El Chaparrito es la finca fetiche de Jesús Riquelme, le invito a leer esta crónica para saber el porqué.
Era la segunda visita de la temporada al coto onubense, tras una primera batida espectacular: Gran montería del equipo Riquelme en El Chaparrito.
¡Vaya cena más montera, y agradable! Ese fenómeno, cazador hecho a sí mismo, que es Emilio Jiménez (www.todomonteria.com), eleva la montería a la categoría de arte. ¡Cómo la interpreta, cómo la habla y cómo la escribe! Es una delicia escucharle defender, por ejemplo, los zahones, que dan nombre a su peña, y no ya como prenda práctica, qué también, sino por lo que representan como valor y dentro de la tradición montera.
Hay recambio. Este cronista siempre ha dicho que uno de los problemas de la práctica cinegética es que cada vez hay menos cazadores jóvenes, sin embargo, de un tiempo a esta parte parece que hay ciertos ‘brotes verdes’ en este sentido. Del tal manera que jovencísimos monteros, aunque ya totalmente cuajados y con no poca experiencia, como José Galán, Rosa Linares o el propio Jesús Riquelme, metido ahora también en tareas de organización, por un lado, y, por otro, los que llevamos ya más años cazando –por la edad–, como José María Martín, Pelino, también del equipo de Monterías Riquelme, el conde Lemo, el propio Emilio y este cronista, hilamos la hebra en una velada deliciosa. Mucha caza y muchas risas.
Como deliciosa fue la cena en el hotel Andalucía de Villanueva de los Castillejos.
Ya sólo por eso había merecido la pena el viaje al maravilloso Andévalo.
Pero Jesús sabe generar esa ilusión tan importante en la montería: «Yo creo que la garantía total de 30 cochinos la vamos a hacer sin problemas».
Jesús citó a los 22 monteros a las 8:30 en el Andalucía, por lo que teníamos muchas horas para descansar ya que pernoctaríamos allí mismo.
Un sueño feliz, reparador e ilusionante, soñando con montaraces marranos metidos en arrobas y con grandes defensas cumpliendo a las puertas.
El cronista esta vez en modo montero.
Me llevé una alegría enorme cuando supe que mi amigo Rubén del Sol, que iba acudir con su equipo de Sol Montero Producción Audiovisual a grabar la montería, me acompañaría al puesto.
Alegría y cierta responsabilidad, no se crean, que uno tiene días –demasiados– que no le pega a un cerro.
No se monteaba la parte de la forestación, ya que el objetivo principal eran los cochinos.
Sorteo. ¡Al puesto de la torreta! El nº 5 de Huerto del Rey. Más ilusión al macuto. Pero es una puerta donde el lance no es fácil de jugar.
Unos barrancos apretados de monte, con paso a unos testeros con terrazas de tiro ya largo. Y unos laderones muy lejanos para disparar, fuera de tiradero, pero que, sin duda, podían alegrarnos la montería y facilitar la grabación de Rubén, sobre todo con el dron.
La primera visual confirma el vaticinio: precioso pero difícil.
Mañana del 8 de febrero casi primaveral con una perezosa niebla matutina en algunos valles, pero sin arreciar el calor, lo que siempre facilita el trabajo de los perros. Hoy venían 15 rehalas selectas, es algo marca de la casa.
Poco a poco la montería se va animando. Algunos tiros antes de soltar, que van aumentando paulatinamente cuando se suelta.
A nosotros sólo nos entran ciervas por ahora.
Muy lejos, vemos como las rehalas, que lo van bordando, arrancan un guarro de buen corte por detrás de José Galán –él no lo podía ver–, que ocupaba el nº 3 de nuestra armada. No parecía llevar trazas de cumplir a nuestra puerta.
Pero… ¡sorpresón! Rubén que es un gran tipo, excelente profesional y cazador fino, me ‘cuca’ el cochino que entra como un bólido desde atrás.
Todo mal. Adolfo Sanz Rueda: muy deficiente en prácticas de Montería.
