Autor: José Garcia Escorial
En mis lecturas infantiles cuando me recreaba leyendo las historias de Tarzán de Edgar Rice Burroughs, me imaginaba a este personaje sobreviviendo en una húmeda selva montañosa repleta de animales, algo así como el Parque Virunga, el de los gorilas.
Cuando fui a cazar a África por primera vez, ya sabía que me encontraría algo muy distinto, que donde había idealizado a Tarzán, el Rey de los monos, pero jamás pensé que la sabana arbustiva zambiana lindando con el Parque Nacional de Kafue, en el mes de julio y agosto fuera tan reseca y desprovista de cobertura vegetal.
Después de más de un centenar de viajes de caza al continente negro, uno aprende a diferenciar la época seca de la de lluvia, y los diferentes contrastes que causa la existencia o ausencia de agua sobre idéntico terreno.
No he dejado en los años pares de hacer una excursión cuasi específica para búfalos, empecé por Zambia, luego Zimbabwe, muchos años en Tanzania, alguno en Mozambique, repitiendo en Zimbabwe, y en 2012 en Tanzania. Al principio a finales de los ochenta y primeros de los noventa del siglo XX las excursiones eran anuales, pero ante la evidente paliza que sufrían las áreas de caza y sus poblaciones de búfalos, preferí dejar un año de descanso y acudir en los años pares, o en su defecto cambiar de área de caza.
Rotar la caza
Hace años estuve estudiando con la compañía número uno de África, la de nombre más conocido y la más ‘glamorosa’, hacer una rotación en las más de treinta concesiones que tenía tan sólo en El Selous, la mayor reserva de caza del mundo. La idea consistía en explotar cada año una concesión, que quedaría bastante aplastadita, pero no se volvería a cazar hasta pasados más de treinta años. Es como el ciclo de corta de madera a tabla rasa en enormes superficies, como en Canadá. Se cortan todos los pies, árboles de una parcela y no se vuelve a talar hasta pasados muchos años, más de cincuenta, que es cuando habrá de sobra toda una nueva generación de especies maderables de aprovechamiento forestal de aserrío comercial.
La idea era muy buena, pero no se llevó a cabo por diferencias económicas, yo ofrecía una cantidad inferior a la que deseaban, o ellos me pedían una cantidad superior de lo que se podía abonar. Aunque quizás en ese momento hubiéramos cambiado el concepto de explotación cinegética en las zonas públicas de África. Ahora, por desgracia, ni existen en poder de una compañía tamaña cantidad de bloques de caza, ni tampoco dispondríamos de gran cantidad de clientes cazadores necesarios para poder acometer esa empresa.
La concesión elegida en 2012 era en una zona cercana a la que he estado cazando personalmente desde hace más de veinte años, y donde cientos de cazadores españoles han podido disfrutar de magníficos safaris, el suroeste del Parque Nacional de Ruaha. Este parque es el segundo en extensión de Tanzania, después del Parque Nacional del Serengeti, y alimenta a una serie de bloques de caza que rodean su perímetro, siendo el oeste del parque, conocido por Rungwa, un nombre mítico en la historia de la caza africana. Las concesiones del sur del parque, nuestro cazadero habitual, durante tantos años, fueron absorbidos y en la actualidad forman parte del mismo parque. En 2012 cazaríamos lindando con los terrenos tan conocidos hace años.
Comodidades modernas
Llegamos a la pista de Rungwa sin problemas, el grupo era multinacional porque a cuatro españoles se había añadido un norteamericano que velaba sus primeras armas en África. El Caravan monomotor, el mejor avión para desplazarse en África, y salir en pistas de tierra, despegó de la larga y acondicionada pista de Rungwa, de vuelta a Dar es Salaam.
Algo más de tres horas me dieron tiempo de comprobar que habíamos llegado cinco minutos después de las lluvias. Cuando muchos cazadores me preguntan cuál es la mejor época para cazar búfalos, les digo que cinco minutos antes de que empiecen las lluvias. Pero la meteorología es caprichosa y se adelanta o retrasa de manera impredecible, por lo que es imposible acertar a ciencia cierta. No era muy buena noticia, pero en peores situaciones me había encontrado.
¡Hay que ver lo que han cambiado los campamentos de tiendas de campaña! Me refiero a los auténticos, no a los cómodos y sofisticados lodges, Las breves tiendas de antaño han dado a paso a espaciosas estancias y con las cremalleras funcionando. Si además se pone por encima un tejado de paja, las hará menos calurosas, menos frías, y las protegerá tanto de la lluvia como del viento.
