Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad
Seguro que Ricardo de la Vega no era consciente de hasta qué punto lo harían, mientras escribía el libreto de la zarzuela de Bretón.
Más de un siglo después, esa chanza. Quizás la frase más conocida de La verbena de la Paloma goza hoy de la misma vigencia que cuando fue pronunciada por primera vez en un escenario en 1894. Las nuevas tecnologías han traído de la mano de «las ciencias» multitud de técnicas y herramientas, que facilitan a muchos, y complican a unos cuantos, el devenir diario.
El mundo de la caza no es ajeno a esta mutación constante de usos y costumbres. Mientras, los jóvenes, imprudentes en su derecho por serlo, abrazan con ansiedad las nuevas tecnologías. Los no tan jóvenes tomamos cierta distancia, aquella que nos otorga la experiencia de ya no serlo tanto.
No es nuevo descubrir a bisoños e imberbes muchachuelos pregonar por las redes sociales esas telas de araña que, igual que transmiten, ahorcan. La idea de un nuevo concepto de caza, «la caza de rifle y smartphone».
Un nuevo concepto
Un nuevo concepto de caza que reniega de la privacidad del acto venatorio, que despoja del íntimo deseo de la soledad de las cumbres, impone tempos a las liturgias patrimonio del alma del cazador y marca los encuadres y posturas de la relación con la madre tierra. Despojando a este de su ser primigenio, negando la involución del cazador a su verdadero yo. Todo por un puñado de likes, para alimentar al monstruo.
Las nuevas tecnologías han traído consigo la proliferación de los ídolos con pies de barro. Personajes vacuos, cuyo único mérito es secuestrar las ideas de otro cambiando un par de palabras, rebotar en el ciberespacio las ideas y el conocimiento ajeno, como analfabetos funcionales. Eso sí, con un ingente séquito de palmeros, engañados por la petulancia de quien sabe vestir, y hace suyas, las ropas de otros.
Enormes y vacíos egos que prostituyen esa simbiótica relación entre el hombre y el medio. Mentes perversas que, al igual que el contrario a quien pretenden derrotar, utilizará las mismas armas: el constante bombardeo de imágenes, pretendiendo que por mil veces repetidas sean aceptadas en el subconsciente colectivo, mantras repetidos hasta la extenuación, con profundos y correctos mensajes, que no por pronunciados, comprendidos. Más bien cacareados.
Amparados en la obsolescencia del cazador, que no quiere perder su esencia, que no aparta la vista del entorno, que no tiene intención alguna de perderse el vuelo de la perdiz que ha levantado tras el chasquido de una rama, ni quisiera ver el envés de su presa a galope tendido, tras ser alertado por el timbre o vibración de ese innecesario WhatsApp, aquel que lleva en su zurrón, su teléfono móvil apagado, como baliza en caso de necesidad. Herramienta que es medio y no fin.
Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad
Para muchos jóvenes, y otros no tan jóvenes, la aparición de todas estas herramientas de comunicación, pequeños ordenadores, que te dan la posición GPS, programan la llamada a casa para que le calienten la cena y aseguran la vuelta al coche si la noche o la niebla se echan encima, o le llevan sin error al puesto de esperas o a la TrailCam, son una terrible arma de doble filo, pues restan facultades y pericias al cazador.
Las nuevas tecnologías, mal utilizadas, son una auténtica aberración. Poniendo, seguramente un mal ejemplo, es regalar un coche a un niño que no ha montado en bicicleta. El joven y el nuevo cazador, ya no quieren pasar por la bicicleta de ruedines. ¿Para qué? ¡Ya tienen el Fórmula Uno!
La experiencia de los mayores ya no sirve, ya no es necesario aprenderse las trochas o marcar con hitos o señales, memorizar piedras o siluetas, si tengo GPS en el smartphone. Para qué voy a aprender a distinguir huellas y rastros, cantos de pájaros o diferenciar el cantueso del espliego, si tengo una APP que haciendo una foto me indica hasta el color de los calzones del tipo que la fotografió antes que yo.
Eso sí, por supuesto, habrá que subir un selfie con lo que hasta hace unos minutos era una planta muy mona de flores azules. Con una nota al pie que diga «Lavandula angustifolia, no confundir con la stoechas, más propia de la cuenca mediterránea». Eso sí, poniendo mucho cuidado en enfocar el lado bueno, y no a la puta planta.
Afortunadamente, son los menos
Señores de la ACE, del RCM, del Círculo de Bibliofilia Venatoria, dejen ustedes de dar el coñazo con esos tochos, ¿no se han enterado de que existe el PDF?, pero no se crean ustedes que esta reivindicación tiene que ver con una exigencia medioambiental. Para qué quieren sus libros, si existe san Google. Ya no es necesario leer Veinte años de caza mayor, tecleando «caza Gasset», los smartphones regurgitan las cuatro frases necesarias para mantener el tipo.
Afortunadamente, los antes descritos, pese a hacer mucho ruido, son los menos.
La inmensa mayoría de los jóvenes y nuevos cazadores, al igual que los no tan jóvenes, conocemos el valor de lo nuevo y de lo viejo, alternamos la lana y el goretex, nos encanta leer a Foxá, a Laula o a Delibes, sin renunciar a consultar en internet, lo que sea menester para ampliar nuestro acervo.
Por supuesto que marcamos con GPS puestos y atalayas, las querencia de las reses y hasta los lugares de abate, fotografiamos plantas y utilizamos aplicaciones de todo tipo. Es parte de nuestro ser y, al igual que los primeros cazadores adornaban las bóvedas de sus cuevas con escenas de caza, nosotros colgamos nuestras vivencias en la paredes. Y nos asomamos a esos maravillosos mapas para revivir en las ortofotos los lances pasados o preparar los futuros, lo contrario sería de necios. Pero todo en su justa medida.
Existe una nueva generación que utiliza las redes sociales para difundir la caza, la realidad de la caza, y esa información necesita de rostros amables, de personas que muestren el camino, y que tengan sus minutos de gloria, ¿por qué no? Los tiempos están cambiado y con ellos nuestros usos y costumbres.
No me etiquetes
Pero no me etiquetes por tirar en cortadero con miras abiertas, en vez de con punto rojo; por mis delanteras de cuero en vez de con pantalones antiespino; por seguir memorizando las trochas o dejar piedras al pie de los árboles en vez de chinchetas luminiscentes; por usar la vara de avellano en vez del trípode de plástico; por mirar a las estrellas en vez de al GPS. Por no querer compartir contigo mi intimidad, ni estoy obsoleto ni soy un dinosaurio.
¿Seréis capaces de calzar mis botas? O, lo que es peor, ¿tendréis siquiera la curiosidad…?
Pero, como siempre, esta es tan solo mi opinión, y como tal, equivocada.
Un artículo de Laureano de Las Cuevas
Postdata: Y si soy un dinosaurio, soy un dinosaurio terriblemente afortunado.
las ciencias
las ciencias