A la sombra de la luna A la sombra de la luna Relatos

Sensaciones; por Carlos Casilda

Sensaciones charca
Fueron sensaciones, tan solo sensaciones las que me hicieron en esta ocasión ganar la partida y llevarme la mano.

A veces no son más que eso, sensaciones las que nos transmite un lugar al observarlo detenidamente. Sensaciones que si se saben interpretar nos pueden llevar a buen término.

En un mundo en el que corremos a toda prisa, vamos degustando la vida a contrarreloj, sin pararnos a degustar nada, con el ansia de pasar rápido la página para escribir la siguiente, sin darnos cuenta de que en la recreación está la belleza de la caligrafía.

Tenía que aprovechar al máximo los viajes al pueblo para exprimir las pocas horas de luz de que uno disponía

Pues así andábamos este verano tras los jabalíes, cojos, por falta de tiempo para pistear, tenía que aprovechar al máximo los viajes al pueblo para exprimir las pocas horas de luz de que uno disponía, pisteando todos los lugares que me diese tiempo para decidir rápido y escoger uno para realizar el aguardo antes de que el sol se pusiera para aprovechar el viaje, debido a la distancia entre mi casa y el coto.

En una de esas incursiones visité una charca que curiosamente es la que más cerca me cae de casa. Aquel día iba acompañado de un buen amigo que anda comenzando en esto de la caza mayor. Ya al bajarme del coche y acercarnos a la orilla me dio aquello buenas vibraciones. En el margen del aguar nada apuntaba a la presencia de jabalíes en la misma. Mucho pisoteo de vacas y poco más.

«¡Entra uno, y bueno!» Sensaciones

Sonriendo le pregunté al novicio por su parecer sobre el asunto, a lo que me indicaba que allí no entraban los cochinos y con una sonrisa y negando con la cabeza apostillé: «¡Entra uno, y bueno!».

Con los ojos como ruedas de tractor y gesto sorpresivo me miraba intentando adivinar la explicación a todo aquello que había escuchado.

Cierto que el jabalí podía no entrar todos los días, pero entraba. Nada cerca de la charca, le mostré dónde se restregaba el barro y las colmilladas muy recientes del tuno.

No muy convencido subió al coche y seguimos nuestro camino aquel día. Encontramos otros lugares más tomados y no volvimos a hacer caso al asunto.

Es un hábito que los grandes jabalíes cogen con el tiempo, visitar lugares donde sus congéneres no acuden

Pero perro viejo de mi, cada vez que pasaba a una cosa u a otra y debido a que la charca me caía, «muy a mano», hacía una ‘paradita’ de turno para comprobar la presencia del ‘morondongo’, comprobando algunas veces sus huellas en la orilla y otras el barro fresco por la mañana donde se restregaba, todo ello, sin presencia alguna de baña en el borde de la charca.

Y es que éste, como otros que ya he tenido el honor de conocer y colgar en la pared de mi casa, a buen seguro, se metía dentro del abrevadero y mojado, se distanciaba de la charca a algún barrero del invierno, donde se le pegaba la arcilla y posteriormente se rascaba. Todo, para no dejar rastro y continuar su vida tranquilamente.

Cuando la presión los excita, es un hábito que los grandes jabalíes cogen con el tiempo, visitar lugares donde sus congéneres no acuden y hacerlo de manera en la que no queden rastros delatores.

Estaba seguro de que sus visitas iban a ir siendo más frecuentes

Desde finales de mayo, fui repitiendo el ritual a medida que las reservas de aguar se iban agotando en ésta y en las charcas de los alrededores. Por ser la más grande de la zona, al menos que yo conozca, no tenía prisa en colocarme a pesar de que cada vez, estaba seguro de que sus visitas iban a ir siendo más frecuentes.

Encuentro inesperado y desagradable

Aquel día de finales de agosto estaba decidido a colocarme en otra charca que estaba bastante tomada también de un guarro que por el calibre de su pisada se las prometía con premio. Ya me había colocado allí varias veces y me había entrado un precioso venado de doce puntas, todavía con el correaje la última vez.

