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‘Casualidad o verdad’, por M. J. Polvorilla

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Casualidad o verdad, por M. J. Polvorilla

Tranqueo con mi castaño abriéndome paso -con no pocos esfuerzos- entre una avena tupida y entrelazada que parquea el avance de mi caballo. La mies está madura, a punto de ser cosechada en seco pues el verde -el heno- ha traído tanta variedad de hierbas entre vallicos, tréboles y vezas que compensa empacarlos en sólidos bloques que servirán de sustento en los tiempos venideros.

El agricultor -como la hormiga- trabaja en verano con las proximidades del estío removiendo barbechos o apilando pacas, pues es ahora cuando se ve el fruto del trabajo hecho el año anterior. Y donde se verá también el futuro de lo que ahora practica.

Me detengo en una sombra a compartir un rato de conversación con los jornaleros. Por eso de que «el comer y el fumar, no quitan de trabajar». Es parte de su sueldo el compartir su sabiduría con los que nada sabemos. Un vecino pastorea con su ganado el rastrojo y, curioso, también se une a la tertulia. Y aquí el caballo y un servidor prestamos atención tiesos como las orejas de una cabra mirando a un precipicio. Es en esta conversación donde nacerán las teorías más arcaicas del mundo; las que son base de la lógica, ética y estética. Por su simpleza, se hacen grandes. Por su agudeza, imposibles de rebatir.

El ejercicio 2020 será recordado por dos cosas: por una pandemia que puso en jaque a un planeta y por una primavera sin parangón. Ha llovido en su tiempo, de manera constante y abundante, sin hielos ni calores, sin solanos ni granizos. Ha llovido a pedir de boca. Existe en el mundo campestre un ser que se lamenta más que las golondrinas que anidan en los porches de las casas al ver destruir sus nidos: los agricultores. Porque si el año es seco llora por su cosecha. Pero si es abundante en lluvias se queja del bajo precio del cereal. No existe personaje más insatisfecho con el entorno. Pero su presencia -siempre imprescindible- es sinónimo de buenas elucubraciones.

Defienden que este año ha venido grandioso porque no hay aviones en el cielo. Y será fruto de la casualidad, pero así ha sido. Además uno de los jornaleros anota la cantidad de anfibios que se ven en las charcas, ranas por doquier, y eso es porque hay muchos y variados insectos. Y a su vez porque circulan menos coches que matan en las carreteras millones de pequeños seres que sirven de sustento a otros de mayor tamaño, así hasta cerrar el ciclo.

casualidadEn aquella charla otro defendía que las ciervas van a parir más y mejor al colonizar nuevos terrenos no paseados ni invadidos por el hombre. En las traseras del huerto la otra tarde vio dos corcillos ya saltones y una gama a boca de parir. Y hacía años que no acudían gamos por esta zona. Ello implica que los predadores estén más repartidos, los pastos y territorios mejor distribuidos. Ha sido la calma -ese paréntesis horrible para el hombre- el que ha devuelto a la naturaleza la tranquilidad inusual de tener que esconderse entre las sombras de los montes, para dar luz y vida en rasos o praderas antes visitadas a diario por turistas…

No, no critico la acción del ser humano. Pues gracias a él existen esos prados, esas charcas y esos cortafuegos que protegen de los incendios. Pero desde la montura de mi caballo escuchaba atento las razones fundadas de aquellos pobres diablos que sin tener estudios estaban abriendo los ojos de una realidad al amor de una lata de sardinas y sabían más de la vida que una piara de catedráticos con una tiza y una pizarra.

No abrí la boca. No osé hacerlo. Porque -como decía aquél- más vale parecer estúpido por estar callado que abrir el pico y demostrarlo. Di por concluido el descanso y me despedí del equipo que volvía a su faena, con sus mascarillas colgadas de las orejas como si fuera el barbuquejo de mi sombrero de ala ancha que no ha vivido el Rocío este año.

Caminando bajo la luna de junio voy pensando en los muchos planes que quedan pendientes. El tránsito usual de la carretera ha disminuido tanto que el sonido de un camión hasta resulta anecdótico. Las charcas, rebosantes de agua cristalina, resuenan el cántico de sus habitantes, sólo roto cuando algún jabalí quiere llenar el buche provocando una estampida acuática entre las ovas que, por cierto, también abundan más. Dos culebras de herradura he visto esta tarde y tres lagartos grandes como ratas. Las oropéndolas parece que se quedan un poco más en el entorno. Y oigo a los arrendajos graznar más de la cuenta en los amaneceres. Parece que el campo bulle de vida a pesar de que el hombre -de alguna manera- esté muerto en su actividad cotidiana.

Una señora fue al médico con su hijo pues al rapaz le picaba la cabeza, el médico le examinó y extrajo un piojo de su pelo. La señora se excusó diciendo que aquello era una casualidad, que su hijo nunca había tenido parásitos. El médico siguió investigando y descubrió otro más. La madre insistió en que aquello era coincidencia, nunca antes le había ocurrido. El sanitario continuó y al rato ya tenía una bandeja llena de insectos. Se acomodó las gafas y respondió a su madre:

-Ya sé el diagnóstico de su hijo. Tiene la cabeza llena de casualidades.

 Casualidad o verdad. No sabría decirlo. Pero a ver quién coge esa mosca por el rabo…

 

Casualidad o verdad. Por M. J. Polvorilla, publicado en ABC el 5 de junio de 2020         

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