pare lo que no va a parar, con la barbilla pegada al pecho, gorro de lana fuerte, músculos tensos como la maroma de un ancla… me acuerdo del mundo que siempre me atrajo por sus historias, nombres y destrezas: la mar. Y lo llaman en femenino como en el campo llamamos la corcha, y no el corcho. O la caza y no los bichos montunos. O la pela o esquila de las ovejas, y no el esquileo.

El campo se adelanta a los tiempos modernos. Y es que en el campo la mujer ocupa quizás el lugar más importante de la vida del hombre, que es su hogar, su rancho, sus hijos o el cuidado de sus animales más cercanos. aY por la importancia de ella, por su valeroso esfuerzo diario, su atención hacia el núcleo de nuestra vida, tornamos en femenino a las cosas bravías e importantes que hacen que siendo ella, el asunto cobre mayor importancia. Y ahí los marineros se abrazan una vez más con el campo; arena y monte unidos de nuevo. Y es su estribor lo que podría ser nuestra umbría. O su babor nuestra solana, su proa sería el poniente y la popa la aurora. Los cabos son guitas, el ancla podría ser el barrón de una vertedera.

La tela es la simiente que da esperanza a los barbechos. Y «a todo trapo» una expresión idéntica a galopar «a tumba abierta». Así podríamos continuar hasta el final. Porque la mar y la lumbre son los dos puntos cardinales a donde van siempre nuestras miradas y pensamientos hipnóticos. Toda persona se queda fija ante una candela o la inmensidad de la espuma. El sonido del fuego y del mar en calma dan sosiego y paz a cualquier reunión, elegancia a cualquier verso, pasión a cualquier momento apasionado.

Tengo un amigo marinero que duerme y huye a la mar en su día a día, navegando a vela y viviendo de lo que viven los que felices son: de cumplir sus sueños. Tiene un barco que se llama el Bagur y tuve ocasión de pisar su eslora en las contadas ocasiones que siempre compartíamos. Un vino y un abrazo eran los únicos ingredientes necesarios para quitarnos la palabra de la boca. Y si a él le interesaba el monte –que conocía por ser hombre de mundo– a mí me interesaban más las lindes infinitas del azul del mar, sus libros, sus historias y su léxico, rico y variado, cargado de respeto, de protocolos, de orden.

El mar no tiene polvo como tampoco tiene falsedades. Porque en la mar todos se desnudan sin quitarse la ropa, por ello los marineros son gentes libres que libres viven hasta que se funden con la brisa y las arenas.

Sigo caminando ante este huracán. Comentan en las noticias que hay casi cien kilómetros por hora, cincuenta y tres nudos diría mi compadre desde el Bagur. Pero hoy me doy cuenta de que los cazadores no somos tan valientes como los marineros. El temporal en tierra te permite resguardarte en una cueva, encontrar un barranco donde eludir el ábrego o la ventisca, dormir un poco sin preocuparte de encallar o volcar.

Los hombres más valientes de la historia son aquellos que se lanzaban a los océanos en busca de gloria en vida o en muerte. Hombres rudos y con dos raciones de arrestos por barba. De malas pulgas y agilidad pasmosa. La mar quiere hombres bragados para que bailen sus tangos. Y la mar, cuando se arremanga las faldas, necesita titanes que surquen por sus entrañas, sin mansear y con respeto, pues a la mar no la dominas, con la mar navegas. No es como la sierra, que siendo bravía el hombre puede roturar sus mieles con caminos y miradores. El monte es hermoso y más dócil que su prima de aguas cristalinas.

Parece un capricho más del destino, que sea pisando arenas de playa a lomos de Talibán cuando me entero de tu partida hacia lo eterno. Un gran cubo de agua fría para estos tiempos donde los buenos nacéis de la escasez. La tristeza pudo menos que el recuerdo. Tu semblante moreno de tez y rubio de crines, brazos fuertes terminados en manos fuertes como yunques. Y la sonrisa perpetua del que vive navegando en las páginas que ha escrito en busca de la felicidad.

Dicen que la vida es como la espuma. Por eso hay que darse como el mar.

Fue un honor navegar a tu lado amigo Perero. Descansa en paz Juan Pedro de la Torre.

La espuma de mar, por M.J. “Polvorilla”

 

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