“Dentro del amplio espectro de especies que pueblan el continente africano, los equinos rayados ocupan un lecho único, y a pesar que no puntúan en ningún libro de récords, ningún safari de caza estará realmente completo sin un ‘mbizi’ en su lista.
Kevin Robertson, de su libro El tiro perfecto.
Siempre mostré un especial respeto ante este bello animal de piel rayada. Todo comenzó en mi primer safari por las tierras de Cono Sur. Visitábamos Zimbabwe con la intención de cazar varios antílopes, facos y alguna cebra. Semanas antes y con motivo de una comida que organizaba la revista Caza Extremadura, tuve la oportunidad de dialogar unos minutos con el gran safarista extremeño Domingo Cadenas. En el ínterin de la conversación saqué a colación nuestro futuro viaje para preguntarle su opinión y su respuesta fue bastante clarividente: me vino a decir que el animal que me iba a suponer un mayor esfuerzo iba a ser la cebra.
A las pocas semanas, partíamos para cazar en una concesión cercana a Bulawayo. El principal recuerdo que guardo de aquella sabana arbustiva fueron las innumerables caminatas tras las pequeñas manadas de cebras que en ella habitaban. Uno de los días comenzamos a seguir a un grupo con las primeras luces del alba para abandonar nuestra empresa ya bien entrada la noche. No puedo asegurar la distancia que llegamos a recorrer, pero pasó con creces los veinte kilómetros con total seguridad. Cuando, por fin, en otra de aquellas ajetreadas jornadas tras estos equinos pude cazar uno de ellos, en un acto casi instintivo, ¡rompí a llorar como un niño! A alguno de mis queridos lectores les parecerá una exageración lo que estoy comentando, pero, en aquel momento y después de los esfuerzos realizados, era lo que me tocaba y no me avergüenzo en absoluto de este sentido desenlace.
En posteriores lances tras estos animales, las agudas cebras siempre se mostraron como grandes adversarios dignos de tener un pequeño apartado en el corazón del safarista impenitente que escribe estas líneas.
Etimológicamente, la palabra cebra que utilizamos los castellano parlantes proviene de la palabra galaicoportuguesa zevra, que significa asno salvaje. El nombre genérico Equus proviene del latín y significa caballo.
El nombre zevra deriva del nombre del zebro o encebro (Equus hydruntinus), una especie de asno salvaje o, quizá, caballo salvaje similar al tarpán, de cuartos traseros rayados que habitó la Península Ibérica por lo menos hasta bastante avanzada la Edad Media. Cuando los portugueses empezaron a explorar el litoral africano y llegaron al cabo de Buena Esperanza, a finales del siglo XV, encontraron unos equinos rayados que, por su forma y medida, les resultaron notablemente similares a las hembras de los zebros, por lo cual les dieron el nombre de zevras.
Durante mucho tiempo se creyó que el primer antepasado directo de los équidos actuales era el Hyracotherium, un pequeño perisodáctilo del Eoceno inferior y medio de América del Norte y Eurasia, pero actualmente se le ha clasificado dentro la familia de los paleotéridos, antepasados tanto de los équidos como de los brontoterios.
Cuando el clima cambió y se abrieron los bosques a principios del Oligoceno, empezaron a aparecer llanuras de hierba y prados. En respuesta al cambio del ambiente, los équidos también cambiaron y desarrollaron dientes más robustos, aumentaron el tamaño de su cuerpo y el de sus patas, convirtiéndose en animales más rápidos.
Investigaciones recientes llevadas a cabo bajo la dirección del doctor Carles Vilá indican que las cebras se separaron del linaje de los asnos (sus parientes más cercanos) en la segunda mitad del Plioceno. La evidencia del registro fósil permite determinar el momento en que se produjo esta separación de linajes con una mayor precisión. El hecho de que sólo se hayan encontrado fósiles de cebras en el continente africano implica que se produjo después de la llegada de los équidos norteamericanos a Eurasia y África, es decir, no hace más de 2,6 millones de años. El fósil más antiguo clasificado con certeza como perteneciente a una cebra es un fósil de cebra de Grevy descubierto en Turkana (Kenia).
