
Batiendo monte llega el lujo a nuestra página, porque es un lujo contar con D. Pedro González de Castejón Silva, Perico Castejón.
A Perico se le entiende perfectamente, se expresa con claridad, escribe muy bien, y ya desde este primer artículo demuestra su dimensión cinegética.

Las primeras monterías
Era ocho de octubre y el calor asfixiante lo penetraba todo.
La sequía había dejado sin agua la mayoría de las charcas.
La finca como todos los años estaba cargada de reses.
El rehalero, no había podido entrenar a sus perros, y era consciente de que en esas condiciones no debería montear.
Sabía que, con ese calor, el gran número de reses y la ausencia de agua en el monte, los perros no rendirían. Treinta o cuarenta minutos como máximo. Y podrían morir algunos.
Todo el mundo comprendía que en esas circunstancias era una locura cazar, pero en ocasiones, no es fácil suspender una montería. Los cazadores tienen comprometidos hoteles, billetes de tren o avión. El catering igualmente ha comprado género y contratado personal. Las rehalas, guías, postores, también tienen bloqueada la fecha.
Medidas que se deberían haber tomado para minimizar los riesgos
Si atendiendo a estos argumentos no se pudiera cancelar sería obligatorio intentar minimizar los riesgos tomando las siguientes medidas:
1.- Soltar las rehalas lo más temprano posible. En días así los monteros entienden la necesidad de madrugar.
2.- Reducir el área a batir de cada rehala si esta fuera excesiva. Tres horas de mancha es absolutamente inviable. Máximo hora y media sabiendo que rendirán la mitad.
3.- Poner puntos con agua a lo largo de la mancha. Que todos los perros tengan acceso a ella.
4.- Citar a las rehalas lo más próximo posible a la hora de suelta para evitar esperas innecesarias de los perros dentro del camión.
5.- Pagar el alquiler o la propina por la mañana de manera que el rehalero que haya recogido pueda partir a su perrera a atender a los animales.
No se hizo nada
Nada de esto se hizo.
La suelta se realizó a las doce con el sol en todo lo alto.
Pasados los primeros cuarenta minutos, los perros no podían con su alma por lo que las pocas reses que se levantaban lo hacían por los gritos de los rehaleros.
A las posturas llegaban con todos los perros alrededor. El montero veía como su zona se había quedado sin batir.
Los canes no tenían fuerzas ni para volver al camión y se iban quedando exhaustos a la sombra de las chaparras o tirados a la orilla de los caminos. Era lastimoso verlos en ese estado.
No se forzó ni un cochino porque no entró ni un perro en la zona de los encames. Arrastrándose detrás de su perrero luchaban por subsistir.
El intenso calor estropeó la carne de lo escaso que se cazó.
De vuelta a los camiones, solo llegó una minoría. Estaban tirados debajo de cualquier sombra defendiendo su existencia.
Cinco se encontraron muertos, reventados. Otros fueron acudiendo poco a poco con la frescura de la noche. Al día siguiente faltaban perros a todos los rehaleros. Rezaban para encontrarlos vivos.
Montear un día así era ponerlos al límite
Estaban destrozados por la muerte de algunos que siempre eran los mejores, los que más acometen, los que más sangre tienen, los que con un suspiro de aire todavía se van tras las reses.
Se culpaban así mismos por su muerte. Por no haberse quedado en casa. Argumentos había de sobra para haberlo hecho. Montear un día así era ponerlos al límite. Quizás al borde de su final. Quizás varios cayeran. Y eso lo sabían.
«Únicamente ellos tenían la culpa. Jamás debieron acudir». «La vida de los perros está por encima de cualquier montería y organización»… Se repetían. «¿Cómo es posible que una organización ni siquiera pusiera agua y soltara a las doce de la mañana?» Seguían cavilando.
Se juraron que jamás irían a una montería en la que no habiendo agua en la mancha, no la pusiera el organizador. ¡No es tan difícil!
Se repetían obsesionados.
El entrenamiento es fundamental
El entrenamiento, al que no todos los rehaleros tienen acceso, es fundamental.
Para el campeo lo óptimo es una zona cercada con superficie suficiente para que el perrero trabaje los perros consiguiendo que ensanchen los pulmones, endurezcan almohadillas y que después de algunos días de actividad adquieran una aceptable forma física. Luego, con el esfuerzo continuado de perseguir una res tras otra y un día tras otro, alcanzarán su óptimo nivel durante la segunda quincena de noviembre.
En todas las comunidades autónomas está contemplado en su ley de caza la concesión de permisos para campear en terrenos preparados para ello. Algunos municipios se los proporcionan a los rehaleros.

Hay varias maneras para poner los perros en forma:
1.- El campeo: es sin duda la mejor.
2.- Vehículo con chasis detrás al que atas los perros.
3.- Molino / noria que da vueltas sobre un eje con compartimentos donde circulan los perros.
4.- Paseos acollerados.
Las primeras monterías; texto y fotografías: Perico Castejón