Los baños en suite son un invento. Recuerdo con horror la única letrina comunal comparándola con el actual inodoro sin entrar en detalles. La ducha también ha cambiado ya no depende de la habilidad del tent boy en rellenar un bidón de 200 litros con la temperatura deseada por el usuario, ahora cualquier campamento calienta día y noche por un ingenioso, simple y barato mecanismo que combina caldera y fuego de leña, hasta los más sofisticados y caros sistemas de gas (que solo he visto en Botswana).
Los primitivos campamentos, iluminados con la oscilante llama de un carburo, dieron paso a los grupos electrógeno; la aparición de las placas solares fue una revolución, pues aseguró una luz nocturna, lo suficiente para no tropezar o abrirse la cabeza por la noche.
Los sistemas de frío también han cambiado una barbaridad: de la nada para enfriar, se pasó a una pequeña nevera donde se agotaban las escasas bebidas frías con la llegada de los cazadores del primer coche, por lo que en muchas ocasiones tuve que limitar el consumo, ya que había personas que a lo largo de un safari nunca llegaban siquiera a tomarse una cerveza algo fresquita. En la actualidad los arcones accionados por gas, productos químicos, o electricidad, aseguran bebidas frías. Y del hielo, de no haber nada, a tener unas prácticas máquinas de hielo que abastecen al grupo más numeroso y más alcohólico.
No estoy hablando de Safaris de extra lujo, sino de los corrientitos, aunque hay que tener en cuenta que estos safaris corrientes no bajan de los 1.000 dólares día por cazador, que multiplicados por los días de caza dan para comprar muchas ‘maquinitas’ que hagan hielo.
Un par de tres
Mi reloj y, también, el GPS indican que estamos por encima de los 1.200 metros sobre el nivel del mar. Es una buena noticia ya que noviembre puede ser muy caluroso, máxime si las lluvias han hecho acto de presencia, pero también asegura la inexistencia de mosquitos, no así la molesta mosca Tse-Tse, pero tampoco muy abundante, parece que de nuevo me voy a librar de un malariazo, pero no dejo de ponerme mis potingues protectores después de la obligada ducha diaria.
Ángel es el líder del grupo, fuimos al mismo cole y compartimos también la universidad, ha triunfado de modo pleno en su actividad profesional, también ha cazado mucho, pero será la primera vez que lo haga conmigo. Una lástima nos hemos perdido muchas oportunidades de compartir juntos experiencias, pero esperamos tomarnos la revancha. El ambiente no puede ser más agradable, y nos encanta a los dos, remontarnos a nuestra infancia en el colegio, o a nuestra juventud llena de amigos comunes. Antes de salir de Madrid tengo claro que le voy a dedicar la mayoría de mi tiempo.
En el primer día de caza, no tenemos fortuna, estamos buscando búfalos solitarios, pero estos son más listos que nosotros y solo les alcanzamos a ver corriendo a toda velocidad a través de los árboles, sin posibilidad alguna de tiro. Veo un sable muy bonito, se lo digo a Ángel, me dice que tiene sable, este es muy bueno, sabemos por dónde anda, son bastante territoriales estos animales, seguro que nos volverá a dar alguna nueva oportunidad.
El segundo día nos ponemos a buena hora de la mañana en una huella de un grupo de tres búfalos, pero acaban cogiendo el aire, nos dan esquinazo, y nos volvemos. Quedamos en darles una vuelta por la tarde. En la sobremesa, mientras destapo las esencias que me han hecho famoso y presumido jugando al mus, le comento a Ángel que esa tarde, con suerte, nos podemos quedar con los tres búfalos. Le explico. Él ha cazado varias veces búfalos pero siempre de uno en uno, ahora le cuento como se pueden cazar los tres a la vez. El principio es muy sencillo y parece una verdad de Perogrullo, para cazar tres hay que disparar a tres distintos, esto es muy fácil de decir pero muy complicado de realizar, ha habido veces que ha salido genial como con los tres búfalos grandes de Juan Luis, o la manita, los cinco, con Joaquín, pero son muchos más los fracasos y las veces que el fuego se ha concentrado en un solo ejemplar perdiendo unas excelentes oportunidades.
Nos ponemos a trabajar siguiendo la huella a las cuatro de la tarde, el sol ya no aprieta, la marcha es agradable, los pisteros en la tierra húmeda siguen sin problemas el rastro, alguna parada para fijar el rumbo del grupo es la mayor incidencia. Registramos un punto de agua, con barro, acaban de estar por allí, y así se lo comunicó a Ángel, que esté atento, que tienen que estar muy cerca, tan cerca que casi los pisamos, se levantan sorprendidos, dos ejemplares se llevan su buena ración de plomo, el tercero despistado no huye de inmediato, y se medio tapa detrás de un árbol, le pongo los palos de tiro a Ángel, pero el búfalo se nos va, intentamos pistearle pero está en carrera franca. Volvemos, Ángel está emocionado con su primer doblete bufalero, son dos búfalos muy buenos.
