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No hay quinto malo, prólogo de Laureano de Las Cuevas de HABLANDO DE CORZOS

hablando de corzos
Ángel Luis y Laureano hablando de corzos en la pasada edición de Cinegética.

La faena al quinto de la tarde fue memorable, el maestro Ángel Luis Casado Molina realizó una lidia sublime a aquel morcalo de nombre Hablando de corzos.

Entusiasmo en las gradas, lo único que podía privar al maestro de sus trofeos era el indulto –casi asegurado– de Hablando de corzos.

¡Vítores al torero y al toro!

Cuando al unísono la grada requirió la presencia de otro maestro en el ruedo, maestro que esta ocasión actuó en el tercio de banderillas, algo que hizo con primor colocando los tres pares de palos ‘de poder a poder’ en lo más alto de Hablando de corzos.

«¡Qué salude también Laureano de Las Cuevas Álvarez, qué salude Laureano…!», vociferaba enardecido el respetable.

Los maestros, los amigos, abrazados en los medios; Hablando de corzos camino del toril y de su libertad.

Libros, corzos, caza y toros.

 

Hablando de corzos
Hablando de CORZOS

No hay quinto malo

No tome al pie de la letra el respetable el dicho que antecede, pues los cuatro anteriores embisten ¡Y de qué forma! Obras de estampa y trapío cuya bravura y codicia dejan patente la casta del autor.

 

No tengo claro si Ángel Luis Casado tiene la costumbre de adjudicarse al quinto de la tarde como segundo de su lote, como ‘Guerrita’, sabedor de que, en aquellos tiempos, cuando aún no había sorteo, los astados eran lidiados por el orden que disponían los ganaderos, quienes reservaban para el quinto lugar aquel que tenía mejor nota (Anecdotario del Cossío). Pero, pese a su carga de simbolismo y tradición, las frases hechas a veces yerran, como seguro lo hace también mi apreciación. Será únicamente el respetable quien tenga la potestad de juzgar a este quinto morlaco.

 

Tampoco sé si es casualidad, o como tal, una broma del destino, que de forma incorrecta se refieran en el lenguaje taurino como ‘el astado’ a un animal que no tiene ‘astas’. El toro tiene cuernos; astas tienen los cérvidos y, aunque en los ruedos acepten pulpo como animal de compañía, en la obra de un venador no sería de recibo igualar un toro con un corzo. Y puesto que la intención del autor en este caso es hablar de nuestro pequeño astado, creo que será más correcto continuar HABLANDO DE CORZOS.

‘Instrumento imprescindible de gestión’

En un momento aciago para la narrativa corcera, donde cualquier agujero es trinchera, la ‘sobreabundancia’ de artículos y trabajos cinegéticos avivados por la artificiosa necesidad de justificar la caza como ‘instrumento imprescindible de gestión’, ocupan portadas y blogs en infausta defensa ante la amenaza woke. Instagram y algunos medios tradicionales dan alas a barbilampiños ‘influidores’ que no distinguen un majuelo de un serbal, amparados en la complacencia de algunos espaldas plateadas que han encontrado su nicho en el universo de los unos y ceros, desde donde atrincherados tras cazuelas y fogones, reivindicando el digno final de las piezas cobradas, tratan de conquistar sus mentes a través de su estómago. Algo así como una joint venture entre la amenaza de Ahmed Ben Bella y los guisos de la novia, pero con cecina de corzo y chorizos de jabalí.

 

En un momento en que el sueño de la razón produce monstruos, donde el estro, la diapausa o el peciolo del ruibarbo, se imponen sobre el dulce olor del petricor, echo de menos la liturgia del orden en el zurrón, el lumbago que el aún frío abril produce en esas gélidas y húmedas amanecidas, donde algunos buscan la sombra de un sueño mil y una vez acariciado con la punta de los dedos, pero que sólo fue eso; una ensoñación. Esa agridulce sonrisa que produce saberse inferior ante esa obra de arte que Dios puso en el Jardín del Edén, ese al que hoy llamamos España.

