Hoy viene a cazar un antiguo compañero de estudios, Jorge Jara, a quien lo acompaña su amigo Félix. La mañana, para ser de mayo, se presenta fría. Si no fuese por la imponente explosión de colores que dibuja nuestros campos y el aroma que los acompaña, no sabría decir si tras el invierno habría llegado otro inverno más, al menos aquí, en la comarca de Villuercas-Ibores, donde nos encontramos. Es cosa casi inevitable de mujeres llegar cinco minutillos tarde… Me disculpo y saludo a Jorge y a Félix.
Con el primer café caliente de la mañana siento que se nota más el frío de fuera. ¡Qué tiempo, qué ganas de que salga el sol…!
Son las seis y cuarto de la mañana y las bromas y las risas ya se suceden entre fandangos de cacería que suenan de fondo en la radio del coche mientras vamos rumbo al cazadero. Importante que el buen ambiente esté presente desde primera hora.
Sin ánimo de entrar en valoraciones de lo ético, hoy se trata de caza en abierto, mi preferida, la ‘’natural’’, la esencia de lo salvaje y, aunque más difícil, el espectacular coto del que disponemos no hará imposible la tarea.
Tras las dos primeras horas de marcha no hay suerte. Hemos andado bastante, con pasos tan sigilosos que hemos conseguido meternos prácticamente encima de una hembra que comía plácidamente a la vera de un río. El arrullo del agua y el viento a nuestro favor también han ayudado a nuestra aproximación… Esperamos un buen rato, expectantes, con todos los sentidos puestos en derredor por ver si la acompañaba algún macho, aún oculto. Pero nada.
Hay que reconocer que el campo está imponente de hierba y los desconfiados machos, haciendo alarde a su apodo de ‘’duendes’’, no se descubren fácilmente. Prefieren sestear y comer en el cobijo del monte. Y eso no nos lo pone nada fácil.
La mañana va que vuela. Se empiezan a entrecruzar miradas de ‘’no hay suerte’’ y propongo la posibilidad de dirigirnos con el coche hacia la otra cara del cazadero. Tal vez en solana haya más suerte que de media umbría.
Tras dejar el coche y a escasos cincuenta metros de iniciar nuestra marcha, oímos ladrar a uno… o, como decimos en Extremadura, ‘’guarrear’’. Pero no lo vemos. Incluso dudamos que por distancia se haya asustado de nosotros. Se presiente que la mañana está hecha… y por las horas que son es mejor abandonar. Así que, pocos metros más avanzados, consideramos dar media vuelta y no molestarlos más, mejor probar suerte por la tarde.
De nuevo a las seis y media, pero esta vez de la tarde, nos disponemos a salir al cazadero. La ruta prevista es recechar un olivar que nos quedó por la mañana y subir a pie, recechando, hasta la misma solana donde nos ladró el corzo a última hora de la mañana. Desde luego, es una buena caminata…
La tarde se presenta en condiciones casi perfectas, no se mueve aire, se siente un poco de bochorno de tormenta y empiezan a caer contados goterones. Es probable que eso les haga moverse antes.
Según hemos llegado a la zona de olivar, y desde el carril que le hace frente desde el otro lado del valle, Jorge, con increíble vista, dice ver una pareja de corzos bajo los olivos. A primera vista yo sólo veo uno, comiendo tranquilamente. La hierba está tan alta que casi lo tapa por completo. Prismáticos en mano, confirmo que es una hembra. Pero, para su tranquilidad, decide rececharla para corroborar si hay uno o dos.
Siguen cayendo gotas de tormenta, mientras Jorge, solo, se dispone a cruzar el valle y dar vista desde más cerca a los duendes. Su amigo y yo permanecemos inmóviles, sentados en el suelo, observando a la hembra que se deja ver.
Ya casi encima, sus pasos sigilosos sobre las piedras sueltas alertan a la corza que, rápido, se pone de orejas y sale corriendo, marcando su popa blanca entre el alto hierbazal, hasta ocultarse en una zona de monte muy próxima a donde comía… ‘’Ahí sólo ha corrido ella’’, confirmó.
Esperamos el regreso de Jorge y continuamos con nuestro rececho. Seguimos andando y seguimos sin suerte… La sex ratio del corzo tiene que andar desequilibrada, pues vemos dos más, pero todas hembras… De nuestros machos, sólo sus habituales rastros.
