En 1905 se crean los Cotos Reales a modo de reservas para la protección de estas especies. En la foto SM Alfonso XIII en Gredos.
Hace unos días tuve el placer de realizar una entrevista a un reconocido personaje del mundo de la caza y sobre todo buen amigo, en la que a mi pregunta sobre si la caza y la política debían ir unidas, después de meditarlo un poco me respondió cabeceando, «¿la caza y la política juntas?, ¡malo…!»
Pero por suerte o por desgracia ambas van indefectiblemente unidas.
Estuvimos comentando sobre aquellos tiempos en los que recordaba que la caza no sólo no estaba mal vista, sino que era aceptada socialmente como una actividad absolutamente normal que contaba con el apoyo de los poderes públicos, bien es cierto que en los años 50 todavía no había movimientos ecologistas y/o animalistas… quizá sería por eso.
Lo cierto es que, como veremos, con el paso del tiempo los movimientos ecologistas en nuestro país, han ido entrando siguiendo una lenta evolución desde sus comienzos, pero afianzándose de manera progresiva hasta llegar al momento actual en el que su peso específico sobre nuestros políticos es mucho mayor que el de la caza. Pero aquí al contrario que en otros países en los que incluso han llegado a convivir sin problemas con los cazadores, en España se ha producido un choque casi frontal entre ambas posturas lo cual no es ni mucho menos beneficioso para el desarrollo sostenible de nuestro medioambiente.
Vamos a dar un repasito histórico muy básico, ya que no pretendo hacer una tesis sobre el tema, sino una charla amigable que nos ayude a conocer algo más sobre la relación entre la caza y la política desde digamos, principios del siglo XX hasta nuestros días.
Para ponernos en situación, nos iremos un poco más atrás en el tiempo. En un principio, las políticas de conservación estaban dirigidas fundamentalmente a la caza y a la ‘protección’ y cuidado de las especies cinegéticas que, como decíamos al principio de este artículo, gozaba de un respaldo social y, por tanto, político, y digo por tanto porque por suerte o por desgracia, raramente un político respalda algo que socialmente no se admitiera.
Así, seria en 1879 durante el reinado de Alfonso XII, cuando fue promulgada en España la primera ley de caza. Años después, en 1902 se promulgaría la segunda y tendríamos que esperar hasta 1970 para tener la tercera y última, por el momento, ley de caza a nivel nacional.
Interés científico
A principios del siglo XX, junto al interés por todo lo cinegético coexistía otro más científico por la naturaleza de manos de los llamados naturalistas, aunque por aquel entonces su peso específico no era ni mucho menos como el del colectivo cazador. Todavía este sentimiento por la conservación de la naturaleza como lo entendemos hoy día, no estaba suficientemente arraigado en la conciencia de los ciudadanos españoles, aunque se empezaban a poner las bases para ello.
En las primeras décadas del siglo XX comenzaron a llegar a nuestro país los nuevos aires que ya empezaban a implantarse en Europa desde principios de siglo y que serían el germen del futuro cambio de mentalidad con respecto a la conservación de la naturaleza. Se comienza a ver el valor de las especies animales en relación con la agricultura y otros recursos y las especies de cinegéticas empiezan a coexistir con otras cuyo valor ecológico empieza a reconocerse.
Pero todavía este sector naturalista o conservacionista no alcanzaba a tener fuerza a nivel político aunque en la sociedad empezara a calar su mensaje y, por tanto, esa fuerza no se vería plasmada en normativas o legislación específica sobre la materia. De hecho y corroborando lo anterior, las primeras medidas de esta índole se tomaron precisamente para la protección de aquellas especies cinegéticas que por una u otra razón veían peligrar su población. En esta línea, en 1905 se crean los Cotos Reales a modo de reservas para la protección de estas especies. Uno de los casos más conocidos de estas medidas políticas fue precisamente el de la cabra montés que como consecuencia de las mismas, vio recuperar sus poblaciones.
Pero como vamos apuntando, los tiempos van cambiando y ya en 1916 el conservacionismo va dando sus primeros pasos y nace la primera Ley de Parques Nacionales en la que se plasman otros aspectos a conservar y proteger como los paisajes, los espacios y como no, otras especies animales, no sólo las cinegéticas.
En 1918 se crean los dos primeros Parques Nacionales, el de Ordesa y el de Covadonga y con ello comienza una nueva visión de la naturaleza más acorde con los principios conservacionistas imperantes en Europa, lo que conlleva aparejado las primeras limitaciones a los diferentes aprovechamientos de estas zonas.
Los años treinta son testigos de la evolución de un proceso que ya empieza a resultar imparable. En estos años se van declarando más espacios protegidos y la política empieza a girarse hacia otro punto de vista más conservacionista,
Esto traía consigo que los ciudadanos de las ciudades iban viendo el campo como algo más de lo que se conocía como mundo rural propiamente dicho y comienza a surgir un movimiento de interés hacia esos espacios y las especies existentes en ellos, lo que dio lugar a la aparición de nuevas figuras en nuestros campos como la del ‘excursionista’.
Conciencia de conservación
Con el advenimiento de la primera República, este ‘auge’ del conservacionismo se continua y de alguna manera se va consolidando abundando en la línea de crear más espacios protegidos. Con ello, la corriente conservacionista va ocupando un papel cada vez más relevante dentro del pensamiento de los políticos de la época, aunque si es cierto que se basaba fundamentalmente en aplicarlo a la protección de espacios y con un interés sobe todo científico. Lo más destacable seria que dentro el aspecto social de la conservación de la naturaleza iba ganando cada vez más presencia dentro de la política medioambiental del país, quizá debido al aumento poblacional y al mayor desarrollo industrial.
Ya comienza a aparecer la conciencia ciudadana sobre la necesidad de conservar ciertos espacios y, sobre todo, los ciudadanos empiezan a ser partícipes de esa conservación al sentirse usuarios de ella, aunque todavía no se pueden detectar movimientos de los que hoy día conocemos como ecologistas que, como veremos, no surgirán como tales hasta principio de los años 60.
En todo este proceso, todavía la caza sigue desempeñando un papel importante en la política gubernamental como lo demuestra el que se mantengan órganos como la Dirección General de Montes, Caza y Pesca, con importante peso específico dentro de la política de los diferentes gobiernos. (Continuará).
Un artículo de José Ignacio Herce. Imágenes: C. Chamorro y A. Sanz