Desde que el género Sus, al que pertenece la especie actual del jabalí europeo, surgiera hace unos 2,5 millones de años, su desarrollo natural ha estado ligado a la evolución de la especie humana. Su apreciada carne y su provisión de grasa han sido durante miles de años una fuente energética esencial para el desarrollo de la humanidad, especialmente en los últimos 10.000 años, donde su domesticación ha sido, quizá, el hecho más relevante en esta interacción hombre-cerdo salvaje. Este proceso ganadero de selección ha marcado profundamente el desarrollo del jabalí, contribuyendo a la pérdida de rusticidad de la especie salvaje, a un incremento del peso de los animales y a variaciones en su tasa reproductiva.
Espectacular incremento demográfico
En los últimos 50 años las poblaciones de jabalí de Europa han sufrido un gran incremento, llegando a superar el 250% en muchas áreas peninsulares en menos de una década. En muchas comunidades, y analizando los registros de capturas de los últimos 30 años, vemos como se han multiplicado por dos, alcanzando cifras impensables hace unas décadas.
Su estrategia reproductiva del tipo ‘r’, es decir, basando su éxito en la producción de crías más que en la prolongación del cuidado parental, con pirámide demográfica de base ancha y rápido decrecimiento, dota a la especie de una gran adaptabilidad a las variaciones del medio y le capacita para alcanzar un rápido desarrollo.
El jabalí es un omnívoro que centra su vida en torno a la búsqueda de comida (alrededor del 60% de su actividad diaria), con importantes fluctuaciones de su peso corporal a lo largo del año en función de la disponibilidad de alimento. Así una agricultura intensiva, basada en la producción, con el empleo de semillas genéticamente modificadas de ciclo corto, unido a una fuerte regresión de la ganadería extensiva, ha propiciado que casi durante todo el año el jabalí encuentre el alimento y el refugio que necesita para el amplio desarrollo de sus poblaciones.
La reconversión de grandes extensiones de zonas esteparias en cultivos de regadío (maíz y girasol, principalmente) y una presión de caza elevada en las zonas de montaña, ha facilitado la colonización de las zonas agrícolas de llanura, con el impacto que ello ha supuesto, no sólo sobre los propios cultivos, sino en forma de predación dirigida hacia especies como el conejo, liebre y perdiz.
Pero, desgraciadamente, la única respuesta a esta problemática que rodea al jabalí ha sido el incremento de la presión de caza, provocando incluso el hartazgo en muchos cazadores.
El desacierto de la caza intensiva
Este aumento poblacional ha sido resuelto con una intensificación del aprovechamiento cinegético, incidiendo aún más en los desequilibrios demográficos del jabalí y potenciando los efectos que, precisamente, se pretendían evitar. La caza tiene dos consecuencias negativas: el rejuvenecimiento de las poblaciones –ya que, sin selección de tiro, el cazador opta por la captura de ejemplares más grandes– y la ruptura de la estructura social, tan importante para su supervivencia y desarrollo como especie.
Así, hemos llegado a constatar edades medias de 20 meses para los machos y de 27 meses para las hembras, en poblaciones del norte peninsular, con la notable alteración que supone en la dinámica poblacional por la ausencia de individuos maduros. Este hecho significa que, en la actualidad, el peso de la reproducción descansa en las hembras juveniles de menos de dos años, fenómeno tan sólo sustentado por la abundancia de alimento que le proporcionan los cultivos a lo largo de todo el año.
Por otro lado, estas ‘madres adolescentes’, además de menor tasa de fertilidad, por razones obvias, carecen de la experiencia de los adultos, decantándose en toda época por el alimento fácil, es decir, por las tierras de labranza. La ausencia de matriarcas que dirijan los grupos familiares, hace que el alimento humano sea fundamental para su supervivencia.
Esta mayor dependencia de los terrenos cultivados de los juveniles, hace que, en la mayoría de las zonas, se sobrepase la capacidad territorial económica del medio, provocando el continuo malestar de los agricultores y los ganaderos, y la ruina de muchas sociedades y cotos de caza, que se ven obligados a adoptar medidas de control excepcionales o a indemnizar a los propietarios afectados.
Además, la extraordinaria movilidad que provoca la caza en las poblaciones, hecho constatado en numerosos estudios de telemetría, induce a un incremento en el número de accidentes de carretera provocados por el regreso de los jabalíes a sus lugares habituales de encame tras la celebración de las cacerías.