Subespecies
Cebras de montaña del Cabo (Equus zebra zebra): podremos encontrar algunas centenas de animales en el Mountain Zebra National Park y algunos escasos grupos que viven en zonas montañosas en el sur de la Provincia de El Cabo (Sudáfrica).
Cebra de montaña Hartman (Equus zebra hartmannae): poblaciones muy estables de esta subespecie viven en las zonas de montaña que rodean el desierto de Namib, en Namibia. La cabaña que vivía en Angola se encuentra actualmente en situación muy crítica debido a la guerra civil y a las guerrillas que han tenido mermado a este hermoso país durante décadas.
Cebra de Grevi (Equus grevyi): recibe su apellido en honor del ex presidente francés, Jules Grévy. También llamada cebra imperial posiblemente por sus ancestros, que fueron partícipes de los diversos circos y espectáculos que se vivieron en la antigua Roma. Actualmente sus poblaciones se encuentran estimadas en varios miles de animales que viven exclusivamente en el norte de Kenia.
Cebra de Burchell (Equus burchelli): nos encontramos ante la subespecie más ampliamente distribuida (ocupan la mayor parte del África oriental y meridional). Estamos ante uno de los mejores ejemplos de adaptación al medio, ya que estos animales, no territoriales, pueden utilizar hábitats que van desde sabanas con ausencia de árboles y corta hierba, pasando por altos pastizales e incluso de arboledas y matorral mucho más cerrado.
Es fácilmente identificable ya que cuenta con menos rayas en su piel, aunque éstas son más anchas. En algunos casos se pueden dar ejemplares o grupos con ‘rayas sombreadas’.
Comportamiento
Las cebras posen un sistema digestivo menos eficiente que los rumiantes lo cual compensan comiendo más, incluyendo vegetación más fibrosa y más baja en proteínas que estos. A pesar de pastar hierba, tampoco desdeñan ramonear plantas y arbustos incluso disfrutar de frutos salvajes donde estos existen. Para poder consumir la suficiente cantidad de alimento, estos rayados equinos necesitarán entre el 60 % y 80 % de su tiempo para emplearlo en tareas alimentarias en función del hábitat más o menos rico en nutrientes.
En el caso concreto de las cebras de Burchell nos encontramos con animales estrechamente relacionados con el agua, por lo que no suelen alejarse más de diez kilómetros de los lugares donde encuentran el apreciado fluido. Según algunos estudios y conteos se ha podido observar que en la época seca, estos animales necesitan beber al menos una vez al día. Sus primas las cebras de montaña, sin embargo, suelen acudir al punto de agua con menos asiduidad debido a su capacidad de subsistir en ambientes muy áridos y extremos.
Es frecuente observar a las manadas de cebras transitar por las grandes llanuras en formación de fila india. Este curioso comportamiento, cuasi militar, hace que el primer puesto lo ocupe la hembra alfa seguida por el resto de hembras junto con sus potros dejando la última posición al estalión. El macho es el único que tiene derechos amatorios con las hembras del grupo a la par que se encarga de protegerlos frente a los ataques de los depredadores.
Las manadas no suelen ser territoriales y varían su localización en función de la comida y los puntos de agua. Incluso, en algunos lugares abiertos muy extensos, se pueden llegar a dar migraciones de animales los cuales recorren cientos de kilómetros buscando los mejores pastos.
En estos grandes viajes y gracias a que nos encontramos con animales de naturaleza sociable, podremos observarlos junto a otras especies de herbívoros como puedan ser los ñus, jirafas, springbok o hartebeest.
Sus periodos de cría no suelen llevar unos patrones fijos aunque suelen estar muy relacionados con la estación de lluvias. Con un periodo de gestación de doce meses, los potros comienzan a pastar a la semana de su nacimiento siendo costumbre ingerir excrementos de los adultos para aumentar el número de bacterias que protejan sus noveles aparatos digestivos.
