En la recámara

El cuento del lobo

images_wonke_opinion_alberto-nunez_alberto-nunez-seoane-foto-portadaEs, sencillamente, vergonzosa la manipulación a la que algunos grupos de falsos ecologistas y toda la marabunta de mamarrachos ‘anticaza’, sacan a relucir utilizando, en esta ocasión, al lobo, como herramienta para malparir sus falacias.

Éstas son algunas de las grandes mentiras que se propagan, sin rigor ni rubor, a bombo y platillo, y también algunas de las verdades, obvias y evidentes, que se ocultan y enmascaran, sin pudor ni vergüenza: el lobo ibérico no sólo no está en peligro de extinción, sino que su población, afortunadamente, goza de un magnífico estado de salud y se expande con rapidez y continuidad.

No se puede garantizar el equilibrio ecológico ni la sostenibilidad del lobo sin la intervención humana. Por desgracia, ya es demasiado tarde, salvo contadísimas excepciones en toda la superficie del planeta, para conservar la biodiversidad y conseguir el mantenimiento de las especies sin que la mano del hombre intervenga para modelar, igualar, preservar o acotar el número de ejemplares de una determinada especie.

Hace tiempo que la Naturaleza dejó de ser virgen, y ahora, algunos, quieren que sea su puta. La codicia, no la caza; el furtivismo, no la caza; el tráfico de especies protegidas, no la caza; la depredación incontrolada, no la caza; y la delincuencia organizada, no la caza, han alterado, diezmado o extinguido gran parte de la riqueza natural que albergaba nuestro mundo. Ahora sólo resta actuar con sentido común y sin mojigatería, con decisión y sin ecologismo de pandereta y pancarta, con datos científicos, técnicos y sin politizar ni criminalizar a quienes respetamos, defendemos y amamos la naturaleza y sus inquilinos, de lo contrario, lo único que va a quedar van a ser Dumbo, Bambi, Pumba, el ratón Mickey, Pepepótamo, el Coyote y el Correcaminos.

El lobo causa daños y pérdidas económicas importantes a ganaderos y agricultores. Su naturaleza es predadora, su instinto le lleva a cazar y matar para comer animales salvajes o presas mucho más fáciles y asequibles: el ganado y los animales domésticos. Una población incontrolada y excesiva de lobos es incompatible con los legítimos intereses de las gentes que viven de sus animales. No tienen culpa ni unos ni otros, pero es un hecho incontestable y tratar de enmascáralo es, simplemente, mentir. Hay sitio para todos: para los lobos, para los ganaderos, para los cazadores y para los que disfrutan viéndolos correr en libertad en un parque natural; sólo hay que hacer las cosas con sensatez y lógica, olvidar antagonismos y rencores, sentarse, pensar, hablar y actuar, con cordura, tolerancia y sentido común, nada más.

No hay solución si no es solución; es decir, una opción consensuada por todas las partes, viable, efectiva y duradera en el tiempo.

Voy a poner un ejemplo que espero sea gráfico y explicativo: el Parque Natural de la Sierra de la Culebra. Acoge tres manadas de lobos y otra en terrenos que lindan con él, en total unos cien ejemplares. Se dan siete licencias al año para cazar lobos. Cada hembra dominante, las únicas que se reproducen, tiene una media de cuatro a seis cachorros, lo que hace un total de unas veinte crías anuales. Dado que no tienen predadores y disponen de alimento suficiente, el índice de supervivencia es alto –pongamos que salgan adelante 15-16 lobeznos–. Esto supone que cada año se incrementa el número neto de ejemplares en 7-8. A los dos o tres años, el lobo alcanza la madurez y debe abandonar la manada en busca de su propio territorio, pero éste es limitado o, simplemente, no existe, fuera del Parque.

Con estos datos y condicionantes, de un modo u otro hay que mantener estable la población, que es lo que se hace, y bien, en el Parque de la Sierra de la Culebra. En el espacio que hay pueden vivir los que pueden vivir, no más. Pretender que el lobo se reproduzca sin coto es condenarlo a la desaparición. En otros tiempos era la propia Naturaleza la que regulaba las poblaciones de animales salvajes, con eso hemos acabado hace muchos años. La deforestación criminal, la expansión descontrolada, la eliminación de presas y espacios naturales, la contaminación y tantos otros factores, han roto el equilibrio natural. Ahora sólo queda tratar de preservar lo que tenemos. La caza se torna entonces, no sólo necesaria si no imprescindible en este afán por cuidar el patrimonio.

Inventar historias, manipular datos, falsear realidades, criminalizar a los cazadores o contarnos, a estas alturas, el cuento de Caperucita y el lobo y, además, pretender que nos lo creamos, es pura hipocresía, bien teñida de un rosa hortera, bien enmascarando el odio, la estupidez o la ignorancia. En ambos casos… pura bazofia.

 

Por Alberto Núñez Seoane.

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