Cambios en el ciclo reproductor
Como la mayoría de los mamíferos, en condiciones naturales, la época de partos se sitúa en primavera, donde la bonanza de temperaturas y la abundancia de alimento propician la supervivencia de la prole. Esto supone que la época de celo se produciría a finales del otoño y principios del invierno. Tras una gestación de unos 115 días, las jabalinas darían a luz a los rayones –en número directamente proporcional al peso de la hembra– entre los meses de abril y mayo.
Pero este rejuvenecimiento de las poblaciones provocado por la caza, y la abundancia de alimento que le ofrece la agricultura intensiva, ha provocado una extensión del ciclo reproductor a, casi, la totalidad del año. En el momento que una jabalína alcanza el peso mínimo para entrar en celo (unos 35 kilos de peso) –lo que, en muchas ocasiones, sucede antes del año de edad– se reproduce, siendo permanente la presencia de rayones en campos y bosques. Fruto de su enorme adaptación, estos cambios de su fenología reproductiva, al menos de momento, están capacitando a la especie a mantener su nivel demográfico, ya que, de por sí, las hembras con menor peso son menos prolíficas. Pero, sin duda, a medio plazo, y ante la falta del recurso alimenticio, puede poner en grave riesgo su viabilidad como especie en muchas áreas.
En un primer análisis, detectamos que el periodo de caza general del jabalí –de septiembre a febrero en la mayoría de las autonomías– coincide con el mayor pico reproductivo de la población, incidiendo aún más en la problemática de conservación de la especie a medio y largo plazo. Por otra parte, la presencia de crías en pleno invierno, a pesar de la abundancia de alimento, pone en grave riesgo su supervivencia ante rigores climatológicos extremos. De momento, las poblaciones se mantienen en un frágil equilibrio; pero, ¿hasta cuándo?
La necesidad de la gestión
El jabalí es, sin duda, la única especie cinegética con ausencia total de ordenación y planificación cinegética. A menudo, cazadores y gestores determinan periodos e intensidad de caza en función de factores externos a la dinámica de las poblaciones, sobre todo basándose en la aparición de daños que, como se ha comprobado en numerosos estudios, poco o nada tienen que ver con la densidad de su población. A veces es la necesidad de vender cacerías la que lleva a incrementar la presión de caza sin estimaciones de población que lo respalden. Incluso, siendo una especie tan abundante, se recurre, en fincas cerradas, al refuerzo de poblaciones con ejemplares de dudosa genética y sanidad.
Esta ausencia de ordenación en una especie sometida a control poblacional por caza, en los tiempos modernos, es algo inaudito y, desde todo punto de vista, insostenible.
Así pues, urge tomar una serie de medidas encaminadas a conseguir una gestión de las poblaciones que conjugue el equilibrio de sus parámetros demográficos, la reducción de los daños agrícolas y la siniestralidad, y la satisfacción de un colectivo de cazadores, que son colaboradores necesarios para alcanzar la supervivencia y perpetuación de una especie faunística tan valiosa para nuestro medio.
Bases de la gestión del jabalí
Deberían basarse, como mínimo en:
1) Seguimiento continuo de la evolución demográfica de las poblaciones de jabalí.
El primer paso de todo proyecto de gestión es, sin duda, el conocimiento y seguimiento anual de las poblaciones. Por sus hábitos, fundamentalmente nocturnos, y por su preferencia por hábitats cerrados, el jabalí es uno de los ungulados más difíciles de censar. No obstante, la información recogida en las cacerías respecto de los animales avistados, siempre que sea veraz, es una de las herramientas más eficaces para establecer las variaciones interanuales de las poblaciones. Quizá lo más interesante no sea la búsqueda de números absolutos, sino la caracterización de la evolución anual de las poblaciones (índices de densidad) que nos permita cuantificar las variaciones y establecer los principales parámetros demográficos en lo relativo a sexo y edad de los individuos avistados y/o capturados. Esta variación interanual será el pilar central del cálculo de los cupos extractivos.
2) Establecimiento de un plan de caza cuantitativo.
