Hay montanera. Eso se debe a las aguas que cayeron en junio que avivaron esperanzas de otoño. También abunda la arbequina y la corniche en los olivares verde ceniza y en sus primos los acebuches. Se barrunta estación, o eso dicen las cabañuelas que tan bien regenta mi amigo Pablo. Pero el agua no llega. Y si no llega vamos a hacer un pan con unas tortas.
Las bellotas de roble y quejigo -las primeras- dan paz a los estómagos inquietos de los venados. Las encinas verdeguean sus copas, pero tiene que llover. Los tractores levantan una polvareda tremenda mientras tiran abono -por cierto, ¡qué precio tiene este año!- y entierran simiente. Siembra en polvo y recogerás en colmo… pero también rezan que “la seca de octubre siete lunas cubre” así que jodidos estamos si no se riega el suelo.
Todo está preparado para el gran día. Ha sido tiempo de mimo, alimento y respeto. El guarda fue marcando los puestos en función de las querencias. No se trata de coser la mancha; se trata de meter pocos perros y colocar bien las posturas. Para quitar lo más maduro, la cosecha de carne que tiene la sierra. Para recoger lo justo y dejar la simiente joven para el futuro, siempre guiada por las matriarcas del grupo. No me gusta matar las ciervas más viejas.
En las piaras, si queremos descastar, hay que limar las primalas -las hembras nacidas el año pasado- porque las adultas seguidas de gabatos sabemos que paren. Y los gabatos en tiempo de otoño no se ven bien si son machos o hembras con plena seguridad. No me gusta matar, no lo soporto. Me gusta cazar. O eso decía Fausto -el guarda- que anda estos días de malas pulgas porque del éxito de la montería se ve la eficacia de su trabajo. Pero el aplauso -y la propina- dependen de que haya sobre el cemento un buen número de los suyos -de sus compañeros diarios- y es un sabor agridulce preparar todo para que se lleven lo que tú cuidas.
Se han señalado las traviesas, los cierres y los sopiés. Se han avisado las mulas para recoger las reses, arreglado dos pasos malos del camino para que los coches de los señoritos puedan entrar, se avisó al tío Confite que hace las mejores migas de la comarca para que esté antes del alba a preparar treinta kilos de desayuno… Las vacas se sacaron de la mancha hace días y los vecinos han sido avisados para recoger su ganado y que no haya problemas con los perros. Organizar toda esta fiesta es un lío, un lío del carajo. Y Fausto está de mal humor porque los nervios le tienen cogido el estómago. La luna tiene los cuernos para arriba y eso quiere decir que trae agua… pero las noches están viniendo serenas y frescas, perfectas para que algún intruso quiera hacer una lobada.
Ya se acerca la fecha, todo y todos preparados. Dice el parte del tiempo que va a llover, que va a llover mucho. Pero Fausto y su gente andan indiferentes a eso. Porque en una fiesta a veces se comen langostinos y en otras cordero, en unas se baila flamenco y en otras pasodoble. Pero los buenos artistas bailan si los músicos saben tocar. Y aquí Fausto y su equipo son los que tienen los instrumentos… Y nosotros los bailarines. Así que no nos vamos a echar atrás…
Hay varias fincas que viendo la previsión han anulado… Anular una montería es uno de los fracasos más grandes que hay. Una montería se anula por niebla, porque los caminos se han cortado esa noche por el agua… o por imperativo legal. Pero no se corta porque llueva o haga viento. Aunque haga un día para “estarse en la cama con la mujer de otro”, la montería -y todo lo que la rodea- se debe llevar a cabo según lo previsto.
Y allí acudimos, pertrechados de buenos abrigos y con algún paraguas en el coche. Y ¿qué pasó? Lo que tenía que pasar… que hizo un día que ni a pedir de boca. Que la vida premió a los valientes que no le retiraron la mirada. Y que Fausto, conforme de que los monteros no mansearan, recibiera su aplauso.
Al amor de una copa de vino le di la enhorabuena por la organización. El granuja me contestó: “¡así se comporten los músicos, se comportan los artistas!” Músico o artista no sé exactamente mi papel en esta fiesta. Lo que está claro es que nunca fue más cierto eso de que el mundo es de los valientes, que no somos terrones de azúcar… Y que la lluvia no rompe costillas.