Pluma invitada

La sed del campo

Acabamos de estrenar el verano de este 2012 y los últimos datos de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) indican que será un verano «un poco más cálido de lo normal». Según reflejan estos últimos datos, en el presente año hidrológico las lluvias registradas son un 35% inferiores al valor medio normal. Los únicos meses con precipitaciones por encima de la media han sido noviembre y abril, por lo que el déficit medio de precipitaciones ha ido aumentando y alcanza en la actualidad un valor que supera los 180 litros por metro cuadrado.

A tenor de todo esto, parece que se presenta un verano bastante duro para la fauna silvestre que puebla nuestros cotos, y la palabra sequía comienza a aparecer en nuestra mente.

La sequía es una de las adversidades climatológicas más temidas por el hombre, debido a las pérdidas económicas que ocasiona por su efecto sobre la agricultura, el medio natural, la ganadería y la fauna silvestre. España es un país históricamente afectado por este fenómeno, especialmente en el suroeste, de tal manera que se puede considerar que los períodos de sequía constituyen un rasgo característico del clima de estas zonas, aunque no por ello terminemos de acostumbrarnos.

La falta de agua repercute de forma muy negativa en el equilibrio de los ecosistemas y en la subsistencia de sus moradores. Aquí, en concreto, vamos a tratar algunos de los aspectos más importantes que afectan a las especies de caza mayor.

El primer aspecto en el que se ven afectados los animales y en torno al cual giran el resto de consecuencias que se derivan de la falta de agua, es el “estado nutricional”. Los animales no encuentran en su entorno ni agua ni pastos, ya que muchas de las charcas construidas en nuestras fincas y que sirven de abrevadero tanto para la ganadería doméstica como para la fauna silvestre llegan a secarse por completo. Esta situación obliga a los animales a desplazarse mayores distancias para encontrar el agua y el alimento necesario, dando lugar a una alta concentración o hacinamiento de animales en puntos muy concretos. Estos escenarios van a favorecer los contactos entre los animales y por tanto la transmisión de numerosas enfermedades infecciosas, tanto de transmisión directa como indirecta. En este sentido, se podrían citar enfermedades tan importantes como la tuberculosis o la brucelosis por su carácter zoonósico, o enfermedades parasitarias muy contagiosas como la sarna. A todo esto se puede añadir que el mal estado nutricional de los animales, derivado de la falta de agua, repercute negativamente sobre su estado inmunitario, haciéndoles más proclives a enfermar.

Además de las “bajas” que puedan causar tanto la falta de alimento como las  enfermedades, los desequilibrios nutricionales derivados de la sequía conllevan a una reducción considerable de la fertilidad en la fauna silvestre, ya que al no tener cubiertas las hembras sus necesidades nutricionales difícilmente podrán quedar gestantes. En este sentido, llegan a darse incluso casos de individuos que no salen en celo durante la etapa reproductiva debido a su baja condición corporal. Estos desequilibrios nutricionales también pueden ser causa de abortos, partos dificultosos y nacimientos de animales débiles que tengan comprometida su supervivencia. Además, suelen verse aumentados los casos de abandono de las crías, debido a que las madres deben desplazarse a mayores distancias para alimentarse y estas no pueden seguirlas en las primeras etapas de vida.

Otro hecho reseñable en situaciones de escasez de agua son las intoxicaciones por el consumo de plantas venenosas. En condiciones normales y salvo raras excepciones, los animales no consumen plantas tóxicas. Sin embargo, ante situaciones límite de escasez de recursos, como las derivadas de la sequía, estas plantas tóxicas se transforman en un recurso forrajero inesperado, puesto que muchas de ellas permanecen verdes y apetecibles para el animal cuando se han secado ya los pastos que poseen aptitud forrajera, constituyendo de esta forma una causa de muerte significativa.

Por último, otros aspectos destacables que se pueden derivar de la falta de agua en el campo y que pueden influir de forma más directa sobre el hombre podrían ser un incremento de los accidentes de tráfico por el atropello de especies de caza mayor, debido al aumento del tránsito de estos animales en las carreteras, al verse obligados a desplazarse mayores distancias en busca de agua y alimento; o los daños provocados sobre la agricultura por la invasión de las cosechas de cereales y frutales, especialmente por los jabalíes, y que provocan verdaderos estragos que repercuten directamente en la economía del agricultor.

Waldo Luis García Jiménez es veterinario.

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