Al pasar por la charca del Tuno estuve tentado de parar y colocarme, desistir del otro cochino que aparentaba más fácil, pero finalmente proseguí con el plan establecido.

Dejé el coche apartado, porque no me gusta meterlo hasta el puesto y caminé durante diez minutos hasta llegar a la charca. Dejé la mochila y la silla en el puesto y me acerqué a la charca a ver si seguía entrando el deseado de las pezuñas gordas.

Al acercarme a la orilla me dio olor a sangre. No a podredumbre, a sangre y levantando la vista y la nariz cual podenco me percaté del arrastradero fresco y tras seguirlo no mas de treinta metros me encontré con la lacra de la caza, el cuerpo sin vida del precioso venado que me había entrado otras veces, decapitado y abandonado como un trapo. No termino de entender a quienes realizan estos actos. Ya que le has quitado la vida, al menos, ¡aprovéchalo! En fin.

Obligado cambio de estrategia Sensaciones

Como no nos está permitido abatir los venados, recogí las cosas y llegué al coche todavía con tiempo, para «in extremis» cambiar la estrategia. Fue entonces, cuando sin pensarlo emprendí camino a la charca del Tuno.

Repetí el ritual, coche lejos, aperos al hombro y pie lento y silencioso. Llegué ya con la penumbra besando el horizonte, tenía varias contraindicaciones la jornada. No había fijado el puesto y encima hoy, el aire venía cambiado además de haber luna llena, por lo que había que calcular rápido varias cosas, la entrada del cochino para salvarle el aire, y el abrigo de la copa de alguna encina o alcornoque para estar cubierto de la luz de la luna.

El aire era fuerte pero fijo, por lo que en una primera instancia pensé en ponerme en el mismo talud de la charca pero dentro de la misma para intentar salvar el aire, pero de este modo, no salvaría la luz de la luna, que además tendría de frente, por lo que lo descarté totalmente. 

Rectificando la posición me alejé todo lo que pude para darle espacio al catedrático, ya que sabía que la partida de cartas era contra el campeón de póquer y no me lo iba a poner fácil.

Sensaciones charca

Órdago Sensaciones

Una vez descubierta mi mano, era el momento de tirarme el órdago y ver qué pasaba.

Aposenté los pertrechos en el pie de aquel enorme alcornoque y cargué rápidamente el rifle, le coloqué la linterna, dado que cazo a la antigua usanza, saqué el polar que siempre me acompaña de la mochila y me lo coloqué, la gorra para evitar destellos en los ojos cuando salga Catalina y me senté en la silla a esperar acontecimientos como quien se sienta en el banco del parque a esperar que pase la gente sin haber quedado con ellos.

El maldito móvil de vez en cuando deslumbraba con la entrada de algún que otro mensaje, por lo que decidí introducirlo en la mochila ya con la penumbra encima.

Dos patos, fueron los primeros que con el sonido de un reactor amerizaron en las proximidades, a esto, una zorra que atenta andaba por los alrededores miraba fijamente a los dos barquitos que entre la tiniebla flotaban en el mar oscuro aquel.

La luna fue asomándose curiosa por encima de la cabeza de la dehesa, primero ocultándose entre los alcornoques para ir ascendiendo hasta su atalaya desde donde otear todo lo que iba a ocurrir a sus pies.

Aquello me gustaba, todo estaba «en su sitio», aunque la vaca…

Un cárabo cantaba tranquilo en las proximidades, aquello me gustaba, todo estaba «en su sitio».

Una vaca acudió ya pasadas las diez y media a beber, se comprende que no había tenido tiempo en todo el día y la maldecía una y otra vez, porque intentó salir del abrevadero por mi posición y topándose con aquel bulto extraño que normalmente allí no estaba, no dejaba de mirarme desconfiada sin saber si salir o volver sobre sus pies.

Finalmente decidió pasar por mi vera y continuar su camino hacia el encame, eso si, sin prisa alguna.

El aire seguía fuerte y firme de mi cara

El reloj marcaba las once cuando dos zorros nuevos jugueteaban luchando uno con otro con estrategias de caza, agazapándose y saltando sobre su hermano, la escena me hizo gracia por lo ignorantes que eran teniéndome a escasos metros, mientras el aire seguía fuerte y firme de mi cara.