Ética, costumbre, tradición, respeto al animal abatido…

Afortunadamente, aún hay valientes que no han renunciado a mostrar su vergüenzas, y pueden permitirse el lujo desempolvar los viejos legajos y señalar con el dedo palabras o ideas, que no tienen nada de nuevo; ética, costumbre, tradición, respeto al animal abatido, final en la mesa, mesura, esfuerzo, confianza, conservación, cocina, gestión, y otros mil y un palabros de candente actualidad, que hoy son simples ecos de lo ya pronunciado antaño con la misma naturalidad con la que un pie sigue al otro ascendiendo a la asomada donde pretendimos completar una etapa más en el largo camino de una salida de caza que jamás caerá en el olvido, haya o no algo que colgar en esa escarpia que espera su momento en la pared. Esos ‘legajos’ hoy recogidos en una antología de artículos y relatos, simplemente, HABLANDO DE CORZOS.

 

Gracias Gutenberg, en que buen momento se te ocurrió esculpir pequeñas letras que suceder conformando los textos, que de otra forma nunca hubieran llegado a nuestras manos. Gracias a todos aquellos que habéis permitido universalizar el alma de aquel que tiende su mano al patio de sus recuerdos, y nos permite realizar con él su viaje, calzar sus botas, tropezar sus miedos, alcanzar sus logros, y padecer sus fracasos.

Repaso la nostalgia de las cumbres de los níveos Picos de Europa

HABLANDO DE CORZOS, repaso la nostalgia de las cumbres de los níveos Picos de Europa que se atisban desde la montaña palentina. Cuántas veces habré preguntado «cuánto queda papá», en esas tortuosas carreteras flanqueadas por el Rubagón, el Saja, el Nansa, el Deva…, orillados por bárcenas que esperan la crecida de las aguas que bajan desde las brañas de los Sejos, Peña Labra o el Cornón, camino del desfiladero donde Don Pelayo lloró dos lágrimas que se erigen como moles, tras derrotar al moro en el monte Auseva. Mágica encrucijada donde, entre zarzas y brezales, un corzo despistado hizo realidad los sueños de un novicio corcero.

 

HABLANDO DE CORZOS, me quedo con un palmo de narices tras ese ‘ladrido’ cruel con el que ese pedazo de cabrito me obsequia en una entrada perfecta a una treintena de metros, mientras escucho como el alfombrado robledal quiebra a sus pies, y yo también le ladro apretando los dientes y me contesta y se esfuma como la brisa se escapa entre los dedos. Con un palmo de narices me quedo tras llegar a ese punto de agua tan querencioso al observar junto a la huella del ‘antenista’, quien lleva dos años jugando conmigo al escondite, las inequívocas almohadillas de un desubicado signatus que no ha sido invitado a la fiesta, reventándome la tarde y quién sabe si también esa maravilla que no ha vuelto a dar la cara. Cuántas veces nos habremos quedado con un palmo de narices; y las que nos quedan.

Cuántos tornillos te quedan

HABLANDO DE CORZOS, mientras recorres España persiguiendo ‘espejismos’ preguntándote con cada helada, tormentón o nevazo, cuántos tornillos te quedan, pues claro está que son más lo que has perdido bajando valles, haciendo cumbres, brincando pedrizas, dejándote la vista tras las lentes escudriñando cada milímetro de infinitos parajes, descarnando tus rodillas pisteando espectros que no sangran con la confianza ciega en tu fiel amigo de agudo olfato. Derrochando amistad a manos llenas con unos compañeros de viaje, con quien sobran las palabras, hermanos de otra estirpe con los que has bajado al infierno y conquistado el cielo escuchando al viento sonatas, operas y cantatas en el silencio de esa soledad deseada, emociones contenidas y lágrimas de alegría exprimiendo el buttolo al celo, atalayando ilusiones, levantando el rifle… recechando corzos.

 

HABLANDO DE CORZOS es el preludio del sexto de la tarde, antesala de una merecida salida en hombros por la Puerta Grande.

¡Gracias, maestro!

Laureano de Las Cuevas

Enero de 2024

¡Olé, maestro, y gracias!

 

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