El objetivo fundamental del plan tiene que ser el de adecuar el aprovechamiento a la producción anual de la población, sobre la base de datos poblacionales reales. Es necesario conocer el número de animales a extraer en cada unidad de gestión, en general, y en cada coto o terreno cinegético, en particular. El plan cuantitativo debe estar provisto de un cierto dinamismo, dotado de una capacidad de modificación según vaya transcurriendo la campaña, tanto en el sentido de aumentar o en el de disminuir la presión sobre las distintas subpoblaciones de este ungulado.
3) Establecimiento de un plan de caza cualitativo.
La estructura de una población de ungulados sometida a aprovechamiento cinegético depende de las consignas de tiro aplicadas por los cazadores. Así, de forma general, estudios de tablas de caza revelan que, sin consigna de tiro particular, los cazadores tienden a capturar sistemáticamente los más grandes, representando los jóvenes (menores de un año) dentro de la tabla de caza, una proporción del 30-40%. Por ello, un plan cualitativo racional debe centrarse en los jóvenes y subadultos, preservando a los adultos, es decir, asegurando un capital reproductor sano y equilibrado, y favoreciendo la producción de trofeos de calidad (machos adultos con buenas defensas). De ahí que, además de un cierto número de animales a extraer, la caza debe ser selectiva y corregir los posibles desequilibrios demográficos, ajustando razones de sexo y edad, estableciéndose como teórica una extracción de caza repartida en la proporción 80:10:10, entre ejemplares juveniles y subadultos, adultos y ‘viejos’.
4) Rebajar la presión de caza.
La caza en montería, batida o gancho, provoca en los animales una movilidad y dispersión enormemente perjudicial para las poblaciones, si su práctica es repetitiva sobre un determinado lugar a lo largo de la temporada. Por estudios de telemetría, se constata que la influencia en el comportamiento de los jabalíes, por acción de la caza en batida, puede extenderse en un radio de 1,5 km alrededor de la mancha cazada. Por otra parte, se sabe también de la fidelidad de los animales por sus lugares de nacimiento, volviendo a estos parajes a los pocos días de las cacerías, multiplicándose el riego de provocar accidentes de carretera durante estos tránsitos. Para evitar este fuerte impacto, se puede optar por disminuir el número de cacerías totales, manteniendo los cupos propuestos, mediante la ganancia de una mayor efectividad.
5) Disfrutar de la caza social del jabalí, pero asumiendo responsabilidades de gestión.
Queda claro que la caza colectiva en nuestros días tiene un importante componente social, tan relevante como cualquiera de los demás aspectos de la venatoria moderna. Pero esta actividad, respetable y tradicional, no puede ni debe ir en contra de la conservación de nuestro medio natural y, ante todo, debe ser sostenible.
Por ello, el cazador actual debe de conjugar en su actividad el aspecto lúdico con la correcta gestión de las poblaciones que aprovecha, tanto en lo que se refiere al respeto de los cupos propuestos por los planes de gestión, como en lo concerniente a la recopilación de datos útiles, e insustituibles, para ese planeamiento.
6) Seguimiento sanitario de la especie.
El jabalí, por sus hábitos tróficos y su estructura gregaria, está sometido a constantes peligros de enfermedades, si bien, su extraordinaria resistencia le convierte en inmune a muchas de ellas, favoreciendo la dispersión de las mismas entre otras poblaciones de ungulados y/o el hombre. Así, enfermedades como la tuberculosis, la triquina o la enfermedad de Aujezsky presentan altas prevalencias en las poblaciones ibéricas de jabalí. Por tanto, se impone un necesario control sanitario de los ejemplares abatidos mediante la toma continua de muestras, algo bastante estandarizado en las cacerías del sur, pero que, en el norte, sigue siendo una asignatura pendiente.
7) Adopción de sistemas adecuados de prevención de daños agrícolas.
Los daños de los jabalíes en los cultivos son una constante en su relación con el hombre. Evidentemente, a medida que aumentan las poblaciones y se ubican los cultivos en zonas de ecotono con el bosque, los perjuicios han ido aumentando proporcionalmente.