Búfalos de montaña
Al día siguiente nos quedamos sin un coche, una maleta no vino, y la han enviado en el vuelo regular que llega a Mbeya, que está a ocho horas, aparte del natural interés del equipaje es el que trae la mayor parte de munición de boca ibérica. Por lo que Luis se viene con nosotros, ya ha cazado un primer búfalo, tiene otro en su licencia. No cortamos nada interesante, el coche se atasca en alguna ocasión en el barro, los problemas por no llegar cinco minutos antes de que lleguen las lluvias. Llegamos a la zona de montaña que linda con el Parque Nacional de Ruaha. Al pie de una montaña los pisteros se van a buscar huellas. Hace algo fresco por la mañana, pero cuando llegan los pisteros con buenas noticias, indico a mis compañeros que se queden en mangas de camisa, que nos espera una buena jupa de saltamontes. Han pasado tres horas, hemos llegado a la cota de los 1.800 metros, ¡éstos son búfalos de montaña!, las paradas son frecuentes y el cansancio hace mella en el grupo, los búfalos no están jugando con nosotros al ratón y al gato, simplemente están en su terreno, se desplazan lento, pero nosotros somos aún mas, la esperanza es que cuando el sol esté alto, se echen en un sitio accesible para nosotros.
Otra hora más, ya es mediodía, los ánimos están muy caídos, y las fuerzas escasean. ¡Al suelo, agachaos! Delante casi a doscientos metros, unas sombras negras están inmóviles, son los búfalos que están tumbados, de nuevo es un grupo de tres ejemplares. Uno de los viejos búfalos mira en nuestra dirección, pero no nos ha visto, es solo su estrategia de defensa, dirige la vista hacia donde estamos nosotros pero de modo aleatorio. Nos acercamos hasta ponernos detrás de un árbol protegidos de la vista de los búfalos, el medidor de distancia de mis prismáticos señala 120 metros. Luis es cirujano y un buen tirador. Le pregunto que si le apunta entre los ojos se quedaría con el que parece mirarnos, pero no parece muy a gusto con el tiro de cirujano que le propongo. Hay que seguir para adelante, la verdad es que no las tenía en absoluto conmigo, esperaba la estampida, pero no se produce. Nos ponemos a cincuenta metros, vamos a tirar, pero antes los búfalos se ponen de pie, Luis tira al del medio, y Ángel al de la derecha, al de la izquierda nadie le dispara. Como siempre esprinto hacia los búfalos, el primero va dando tumbos, espero llamando a Luis que lo despacha.
Dejamos a Ángel, agotado, con el game scout, y nos ponemos en busca del herido, el rastro nos lleva hasta una gran barranca inclinada y muy tupida de maleza, la cruzamos muy por debajo para evitar la emboscada. No vemos huella de salida en el otro lado, y cuando convenimos que mejor dejar que se enfríe y luego volveremos, el búfalo se arranca montaña arriba, una descarga cerrada le paraliza en una extraña postura. Cuando llegamos a buscar a Ángel apenas cree que hayamos acabado tan pronto, mi amigo le está cogiendo el gusto a esto de cazar búfalos a pares.
El quinto en su guarida
La lluvia nos deja en el campamento un par de días, menos mal que llegaron los refuerzos de munición de boca y, además, tanto asueto me otorga el Campeonato de Mus de África Oriental 2013 y además imbatido. Es que el ‘mus negro’, el de África, lo bordo, es mi ambiente.
La caza con tanta agua por todos los lados se ha desperdigado, y no está concentrada como en los primeros días, aparte que las paradas para desatascar los coches es un asunto cotidiano. Llegamos con facilidad a los grandes grupos de búfalos, pero los viejos solitarios han reducido sus hábitos de movimiento y no salen de las montañas donde ya tienen agua de nuevo.
Ángel tiene interés que su sobrino José consiga un buen búfalo, y nos vamos a las montañas con el joven.
El día es muy húmedo y sofocante, las grandes lajas de piedra resbalan mucho. Cortamos la huella de un solitario, buena noticia, apenas nos lleva un par de horas, el animal se desplaza lentamente, puede ser que le veamos al rodear alguna de las grandes piedras, todo el equipo va en silencio muy junto y muy atento, las señas son constantes entre nosotros al rodear las grandes formaciones rocosas.