Algunos zoólogos creen que las rayas son un mecanismo de camuflaje, que funciona de varias maneras. Para empezar, las rayas verticales contribuyen a esconder la cebra entre las hierbas. A pesar de que esto puede parecer absurdo a primera vista, teniendo en cuenta que la hierba no es ni blanca ni negra, se supone que es efectivo contra el predador principal de las cebras, los leones, que son daltónicos. En teoría, una cebra que permanezca quieta entre hierbas altas podría pasar desapercibida para un león. Además, como las cebras son animales gregarios, las rayas ayudan a confundir a los predadores –varias cebras que estén o se muevan juntas pueden parecer un único y gran animal, haciendo que el león tenga problemas para elegir una sola cebra para atacar y un rebaño de cebras que se dispersen para huir de un predador le parecerán una masa confusa de rayas verticales moviéndose en direcciones diferentes, haciendo que al atacante le cueste seguir visualmente a un individuo que se separe de sus compañeros–.
Todas las especies de la familia equidae son capaces de emitir un repertorio de al menos seis tipos de sonidos vocales o calls, los cuales les sirven para comunicarse en diferentes situaciones. Entre éstas destaca un chillido corto que emiten cuando alguno de los miembros de la manada ha sido cazado por un depredador. Esta reacción ‘emotiva y solidaria’ puede durar varios minutos en los que grupo parece conocer que ha sufrido una baja irreparable.
Su carne, a pesar de ser conocida por la capa de grasa amarilla que cubre la misma, no se comporta mal en los fogones, aunque generalmente no se consume para biltong (ahumada) ni en los diferentes platos que se ofrecen al cazador safarista. No obstante, guardo un grato recuerdo de un filete de lomo de cebra que pude degustar en Namibia el año pasado, un ‘auténtico manjar’ de carne magra muy sabroso. Para lo que sí se suele utilizar la carne de cebra es para atraer como cebo a depredadores de la sabana, como pueden ser el león, el leopardo o la hiena moteada. Parece ser que su composición grasa es la que mejor funciona con este grupo de cada vez más escasos carnívoros.
En fin, nos encontramos ante un animal único. No se puede entender la gran sabana africana sin estar presentes estos caballos rayados. Juntos con los antílopes, forman el gran lienzo que cualquiera, sea entendido o neófito, pintaría al dibujar la mayoría de los ecosistemas del continente negro.
Su caza y, principalmente su rececho, siempre me parecieron retadores y dignísimos, mientras que, por otro lado, nuestras parejas siempre verán con buenos ojos que les ‘regalemos’ una impresionante alfombra de piel de cebra que pasará, sin duda, a ser parte de la decoración del salón o habitación principal de nuestros hogares.
Algunos conceptos importantes sobre su caza
-Tanto si la cazamos recechando en espacios más o menos abiertos, como si nos apostamos para buscarlas en algunas de sus querenciosas rutas, siempre deberemos utilizar una ropa adecuada de camuflaje o en tonos verdes, buscando que el aire o la leve brisa nos dé siempre en nuestro rostro. No olvidemos sus agudos sentidos.
–Cuando nos encontremos en terrenos más abiertos tendremos más tiempo para evaluar el trofeo que nos guste. En el caso de ser un macho viejo o estalión, deberemos saber que su piel se va a encontrar casi siempre algo dañada por las diferentes peleas entre machos y los mordiscos y golpes que en ellas se producen. Es por eso que muchos profesionales nos suelen aconsejar disparar sobre animales algo más jóvenes cuyo manto no suele mostrar imperfecciones.
–Por el contrario, cuando cazamos en lugares más cerrados, nos será mucho más complejo poder dedicar tiempo a evaluar su piel, ya que el lance, debido a la proximidad con la manada, suele propiciar disparos algo más precipitados y nuestros guías suelen apostar por los individuos de mayor tamaño o por la posición del animal en el grupo.