Si en los últimos tiempos he ‘presumido’ de hacer todo bien menos acertar al bicho, en esta ocasión fue al revés. Lo que he llamado de manera un tanto cursi como ‘la pérdida del swing montero’, es decir, la pérdida de esos reflejos, de ese correr la mano de manera intuitiva, siempre lo he achacado a que en los últimos años me he dedicado más al oficio de recechista que al de montero.
En la presentación del vídeo, le contaba a Rubén por qué llevaba dos rifles, uno de cerrojo con visor de 3 a 12 aumentos, del calibre .270 Win y con cartuchos de 130 grains; el otro, un express superpuesto sin visor, del 9,3×74 R con cartuchos de 285 grains.
«El de cerrojo, aunque lo utilizo más para recechar, tengo mucha confianza en él, y con 130 grains me apaño perfectamente en montería. El express lo prefiero para tiros más cercanos, me da más confianza», le decía al bueno de Rubén.
El caso es que me dio tiempo, por el aviso del compañero, a elegir rifle, ¿y cuál escogí? Sí, ese, el cerrojo con el visor a 4 aumentos. Primer error garrafal. El jabato corría a escasos 20 metros. Primer tiro que pareció no acusar.
En vez de calmarme y dejar que cumpliera al otro la del barranco y ya de testero intentar quedarme con él, le solté dos tiros más, tan rápidos como ‘sucios’. Ni tocarle. Otro lamentable error.
Cuando asomó al otro lado del barranco ya era una locomotora. Tiro difícil, está vez sí me fui bien con él, pero me dio la impresión de que se me fue un poco la mano por delante. Y aunque me quedaba un cartucho más en el cargador, me agaché a recargar. Tercer error de primerizo. Cuando me incorporé el cochino había ganado lo espeso.
«Creo que le he enganchado en el primero», le dije a Rubén. Frunció el ceño. Lo dije por pura intuición más que por otra cosa.
Se me quedó cara de tonto.
Estaba Rubén probando el dron, cuando asomó otro guarro. Estaba largo y no era fácil. No iba nada despacio, y en algunos claretes de las terrazas, le tiré hasta cuatro veces. Aquí no tengo nada que reprocharme, sinceramente, tiros pausados, muy largos –para montería–… Tengo buen perder y el marrano se ganó librarse. Esto es caza.
Cuando llegó a nuestra altura la rehala de Agalla, que venía monteando de fábula –como el resto– y había levantado los dos guarros que había tirado, ante el «¿Cómo va lo cosa?», contesté con un apesadumbrado «Ya llevo dos fallados».
Por aquel entonces el guirigay era tremendo. Ladras, carreras, tiros…
Además nos seguía entrando cervuno: ciervas, gabatas y varetos.
Y en aquellos laderones lejanos, ya habíamos visto varios guarros además de reses.
Iba el joven Fran Santos con la mano baja de Agalla, siguiendo los mismos pasos del primer cochino, y cuando se había metido apenas 10 o 15 metros de donde perdimos de vista al jabato, exclamó «¡Aquí hay un guarro!». ¡No me lo podía creer! Pero era cierto y bien cierto.
La comprobación posterior del vídeo y del impacto en el cochino cobrado, dio la razón a mi intuición: ¡le enganché en el primero!
Me hago una pregunta: ¿son suficientes para estos casos los 130 grains de una punta normalmente de efecto devastador pero blanda?
Fran lo sacó a lo limpio y lo marcó para que lo cobráramos sin problema. Ítem más, en esas estaba, cuando me ‘cucó’ un guarro que venía desde un cabezo lejano. A la vez, otro enorme, de 100 kilos pasados, cruzaba tranquilo por el alejado laderón fuera de tiro, mientras que Rubén grababa a José en el 3 en un lance espectacular con el dron.
Aquello era un no parar jabalinero.
Cumplí con un tiro largo y efectivo con el jabalí cucado por Fran. Rompí la sinfonía montera para darle las gracias con el pulgar hacia arriba, es lo mínimo que se merecía.
Había dos o tres monteros que debieron llevar a sus puestos todo un arsenal balístico, ¡qué manera de tirar!
