Parten estas letras de una invitación motivada, simplemente, por la sorpresa de un cazador que no alcanzaba a creerse que había conseguido tirar tan lejos con tanta seguridad. Y es que siempre el recechista pasa la etapa del miedo a la distancia, a ese cálculo de la caída que pueda salvar ese momento crítico del tiro en la lejanía. La opción del acercamiento, aun siendo obligada, tiene sus límites, límites que deben exprimirse, pero que cada vez se alargan más.
Las torretas balísticas
El cazador actual es más técnico, más exigente con su nivel de tiro y menos con el de ‘cazador’. No son éstas, sin embargo, letras para entrar en la discusión del planteamiento ético, sabiendo seguro, usted, mi espanto ante este tema. Como habrá comprobado en alguna otra ocasión, no soy yo quien se atreva a plantearle la crítica; la filosofía me viene grande, mis consejos sólo alcanzan al plano técnico,
usted seguro ya es suficientemente responsable como para saber lo que está bien y lo que no. Marco sólo un límite, aquel que habla de falsear nuestra capacidad echando mano a la técnica. Conseguir tirar y matar fuera de nuestras posibilidades, simplemente porque el equipo salva esa limitación, es mentirnos a nosotros mismos, es engañarnos, quedando el reto en una simple burla.
Dicho esto, pasemos de lleno al tema de hoy. No son nuevas las torretas balísticas en los visores de caza, aunque, la verdad, su generalización es bastante reciente. El sistema pretende, simplemente, darnos la compensación exacta de nuestra visual respecto a la distancia que separa la pieza de nuestra posición. ¿Cómo se hace? Pues bien pensado, de una forma muy sencilla: simplemente conociendo la curva descrita por la trayectoria de nuestro proyectil, la distancia geométrica y el ángulo de disparo. Al final, como puede ver, todo se ha reducido a un plano estrictamente físico-matemático, distancia entre dos curvas a distintos intervalos y posibles intersecciones.
Entran, entonces, en juego los calculadores balísticos, generalmente ofrecidos por las ópticas para simplificarnos el trabajo. En ellos solemos tener dos opciones de cálculo: la primera bebe de una base de datos formada por las tablas balísticas de las diferentes cartucheras, donde podremos encontrar el cartucho y carga que estemos utilizando. Lógicamente, esos datos suministrados tienen variaciones y aunque en la mayoría de las ocasiones sirven, no son totalmente reales, influyendo variables en ese error, como la diferencia en las longitudes del cañón teórico y del utilizado por nuestro rifle.
Puestos en el peor de los extremos, datos equivocados o longitudes de tubo críticas, es fácil entender, entonces, que si los cálculos los hacemos con ellos será imposible que la curva dibujada sea realmente la que describirá nuestro proyectil al ser disparado. Por ello, existe la opción de personalizarlo, midiendo la velocidad en boca real, añadiendo luego el coeficiente balístico que nos entrega el fabricante, consiguiendo unos datos de comportamiento, ahora sí, muy cercanos a la realidad. Finalmente y en ambos casos, deberemos añadir parámetros como la temperatura aproximada, la altitud o la distancia entre el eje del cañón y el del visor utilizado.
Pues bien, con la primera parte optimizada toca completarla con los datos externos. Las torretas balísticas, como recordaba, forman parte de un sistema donde la medida exacta de la distancia de tiro obviamente será el primer dato necesario. Sin él todo el resto pierde sentido y, para su conocimiento, no queda otra que el uso de un telémetro. Sea independiente o integrado en unos binoculares, lo ideal es que cuenten con lectura geométrica y reducida, es decir, que midan el ángulo vertical ofreciéndonos ambas medidas. La diferencia entre ambas puede ser importante si el ángulo es grande, compensando siempre sobre la distancia horizontal, aquella sobre la que actúa la gravedad. De todas formas, no conviene obsesionarse con este dato, ¿por qué?, pues porque para que sea relevante tiene que ser un tiro con mucho ángulo, posiciones que no se dan con frecuencia. Aunque imaginemos tiros con gran ángulo, la realidad de la medida pone la cifra, siendo siempre mucho menos relevante de lo imaginado. Piense que la necesidad de compensación de distancias sólo se produce en la práctica cuando el tiro es largo, encontrarnos con uno de ellos muy vertical suele ser más imaginación que realidad. Puede darse, claro que sí, pero repase un instante los tiros que ha hecho o ha podido hacer en montaña con distancias mayores de 250 metros y verá como en su mayoría no llegan a esa verticalidad donde la diferencia supone errar el tiro. Acotado, por tanto, el equipo, seguro que ha llegado ya a la conclusión de lo que es una torreta balística, hablando en llano ‘cuentaclicks’. Eso son, ni más ni menos, un eficaz sistema que proporciona al cazador la corrección justa que le permitirá disparar con precisión olvidando para siempre el cálculo a ojo.
Torreta Zeiss ASV Long Range
La ASV Long Range es la torreta que acompaña y viene a completar el lanzamiento del visor Zeiss V8. El sistema ASV LR, como en sus hermano menor el ASV+, está compuesto por anillos intercambiables que elegiremos en función de nuestro cartucho y carga, tramados de forma que hagan coincidir la trayectoria de éste con las distancias marcadas en él. La diferencia fundamental con el Plus está precisamente en las características técnicas de ajuste del V8, capaz de entregarnos un mucho mayor rango de compensación vertical que llega a los 100 clicks. Esto nos permite ajustes y compensaciones hasta los 600 metros.
Para hacerlo, lo primero es cubrir los datos que nos pide el calculador balístico. En el caso de Phillip, el cazador que origina estas líneas, su cartucho es el .270 WSM, utilizando la Nosler Ballistic Tip de 130 grains que ofrece Norma. Su visor es el Zeiss V8 2,8-20×56, que monta sobre un Blaser R8 Professional Success.
