Opiniones Pluma invitada

Recechando durante el arresto domiciliario, por Laureano de Las Cuevas

Recechando durante el arresto domiciliario

Recechando
Recechando: la flor de la jara.

Esta mañana, como todas, lo primero que he hecho al abrir el ojo ha sido mirar el despertador. En la pantalla aparecía junto a la hora un número, el 16. Un número que no me decía absolutamente nada. 16, pues que bien. Recechando

¡Atención, alarma!, ¿cómo me puede dar igual, saber o no en qué día vivo? Esto no puede ser bueno, ¿será el síndrome de Estocolmo? A mi mente acuden aciagos versos…

«Ay de mi triste cuitado,

que vivo en esta prisión,

que ni sé cuándo es de día,

ni cuando las noches son,»

… Y me imagino como el cautivo del romance, echando de menos esa «avecilla que me cantaba al albor». ¡Se acabó!, ¡no aguanto más!, esta tarde cuando termine mis telemáticos líos, me echo al monte. ¡Me echo al monte, como Dios pintó a Perico!

Vamos allá, una ducha y a arreglar la barba, pues al monte como al médico, hay que ir bien afeitado y con los calzones limpios. Antes de desayunar bajo al garaje y arranco el coche, en previsión de que este mes de arresto domiciliario, no se haya llevado también la batería. Aprovecho y compruebo que, como siempre, en el maletero una vara y un par de botas, aguardan estoicas su momento.

El día de la marmota y Jerki de caza

La mañana transcurre lánguida y aburrida, los mismos perros con los mismos collares, y la misma asfixiante sensación, de estar reviviendo el mismo día una y otra vez, como Bill Murray en El día de la marmota. Solo una pausa para repasar la mochila y revisar a «ojo cañón» contra la parabólica de enfrente, que el rifle sigue a tiro. Es capaz de enmendar el gesto de mi rostro, que ahora exhibe una amplia sonrisa. Balas, gemelos, telémetro, navaja, ropa de abrigo, y un capa ligera de agua, pues como siempre, la página web de la Aemet, no tiene nada claro si esta tarde lloverá, no lloverá, o medio pensionista.

El día va mejorando con augurios de una prometedora tarde, un mensajero me entrega una sorpresa de mi amigo Raúl, en vez de un cartapacio de tediosos papeles. Abro la caja de DIBE nervioso como un colegial, y descubro en su interior unos ricos lomos y tasajos de jabalí, y la esperada sorpresa «Jerki, de caza», esa deliciosa fuente de proteínas, pero elaborada a la antigua usanza. Aunque me tienta horrores meterle mano, creo que lo dejaré para cuando a la tarde trasponga la cuerda y reponga fuerzas con el taco. ¡Esto promete!

Tras una frugal comida, y ordenar mi mesa de trabajo haciendo montoncitos para mañana, repaso mentalmente todo lo que ha de acompañarme, y consulto un par de páginas web, para ver cómo andará el aire en el coto. Todo listo, allá que voy.

Recechando
Recechando: el brotar las peonías.

Brotar de las peonías, aroma de tomillo, la flor de la jara… 

En un abrir y cerrar de ojos, voy bordeando el Cerro, por la Umbría, camino de la pista del barranco hacia el Arroyo de la Casa. Aún no tengo claro por donde entrar, pues aunque internet dice que el aire viene de poniente un poco anortado, esa ladera en forma de media luna, es muy cabrona, y el aire revoca a placer como sople algo más de la cuenta. Hay que jugársela, o subir al margen del arroyo más tapado pero más lento, o tirar hacia Lanchas Lisas, más expuesto, pero con el aire de través mientras subo a tener el aire de cara.

Llegando a Lanchas Lisas, gemeleo donde el último día vi una pelota de pepas, y el año pasado me sorprendieron esa pareja de juveniles de real, que tantas veces me han acompañado desde entonces en lo alto. Este año me he perdido los vuelos nupciales que engalanan los cielos, el brotar de las peonías y los primeros aromas de los tomillos, y quizás lo que más me duela, esas primeras flores de la jara que tanto me gustan.

Aroma de la tierra mojada Recechando

El aroma de la tierra mojada casi me es extraño, y resuenan en mi cabeza las risotadas de Cipri, cuando le preguntaba esta mañana que qué tal estarían los caminos tras la granizada de anoche, loco, me llamaba descojonado de risa, cuando le dije que pensaba subir esta tarde.

Sigo subiendo, llegando algo tarde a la Tierra de la Villa, queda poca luz, pero suficiente para bordear el corralón y llegar a los riscos de la hoya, donde el año pasado marré ese impresionante corzo por imbécil, por no buscar apoyo tras una carrera ladera abajo, y tirarle sin resuello, lo dicho, por imbécil. Pero hoy, eso no me va a pasar. Pese al arresto, todos los día he hecho una hora de bici estática, y enredado algo con unas mancuernas, lo justo para no perder en demasía la forma, aunque he de reconocer que cinco kilitos de más llevo en la mochila.

Recechando
Recechando: «es el momento de honrar a todos los que hacen posible que yo pueda seguir soñando esas cumbres y embriagarme cada noche con sus rojizas puestas de sol».

«Venari non est occidere». Ni falta que hace

Prosigo impasible mi camino reconociendo cada piedra, cada mata, cada rincón de esos parajes que he transitado centenares de veces, descubriendo cada día una nueva figura en cada roca, en cada sombra. Y soy feliz, inmensamente feliz. Recorriendo cada curva de nivel, cada centímetro de ese 1:17.000 que me transporta, y me lleva a ese lugar del que no quiero volver. Pero son las ocho, y empiezo a escuchar los aplausos desde las terrazas y balcones vecinos. Es hora de volver a la realidad, ya hemos cazado por hoy, ¿o no? Pero ahora es el momento de honrar a todos aquellos que hicieron y hacen, a riesgo de sus vidas, posible que yo pueda seguir soñando esas cumbres y embriagarme cada noche con sus rojizas puestas de sol. Hala, a aplaudir.

Una vez más se revela cuál verdad irrefutable la célebre locución latina, divisa del Real Club de Monteros, «Venari non est occidere». Ni falta que hace.

¡Weidmannsheil!

Laureano de Las Cuevas, trigésimo segundo día del confinamiento

Recechando. Desde e

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