El cochino yo esperaba que entrase por el único paso que tenía la cerca, la había revisado mil veces y este caía como a unos seiscientos metros si miraba a mi izquierda, por lo que, si tomaba la línea recta hasta la charca, no habría problemas de aire.

El artista venía acercándose por mi espalda, casi sin hacer ruido, pero muy decidido

Las ranas entonaban su canto con normalidad cuando se me hizo escuchar una piedra rodar en la pared. A la mente se me vino inmediatamente el paso y miré el reloj, las doce menos cuarto. ¡Ya estás aquí!

Los minutos fueron pasando y todo seguía con extrema tranquilidad. Como el tiempo en estos casos se hace eterno, volví a mirar el reloj y eran las doce en punto. En mi pensamiento decidí concederle media hora más, pero en esas andaba cuando pude comprobar horrorizado que el artista venía acercándose por mi espalda, casi sin hacer ruido, pero muy decidido.

Giré la cabeza y pude ver la mole negra a la luz de la luna mientras atravesaba el mar de encinas y alcornoques en mi dirección, con la duda de si incorporarme y coger el rifle que lo tenía apoyado en el tocón y con el seguro puesto, o quedarme inmóvil y esperar acontecimientos.

El aire no es que fuera mal, es que le iba directo a la trompa

Opté por la segunda de las opciones dado que el aire no es que fuera mal, es que le iba directo a la trompa. Casi sin detenerse, cuando distaba de mí no más de quince metros viró a su izquierda y cambió el rumbo metiéndose en un mar de sombras que no me permitía adivinarlo. Como el sonido indicaba que me tapaba el enorme tocón del alcornoque, aproveché para ponerme de pie, agarrar el rifle, quitarle el seguro y esperar que apareciese en la orilla de la charca.

Como pasaban los segundos y no daba la cara en la plaza, decidí encender la linterna, pero la altura del pasto no me dejaba adivinar la posición del cochino que ahora sí, había detenido su marcha.

Apagué inmediatamente la linterna maldiciendo mil veces mi desdicha.

Aproveché para volver a encender la luz y, ahora sí, meterlo en el visor

Cuando los ojos volvieron a adaptarse a la noche volví a escucharlo y comprendí, que iba al paso viéndolo pasar entre dos encinas, acto que aproveché para volver a encender la luz y, ahora sí, meterlo en el visor. 

No paraba de andar, él ya sabía que estaba allí y se marchaba, casi de puntillas, sin hacer prácticamente ruido alguno para salvar el pellejo, así que decidí intentarlo.

Cruz al codillo, respiración mantenida, apoyo cero y suave, suave Carlos. 

El cochino corría y corría, imposible que no lo hubiera dado

El estallido resonó en la noche, cegándome el humo de la pólvora, embriagando ese olor al entrar por mi nariz y llegar al cerebro, el cochino corría y corría, imposible que no lo hubiera dado.

Cargué rápidamente y al no conseguir verlo con el pasto, apagué la luz y seguí atento los acontecimientos con el oído. Si llegaba a la pared haría ruido al saltarla, más aún hacia arriba. El ruido no llegó.

Sensaciones charca

Fueron sensaciones, tan solo sensaciones las que me hicieron en esta ocasión ganar la partida

No me lo podía creer, me la había jugado este tuno. Pero no me cuadraba que no hubiera hecho ruido al saltar, por lo que decidí coger otra linterna y acercarme al lugar del disparo. Nada, tan solo las arrancadas de las patas al apretar agujas. Pero como el trayecto no era muy largo, decidí acudir al paso para ver si había sangre en la pared. No fue necesario recorrer los quinientos metros que habría, a menos de cincuenta del disparo había caído redondo abatido, allí estaba. No había querido mostrar sus cartas y le había ganado la mano sin tener nada.

Fueron sensaciones, tan solo sensaciones las que me hicieron en esta ocasión ganar la partida y llevarme la mano.

Sensaciones; texto y fotografías: Carlos Casilda Sánchez

Sensaciones charca

 

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