Fiel al principio de que ‘el que paga manda’, como asistente a la manifestación me veo muy libre de hacer las consideraciones que crea convenientes al respecto de la misma.
En primer lugar, comparto casi plenamente el criterio de los que no convocaron, por una simple cuestión de oportunidad. Si en este momento el mundo político se ha dado cuenta, por fin, de que ‘la caza también vota’, hasta el punto de que en Castilla y León han corrido a dar satisfacción a las reivindicaciones cinegéticas para dar solución al gran problema derivado del escandaloso auto del TSJ; hasta el punto de que en Castilla-La Mancha incluso prometen absurdos canales temáticos sobre Caza y un gratis total en las licencias para los votantes de la región; hasta el punto de que, salvo PODEMOS, ningún partido suelta exabruptos narbonienses contra nosotros (y cuando lo ha hecho su discípula y amiga, la actual ministra, le han salido al paso desde sus propias filas). Cuando se llega a ese punto, no es que se tenga que parar en nuestras reivindicaciones, sino que no se hace necesaria una demostración de fuerza para mostrar la que tenemos. Simplemente porque, si no sale bien, salimos escaldados.
La convocatoria de esa manifestación, principalmente desde algunos pescadores pero, curiosamente, sustentada en la masa humana de los cazadores, me pareció una temeridad. Si salía mal no sólo perderían los convocantes, sino la Caza (mucho más que la pesca, por más que fue quien la promovió). No a otros se han dirigido los mensajes en RRSS afirmando que fue un ‘pinchazo’, como también a nosotros se dirigían las pancartas de los animalistas que fueron a calentar al ambiente con sus provocaciones.
Pero no fue un pinchazo, gracias a Dios. Fue una manifestación más que digna.
No obstante, que no saquen pecho los organizadores, porque fuimos muchos los que acudimos en desacuerdo con quienes la convocaron, para intentar (y conseguir) evitar que su temeridad y su ánimo de protagonismo no perjudicase a todo el colectivo. Todos los que fuimos defendíamos la caza, pero creo que muy pocos eran seguidores de los convocantes.
Cuando todos reconocían que, cuando menos, la fecha, el recorrido, el formato y la organización fueron malos, malísimos, difícilmente se puede entender el empecinamiento en realizarla y la defensa de su oportunidad, porque se partía ya con unos enormes hándicaps.
Se ha criticado a los que no estaban y se les ha acusado de afán de protagonismo, así como de haberse adocenado ante la Administración, pero en este caso no estoy de acuerdo. Pocos habrá tan combativos como yo y con menos freno en la boca, pero hasta yo tengo que reconocer que la política se hace con palo y zanahoria. Y en este concreto cuarto de hora de nuestra vida, tocaba zanahoria, aunque se amenazara con el palo.
Se ha dicho que los que no convocaron lo hicieron porque ayer no hubieran ido de protagonistas pero, como cazador, no me gustó el que cobró el coordinador de la Caza en la manifestación, que ni arrastra, ni convence ni atrae a una gran mayoría, que fuimos por la caza, que nunca por él. Fuimos para que nadie pudiera achacar que la Caza somos cuatro gatos; fuimos dispuestos a que nos rompieran la jeta (idealmente hablando), aun sabiendo que el teniente de la sección era un temerario que no tenía ni idea de dirigirla. Tomamos la posición y colocamos nuestra bandera, pero que no saque pecho el oficial al mando, que debería ser degradado por incompetente.
La posición a la que se sometió a la Caza fue delicada, como también a muchos de sus responsables, haciéndoles elegir entre ir detrás de unos temerarios y ganar una batalla intrascendente (pero manteniendo limpio el pabellón), o salvar los muebles y no comprometer al resto de la tropa.
Podemos estar hasta el mes que viene discutiendo si la manifestación era o no oportuna, e incluso si fue mejor ir o hubiera sido mejor lo contrario. Lo que me parece inaceptable es que unos pocos se erijan en generales y, sin acuerdo ni concierto, acusando de cobardía a todo aquel que pide prudencia, movilicen a todo un colectivo con promesas histéricas e inalcanzables de un millón de participantes. Han puesto en riesgo a la Caza, a toda la tropa, ante una situación que no lo exigía y, precisamente por haber ido, estoy legitimado para pedir responsabilidades; aunque sólo sea en serena evaluación de su capacidad para pretender dirigirnos.
No formo parte de ninguna de las grandes organizaciones que componen la Alianza Rural. No estoy de acuerdo con muchas de las decisiones tomadas por esta. No cobro, ni he cobrado un solo duro de ninguna de sus organizaciones, como tampoco por escribir este y los muchos artículos que pueblan la prensa cinegética. Por ello, que a nadie se le ocurra decir que esto lo digo por interés alguno que vaya más allá de mis íntimas creencias e ideas.
Cuando Prim se abrazó a la bandera y se lanzó con ella contra los moros en Castillejos, era el general en jefe y tenía que solventar una situación crítica. Si lo hubiera hecho un sargento por su cuenta y riesgo, desobedeciendo a la oficialidad y poniendo en riesgo el curso de la guerra, en vez de laureada, habría obtenido una posición preferente en el patíbulo. Y cuando después de la manifestación veo y oigo en televisión al que nos coordinaba recibiendo estopa frente a Silvia Barquero, incapaz de articular argumentos ágiles (y mira que los hay), me dio la impresión de que estaba derrochando una buena parte del esfuerzo de los que fuimos.
No quiero protagonismos. No quiero timoratos. No quiero dictaduras asociativas, demasiadas veces dirigidas por quienes cobran de ellas. Pero si no quiero eso, menos quiero temerarios que sólo aspiran a ser lo que critican, poniendo en riesgo demasiado.