Estábamos ya en el típico arreón final, cuando un cuarto cochino apareció en escena. Por una ruta muy parecida al segundo que tiré, quizá algo más cerca. El cuarto tiro, esta vez sí, propició la grabación del lance por parte de Rubén.
Montería finalizada. Ocupemonos del resto de monteros, que ya es hora.
De los compañeros de velada la noche anterior, Emilio, en el nº 1 de la Traviesa Central, con problemas tanto en el rifle como con la munición, no pudo quedarse con ninguno de los cinco cochinos que le cumplieron, entre otras cosas porque en tres lances no le picó la bala y no llegó a disparar, es muy sincero, y tal cual lo contó, en una situación normal se hubiera quedado con los cinco. El conde Lemo, por su parte, sí se hizo en un lance muy emocionante con un guarro, como el ya relatado de José. Sin embargo, Rosa, con una mala suerte increíble, fue la única montera que no tiró de los 22 en el nº 5 de la Traviesa Central, aunque, eso sí, vio mucha caza fuera de su tiradero.
Destacar otros monteros como Manuel Bayo con cuatro cochinos (nº 3 de El Madroñal). Maxi con un buen navajero en el 4 de la misma armada. José Almendral cobró tres en Las Eneas. En Los Quemaillos, Juan Alberto Pérez y Francisco Hernández cobraron otros tres guarros cada uno…
En El Peligroso entre cuatro puestos se cobraron 15 jabatos, allí Marcos A. Ponce, de la rehala El Sereno, junto a los Momos consiguieron cobrar la gran mayoría de los jabalíes pinchados por los puestos.
Un montero gastó 60 balas, 30 otro, con escasísimos resultados… Al final fueron prácticamente 500 tiros los que se escucharon.
Hay que volver a repetir lo del gran trabajo de los rehaleros y las rehalas, que es algo muy importante y digno de resaltar, y el gran trabajo de todo el equipo Riquelme, desde el primero hasta el último: Carlos Rubio (que a pesar de estar con fiebre no paró de bregar), Miguelito, el Metralla, Pelino, Juan Carlos Lopa, Santiago Macarro, Alberto Rastrojo, Fonso Rastrojo, Manuel León, Fortunato, Richard P. Martínez, Oliver, Agustín Francisco, Santi, Marcos, los Campi, los Momo, Andrés Conejo, el marqués de Borges, Jesús Melgarejo, José Venancio Moreno, Los Millares, Cumbres del Chanza, Las Casitas, El Sereno, Aceitero, Gasparito, Gaspar, Sebas, Agalla, el Lunar, Paco López, Vito y sus hijos, y cómo no, Jesús Riquelme que, agradecido, presumía de equipo: «Esto sí es un cartel y no el de La Maestranza».
Y añadía, ciertamente emocionado, que «es el esfuerzo de tanto tiempo y de tanta gente una vez más recompensado».
No nos podemos olvidar de la propiedad, la familia Montes Vorcy, fundamental en el éxito de las monterías en esta finca.
No era de extrañar la emoción de Jesús, pues se cobraron 61 jabalíes, con cinco navajeros, para 22 puertas.
Un resultado magnífico, y es que esta temporada se le han cobrado a El Chaparrito ni más ni menos que 134 cochinos, 73 en la anterior montería, con un total entre ambas de 20 navajeros y dos bronces, en una mancha que para los cochinos se puede considerar como abierta.
Enhorabuena a todos los que de un modo u otro participaron en esta El Chaparrito reprise, especialmente a los rehaleros, la propiedad, al equipo Riquelme y al propio Jesús (que monteaba al lado de su casa), que se dejaron sangre, sudor y lágrimas para que todo saliera bien. Y salió.
Mereció la pena.
Una crónica de Adolfo Sanz Rueda
Fotografías: Equipo Sol Montero y Adolfo Sanz / Vídeo: Rubén del Sol
DATOS DE LA MONTERÍA
Organización: Monterías Riquelme
Fecha: 8 de febrero de 2019
Finca: El Chaparrito / Finca cerrada
Término: Villanueva de los Castillejos, Huelva
Puestos: 22 / Sin cupo / Rehalas: 15
Jabalíes: 61 (5 navajeros)