¿Cuál sería el cálculo? Muy sencillo: si piensa que estamos ante un rifle con un cañón de 65 cm, directamente tomando los datos que nos da la base del programa, los Factory Ammo. Basta entonces con ir rellenando los campos de marca, cartucho y carga, temperatura, altitud y ángulo de tiro para que el programa nos dé el anillo que deberemos colocar a nuestro visor y la distancia exacta del centro a la que deberemos reglaro a 100 metros. Este último dato es tremendamente importante. La curva calculada no es exactamente la misma que la descrita por nuestro proyectil y, por ello, el programa calcula la trayectoria más próxima, la que más se asemeje, tomando como primer punto de ella ese impacto a 100 metros. Nuestro cálculo nos dice que el anillo que nos corresponde es el número –01– de los nueve que acompañan al visor. Tras ello y ya en el club de tiro habrá que poner el cero 1 cm alto a 100 metros; es decir, nuestro visor apuntará al centro de la diana mientras el impacto será 1 cm alto. A partir de ahí y si el reglaje ha sido correcto –trabajo que en el caso del .270 WSM de Phillip hizo de forma impecable el armero Antonio Martínez, del Show Room Excopesa de Castellana–, la máxima diferencia hasta los 600 metros entre la trayectoria del proyectil y la curva calculada será en el punto más desfavorable de sólo 5,3 cm, a todas luces un dato despreciable en caza mayor… Vamos, que usted sólo deberá medir con su telémetro, ajustar el paralaje y girar la torreta hasta la distancia que le ha dado la medida. La corrección en la caída del proyectil está hecha; el resto está en su mano, ahora le queda apuntar.
Un lance aparentemente imposible
Me llama mi amigo Antonio Adán, de Excopesa: «¿Michel te apetece venir a cenar con un cazador que mató un rebeco a más de 500 metros?». «¿Cuándo?», pregunto. «Coincidiendo con Cinegética», me responde… Como para decir que no tratándose de tiros y de rebecos. Y nos vemos en casa de Phillip Walch disfrutando alrededor de una cena donde la exquisitez de la gastronomía vecina, cocinada por ellos mismos, supera la propia definición. Nuestro anfitrión es un cazador francés afincado en España que, aficionado a la caza mayor, centra su interés
fundamentalmente en tres especies: jabalí, rebeco y corzo. Compartir pasión acerca al instante, convirtiendo a desconocidos en compañeros que disfrutan de las experiencias ajenas. Sobre nosotros una fantástica colección de corzos abatidos únicamente en Francia. Charlando sobre esta pieza recuerdo un detalle que deja claro el carácter observador de Phillip, una de las virtudes más deseables en un cazador de corzos. Resulta que su casa en Francia se encuentra en Las Landas, en medio del bosque. Cerca de ella, alrededor, se ven corzos que nuestro amigo utiliza como ‘chivatos’. «Cuando por la tarde los veo salir a pastar, decido que es el momento de salir a cazar –me dice–, pues es más que posible que el resto de animales del coto estén haciendo lo mismo». Una buena técnica, ¿no cree?
De forma distendida y muy agradable seguimos hablando de caza. Junto a parte del equipo de Excopesa, se encontraban también nuestro compañero de prensa José María García y una pareja de amigos de Phillip, Jean Luc Planes y su esposa. El caso es que estos últimos regentan un pequeño hotel en el Pirineo francés, actuando además Jean Luc como el guía de caza habitual de nuestro anfitrión.
Como ya podrá imaginar, tocar los Pirineos y comenzar a hablar de rebecos fue todo uno, metiéndonos de lleno en el tema que nos llevó hasta allí. Walch caza habitualmente con el equipo que antes le conté y, a pesar de haber abatido muchos rebecos con él, esta vez fue distinta. Aquel mismo día habían conseguido ya algún trofeo más, incluso a muy larga distancia. La jornada de cacería se acababa. Mientras nos lo cuenta se aprecia claramente la emoción que sintió en aquel último lance. La descripción del valle por el que caminaban o la posición exacta de los sarrios que iban recechando, nos acerca, como por una ventana, a aquel rincón del Pirineo. Y, de repente, allí tienen la pieza buscada, en principio, fuera de su alcance. Miden la distancia, 551 metros. «¡No, imposible! –piensa Phillip–. ¡No voy a intentarlo!». Entra, entonces, en escena Jean Luc, que corrige la torreta ASV Long Range hasta dejarla preparada para enfrentarse a ese más de medio kilometro que marca el telémetro. Y ahí está el cazador metiendo la cara en la óptica, dispuesto a enfrentarse al disparo más largo que haya intentado en su vida. Apretar el disparador y caer el rebeco fue un instante inimaginable, mágico, donde puntería, tesón y técnica se dieron la mano. Nuestro amigo consiguió lo que jamás pudo imaginar, reforzando la imagen de calidad que el equipo usado ya le transmitía. La fiabilidad del sistema óptico-balístico acercó un lance que, de otro modo, difícilmente hubiese podido lograr.
Ahora ya sólo es un sueño, sólo un recuerdo, pero, eso sí, tan fuerte que permanecerá para siempre vivo en Phillip y Jean Luc.
Enhorabuena de nuevo, amigos. ¡Viva la caza! CyS
Por Michel Coya
Nuestro agradecimiento a la empresa Excopesa y especialmente a Phillip Walch y su esposa, por esa magnífica velada que vivimos alrededor de la caza y la gastronomía. Y, por supuesto, a Jean-Luc Planes, de Catalhunt .