Particularmente, es el tipo de caza que más me gusta, ya que el proceso de aproximación a nuestras ‘rayadas amigas’ lo considero bastante retador para el cazador.
Recuerdo que, cazando la cebra de montaña o Hartman en las tierras de Damaraland, intenté, sin éxito la aproximación a grupos de estos equinos durante varios días. Todas nuestras intentonas desembocaban en estrepitosos fracasos, ya que los animales nos detectaban emprendiendo una huida inmediata. Todo eso ocurrió durante todos y cada uno de los días de caza, lo cual me produjo una cierta frustración. Sólo obtuve algo de consuelo cuando mi gran amiga Ursi, propietaria de aquellas tierras, me contó que un cliente y amigo suyo alemán vino expresamente a cazar la cebra de Hartman a sus feudos durante 12 días de caza, regresando a tierras germanas tal y como había venido.
–En zonas montañosas, una buena táctica para localizar a los animales es gemelear desde algún punto elevado durante las primeras horas del día. Incluso no estaría de más apostarnos en el mismo aun siendo de noche, ya que nuestra protagonista suele ponerse en marcha al alba.
–En zonas abiertas, las primeras y últimas horas del día nos servirán para localizar a los grupos, ya que, en estos hábitats, nuestras cebras pasarán la noche en los lugares más abiertos para así protegerse de los posibles ataques de los depredadores. Igualmente debemos recordar que emplean gran parte del día en carear, ya que necesitan comer bastante más que otros animales de igual o similar talla.
–Al igual que ocurre con la mayoría de antílopes, las esperas durante las horas de calor que realicemos en los puntos de agua pueden resultar muy provechosas; pero en lugares con mucha presión cinegética, nuestras queridas rayadas emplearán la noche para acudir a los aguaderos.
–Una vez localizados y evaluados los animales, diseñaremos una estrategia de entrada buscando ocultarnos en todos los lugares que nos permita la orografía de nuestro cazadero, teniendo muy presentes otros posibles animales que es encuentren entre nosotros y nuestro objetivo; ¡cuántos cientos de recechos se malogran porque un condenado impala, hartebeest o sprinbok da la voz de alarma y alerta a nuestras perseguidas cebras!
–Recuerda que cuando veamos al grupo vagando en fila india, la primera posición del mismo siempre estará ocupada por la matriarca o hembra más vieja, mientras que en última estará situado el macho alfa o estalión.
–Si por ‘cosa del diablo’, el grupo nos ha visto, irremisiblemente comenzará un trote largo que las alejará de nosotros varios kilómetros. Deberemos tener paciencia, haciendo un alto en el camino durante varias decenas de minutos para comenzar de nuevo nuestro reto. La perseverancia deberá estar siempre presente, ya que, en más ocasiones de las que nos gustaría, tocará armarse de paciencia para volverse a enfrentar de nuevo a este equino color arlequín.
–Para la colocación del tiro, debemos olvidar la regla que se sigue para la mayoría de los antílopes de intentar ubicar el disparo detrás del hombro. En el caso de la cebra, este tipo de disparos desembocará en animales heridos, ya que el estómago de esta bestia se encuentra posicionado algo más adelantado que el de la mayoría de los bóvidos. Si queremos intentar alcanzar el corazón y los pulmones, la mejor táctica, cuando nos encontramos al animal situado lateralmente, es seguir la línea central de la pata delantera y disparar un palmo por encima de la unión con la línea horizontal donde comienza su panza. Cuando esto ocurre, el animal comienza alocadamante a correr para derrumbarse pasados, incluso ,un centenar de metros. La fuerza de su corazón es encomiable.
Hay algunos profesionales que prefieren disparos algo más altos, buscando partir algún hueso de los de la zona alta del hombro o la columna, lo cual debería producir el inmediato desplome del equino.
Con animales situados en posiciones sesgadas cobra, si cabe, más fuerza el punto sobre los calibres. Únicamente debemos intentarlo si vamos armados convenientemente, buscando el espacio que hay entre las patas delanteras. Con esto nos garantizamos que nuestra bala se aloje en la caja torácica alcanzando de lleno sus órganos vitales.