En España, el método más frecuente de control de daños ha sido la espera nocturna, es decir, la caza de los hipotéticos ejemplares que están provocando el daño. Sin embargo, la práctica de esta modalidad de caza, lejos de contribuir a la protección de los cultivos, en muchas ocasiones provoca el efecto contrario, ya que, debido a las escasas condiciones de visibilidad en las que se celebran las esperas –generalmente de noche–, se suelen abatir, lógicamente, los ejemplares de mayor tamaño, que en ocasiones son hembras acompañadas de su camada, provocando que los jóvenes jabatos, al quedarse huérfanos, sobrevivan a expensas del cultivo, con lo que el daño que se pretendía evitar se verá incrementado.
Por ello, urge la puesta en práctica de sistemas de prevención, que junto con el control eficaz de las poblaciones, disminuya los riesgos y haga compatible la agricultura con el desarrollo de las poblaciones de jabalí.
De entre todos los métodos disponibles, quizá la combinación de alimentación suplementaria disuasoria y los pastores eléctricos sean los mecanismos más eficaces que contribuyan a la solución del problema. Pero quizá un aspecto interesante, nada desarrollado hasta la fecha en España, sea el estudio y planificación de la implantación de cultivos. Lógicamente, hay una serie de cultivos más vulnerables que otros según las apetencias del jabalí. Por tanto, se puede planificar el establecimiento de los cultivos en un área determinada, de manera que los menos atractivos para el jabalí queden en el borde del bosque, y los más sensibles (como el maíz forrajero o el girasol, por ejemplo) queden situados a mayor distancia de las zonas de encame.
8) Ordenación del territorio con criterios de conservación.
La importancia de la ordenación del territorio y el medio ambiente está fuera de toda duda en la sociedad actual. La búsqueda de una óptima distribución de la actividad humana en el espacio con el menor impacto en el medio natural, en aras a alcanzar la sostenibilidad, debe de ser siempre la prioridad. Los objetivos de esta disciplina territorial, sin duda, son muy ambiciosos, importantes e, incluso, pueden parecer inalcanzables. Pero, en definitiva, se trata de buscar soluciones y compatibilizar, en la medida de lo posible, para encajar nuestra actividad en los ecosistemas sin dañarlos de forma permanente e irreversible.
Numerosos estudios avalan la importancia de la ordenación de sistemas rurales en la incidencia de los daños agrícolas y forestales producidos por las especies animales. La distribución, composición y caracterización de los medios agroforestales pueden influir directamente en la composición y desarrollo de la fauna y es tarea de la planificación agropecuaria contemplar el ecosistema -humanizado, pero ecosistema, en definitiva- en su conjunto.
9) Participación de todos los colectivos implicados en la gestión.
Parece evidente que la responsabilidad de la gestión de las especies cinegéticas no es cosa que compete sólo a los cazadores. Ya hemos analizado como, tanto la actividad cinegética como otra serie de actuaciones ajenas a ella, pueden influir directamente en el desarrollo de las poblaciones. La ordenación medioambiental moderna exige una planificación territorial en su conjunto con la participación de todos los colectivos implicados.
Así, en algunos países europeos se han formado «grupos de interés cinegético», en los que técnicos, cazadores, agricultores y forestalistas intervienen, cada uno en la medida de su competencia, a la hora de establecer planes de gestión anuales de cada especie sometida a aprovechamiento de caza. El consenso se hace necesario para alejar los puntos de fricción y conseguir, en suma, la armonía. A veces será mejor rebajar muchas pretensiones, ser modesto en los objetivos, pero que los mínimos alcanzados se cumplan y garanticen la sostenibilidad del recurso.
La conservación del jabalí, nuestra responsabilidad
El jabalí es, sin duda, el motor de la caza en el norte peninsular. Ante el declive de otras especies de caza menor, este ungulado sigue siendo la base de una actividad venatoria tradicional y, prácticamente, la única medida eficaz para el control de sus poblaciones. Pero, además, no podemos olvidar que es una especie de alto valor ecológico que, en muchas ocasiones, entra en confrontación con aprovechamientos humanos, tales como la agricultura o la seguridad vial de nuestras carreteras.
Por ello, es nuestra responsabilidad garantizar su conservación y su equilibrio ecológico mediante un estudio continuo de sus poblaciones para adecuar sus fluctuaciones demográficas a un aprovechamiento sostenible y rentable económicamente.
Es tarea de todos conseguirlo y sólo con trabajo, entusiasmo y colaboración podremos alcanzar este equilibrio.
Por Florencio A. Markina – ARAN Servicios Medioambientales, SC.
One Comment