Una de ellas la localizo a mi izquierda mientras bajamos una cuesta menuda. Silbo suavemente y les hago señales, sin hacer movimientos bruscos. Al reiniciar la marcha corre tranquilamente buscando el refugio de la vegetación.
La noche se va echando encima y no nos da tiempo a llegar hasta el lugar donde por la mañana nos ladró el corzo… En realidad, es mejor, porque habrá más posibilidades de encontrarlo al día siguiente que la misma tarde, cuando ya se le ha molestado, sobre todo si era un macho adulto, con lo recelosos que son.
Pues nada, primer día sin éxito. Ya montados en el coche, de regreso al pueblo, en mitad del camino, parada, mirándonos con esa curiosidad de la que sólo ellos hacen alarde, la otra corza. Ha corrido durante varios metros delante de nosotros hasta perderla de vista en una curva que hace el camino justo en el viso, y ahí la hemos perdido de vista. No sé si decir lástima que no haya sido un macho o gracias a Dios porque, justo en ese momento, con las armas descargadas, enfundadas… ¡uno se tira de los pelos!
El día siguiente vuelve a ser invernal, tanto que los días son cerrados de nieblas espesas. Menos mal que se va levantando a medida que amanece. Frugal desayuno y ponemos rumbo de nuevo a cazar… Esta vez nos vamos directamente a donde nos ladró el corzo la mañana anterior, con la curiosidad de ver qué nos encontramos…
Entre dos luces, un leve chasquido nos hace volver la cabeza e, increíblemente, nos cruza en ese momento un macho por detrás. Nos quedamos todos paralizados, boquiabiertos. ¡Excepto Jorge, que se acordó en ese momento de la madre del corzo! Gracias a Dios, se trata de un ejemplar joven que apenas cuenta con varas.
Murmuramos que quizás podría ser el escandaloso de la mañana anterior… y decidimos seguir buscando…
Apenas ha aumentado un poquito más la claridad del día cuando le digo a Jorge: ‘’Mira donde hay otro’’. A simple vista no podemos saber si es hembra o macho, sólo se deja entrever mientras come. La zona, empinada, con piedra suelta y una esquina de monte muy próxima a los perdidos olivares donde le acabo de localizar, no nos va a facilitar el rececho. Probablemente, se alerte de nuestra presencia y se marche antes de acercarnos a él a una distancia prudente para tirarle con seguridad, pues hay una distancia bastante considerable desde donde lo he visto.
Decidimos aproximarnos todo lo posible haciéndole un semicírculo, evitando echarle el aire. De nuevo, los prismáticos… y, en una de éstas, levanta un poco la cabeza para coger aire y avanzar unos pasos. Mientras come vemos que es un macho, un buen macho. El bulto entre las orejas se aprecia grande.
Ahora es el momento del cazador, le toca a Jorge aproximarse solo, hacerse un fantasma al pisar en las piedras, entre los olivos, para darle mejor vista y efectuar el disparo si lo ve viable. Es un cazador experimentado, se aprecia en su caminar, lento, midiendo sus pasos, controlando la respiración y usando el oído. Con su Ruger m77 .30-06 descolgado, le perdemos de vista en una pequeña vaguada y con las espesas copas de los olivos. Al corzo, situado algo más alto, lo seguimos dando vista. ‘’Mejor no movernos ni aunque nos pique la nariz’’, bromeo con un mínimo hilo de voz.
A la proximidad de Jorge, el corzo se alerta de la extraña presencia. Probablemente, por algún pequeño sonido de una ramita, una piedra… y el duende se pone de orejas, ¿quién estará perturbando ahora la tranquilidad de su territorio? Rápidamente se aleja apenas unos veinte metros dirección a la esquina del monte y se detiene para mirar atrás… Dicen que la curiosidad mató al gato, y a ellos les juega siempre muy malas pasadas.
Justo en ese momento, Jorge, que donde pone el ojo pone la bala, vio la oportunidad, la seguridad en el disparo, y a nosotros nos sobresaltó el estruendo mientras, sin perder de vista al animal, le vemos dar tremendo salto e intentar correr cuesta abajo hacia un lugar… a donde no llegó.
Enhorabuena por el trofeo, amigo; pero, sobre todo, por los lances. Espero que se repita pronto.
Por Vanessa Barba