–Cuando nos encontramos con un animal herido, debemos recordar que, aunque éste no tenga colmillos, garras o cuernos, como suele ocurrir con el resto de fauna africana, estamos ante criaturas muy bravas que muy bien podrán golpearnos y cocearnos e, incluso, mordernos si nos ponemos a su alcance. Por lo que aconsejo acabar con la vida del animal de inmediato para evitar su sufrimiento y posibles encontronazos con final dramático.
Consejos prácticos para el lance
Tal vez uno de los puntos más importantes a la hora de enfrentarnos a su caza es la utilización de un rifle que estemos acostumbrados a utilizar dándonos confianza y seguridad en el disparo.
Una buena elección comenzaría en un calibre .270 cargado con balas de 150 grains aunque, si tuviera que elegir, siempre entendiendo que tanto los 7 milímetros o los diferentes .300 suelen dar buen resultado, me decantaría por el polivalente .375 H&H. Éste se comporta muy dignamente en distancias medias y nos ofrece su mejor versión en terrenos cerrados en los que tenga que atravesar pequeños arbustos, como las omnipresentes acacias.
A los dos años de ocurrir aquel viaje donde no pude conseguir ponerme a tiro de aquellas nerviosas cebras Hartman, volvía a visitar tierras namibias con la malsana intención de intentarlo de nuevo. En una de las primeras tardes de caza, circulábamos por una pista de tierra cuando, en décimas de segundos, pude ver a unos 200 metros un grupo de cebras a la sombra de unas espesas acacias. Rápidamente dibujamos una trayectoria diagonal para intentar cortar a la manada aprovechando que teníamos el aire de cara hasta que nos situamos en un estrechísimo sendero que nos ofrecía unos 150 metros de largo frente algo más de un metro de ancho. Situados allí, nuestra intención era que los animales cruzaran el mismo e intentar tener alguna posibilidad de disparo.
Así las cosas y como por arte de magia, los animales sabían que algo las acechaba, por lo que, nerviosas, comenzaron a cruzar el camino en un trote que hacía imposible nuestra empresa a pesar de estar bien apoyado yo en la horquilla de tiro. En décimas de segundo, un animal se para en el camino a unos 100 metros mostrándonos únicamente el frontal, por lo que mi profesional, aun sabiendo lo complicado de disparo, me insta a que dispare con prontitud.
Cuando aprieto suavemente el gatillo me parece escuchar, tras el trallazo, un ruido bastante especial que yo identifico como que he logrado alcanzar al animal. Al girarme hacia mi profesional y pistero, sus caras no me auguraron nada bueno. Al preguntarles sobre el tema recibo una malísima noticia que desemboca en una sola palabra: «leg» (pata). Derrumbado anímicamente, sabedor de la extrema dureza de estos animales, me veía pisteando a nuestro particular ‘cojo’ durante días con el más que posible resultado de haber dejado en el campo un animal herido.
Al acudir al lugar de autos, pude comprobar que la experiencia de mis acompañantes no era baladí y observé una gran esquirla de hueso en el suelo con escasa sangre, ¡horror, terror, pavor! Sólo después de avanzar una centena de metros y gracias a la providencia divina, logro escuchar el característico ruido que hacen las ramas de acacias al ser movidas enérgicamente por un animal.
En una rápida y cautelosa entrada conseguimos ver a nuestra cebra echada lateramente sin posibilidad de ponerse en pie, por lo que conseguí rematarla evitando así agonías innecesarias para este dignísimo animal.
Tuve la grandísima suerte de que la punta blanda de 300 grains había ido a alojarse y destrozar la rodilla derecha trasera de aquel dibujo de la naturaleza que, para mayor abundamiento, resultó ser el gran sultán de aquel harén.
Un desenlace que jamás olvidaré ante una situación en la que el calibre de mi rifle tuvo mucho que ver. CyS
Por Alfonso Mayoral