La verdad que estoy disfrutando de este rececho de montaña detrás de un búfalo, mi altímetro vuelve a señalar los 1.800 metros de altura sobre el nivel del mar, a esta altura no vuela ningún insecto habitual de la sabana africana, tampoco se oye nada, nuestros pasos los atenúa el suelo mojado. De repente un ronco mugido, el pistero que sale corriendo a cien por hora y pasa a nuestro lado, un tiro después, dos, tres… me desplazo para cubrir el flanco derecho; no ha hecho falta José ha parado con su .375 H&H el búfalo a ocho metros, luego un tiro del .416 Rigby de Ángel y otro más del .375 H&H, y un viejo y magnifico búfalo de 42 pulgadas ha defendido su territorio hasta la muerte.
¡Qué curioso, estaba en su refugio entre las rocas! Su guarida solo tenía una entrada que a la vez era la salida, al ver taponada la salida cargó al pistero y cuando pasó casi volando al lado de José, éste le descerrajo un tiro al pecho que le hizo volverse, al reponerse, dos tiros casi sucesivos acabaron con su vida. ¡Adrenalina pura! Le comentamos a José, su tío y yo, que nunca volverá a tener un lance igual con tan estupendo trofeo.Rregistramos su guarida, sus camas, este viejo guerrero vivía en una fortaleza inexpugnable, una trampa mortal para cualquier depredador, incluido el hombre.
Gatos y sables
Me encantan los gatos pequeños, su caza suele ser casual, imprevista, pero cuando he tenido oportunidad de ver algún caracal, civeta, African wild cat, serval, siempre se lo indico a los cazadores. No recuerdo a nadie que tuviera la oportunidad de hacer un doblete de serval como el que hizo Pablo conmigo hace años en Tanzania. En esta ocasión fui el único que lo vio, y le dije a Ángel: «Tira a ese animal entre las hierbas, es un serval». Estaba seguro de que lo era, le voló la cabeza, pero estuvo muy rápido y preciso, además… ¡era un macho enorme!
Ultimo día de caza, con los objetivos cumplidos, pero siempre puede aparecer alguna sorpresa, un gran elefante, o lo que sea, todo menos que quedarse en el campamento. Pero no hubo suerte y bolos volvíamos al campamento para embalar y hacer cuentas. Me comía el campo con la vista. No me gusta volver bolo nunca, cuando en el mismo sitio del primer día, vi a la tropilla de sables. Salté del coche, puse la mochila en el suelo y le dije a Ángel que disparara al gran macho. Demasiado precipitado. Los animales estaban tranquilos, iniciamos un rececho, pero el macho se tapaba con las numerosas hembras, hasta que se destapó y un espléndido sable, de 44 pulgadas, de Ruaha, donde yo he cobrado mejores sables que en Kafue y que en Matetsi, estaba a nuestros pies. Un auténtico sultán, el animal más bello del mundo según mi personal escala de belleza.
Hay una parte de la aventura de la caza que no se puede dominar y es la de los accidentes, ya tuve mi ración con el accidente aéreo que sufrí hace años, también en Tanzania, también en Ruaha, también con una pista mojada. Nos fuimos para esperar al Caravan a la pista de la concesión de al lado, la de Harpret, apenas a media hora. Cuando llegamos ya estaba el avión, saludé al piloto y le pregunté en Swahili si todo estaba bien, me contestó que estaba preocupado por el estado de la pista. Nadie se enteró, pero al golpear el suelo éste se hundía. No dije nada pero tenía un canguelo importante. Cuando intentaron meter un montón de carne seca en la bodega, lo impedí.
Nos subimos todos los europeos, más de propina un profesional que regresaba. La pista era larga, no inmensa, el avión nunca cogió la velocidad de despegue, de casualidad yo iba sentado por encima de una de la ruedas y pude observar como se hundía en la tierra mojada impidiendo el avance, menos mal que el piloto abortó sin apurar la pista. Me puse histérico diciendo que nos bajáramos y que nos iríamos a la pista de Rungwa, no se intentaría un nuevo despegue. Llegamos antes que la Caravan, la pista estaba perfecta. Cuando aterrizó el avión, el piloto me dijo que a pesar de haber esperado casi cuatro horas le había costado despegar. Nos quedamos sin comprar artesanía, pero también evitamos que nos sangraran en la aduana de salida.
Espero que en 2013, a pesar de ser un año impar, las tierras regadas por el río Ruaha, vuelvan a ser pisadas por mis botas detrás de sus búfalos.
¡Ojalá! CyS
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