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Corzos y… Corceiros. Un corzo para la historia (I)

“Este pequeño cérvido estaba casi extinguido en Portugal hasta la década de los ochenta del siglo pasado, pero, como otras especies, los duendes del bosque están de vuelta”.

Donde los arroyos de Santa Inés y Janadão se juntan, cerca de un pequeño pueblo de Beira Alta, llamado Soito, había, y hay, una pradera, con un gran roble en medio, donde hace mucho, mucho tiempo, al final de las tardes de verano, bailaban los corzos…

También allí, al amanecer, los primeros rayos del sol, filtrados a través de las copas de los árboles, brillaban en la hierba mojada por el rocío, mientras los corzos se acercaban al borde del bosque recelando. Con mil cautelas y las ventanas de sus narices muy abiertas, olían el aire fresco de la mañana buscando el olor de sus eternos enemigos… los lobos y los corceiros.

La Associação de Caçadores de Grijó e Vilar do Monte tiene una zona cercada de treinta y cinco hectáreas en plena Serra de Bornes para investigar al corzo.

Desde el otro lado del prado, dos pares de ojos vigilantes seguían los movimientos furtivos de los pequeños duendes. Zé Corceiro y Manel Corceiro estaban habituados al monte y conseguían ver todos los movimientos de los animales desde el principio. El ladrar de un corzo les había alertado de su proximidad, ahora ya sabían cual era la trocha por donde salían del robledal…

El resto del día de los dos hermanos transcurrió en las labores del campo. Pero el deseo de cazar, algo que no entendían ni se preocupaban de entender, hacía que, días como aquel, pareciese que nunca acababan, tal era su ansiedad. Pertenecían a una familia de cazadores, el padre, el abuelo y bisabuelo habían cazado corzos desde siempre y, por eso, así era el nombre de la familia, ¡Corceiro!

Cazar para comer

Al principio de la tarde, con el calor y las grandes nubes de mayo formándose en el horizonte, Manel le decía a su hermano con un poco de envidia:

–Viene auga, mira como pica el sol.

¡Naaa…! Hoy hay un corzo que no se me escapa–. Respondió el otro con decisión.

Manel tendría que regresar a la aldea con la carreta de bueyes cargada de heno, mientras que Zé, armado con el trabuco antiguo, esperaría a los corzos, emboscado en medio del robledal, junto a la trocha de la mañana…

Con el sol ya puesto, apoyado en un castaño y camuflado en el monte, Zé esperaba atento. A lo lejos se escuchaban los primeros truenos y empezaba a chispear.

«Curiosamente los corzos están ya de vuelta al sur del Duero en el concejo de Sabugal, sobre todo en la zona de Soito que es uno de los lugares en los que se avistan frecuentemente».

Sintió que algo se movía a su espalda. Lentamente giró la cabeza y vio a una corza joven, cerca de un tronco caído. Nerviosa agitaba las orejas, mientras mordisqueaba los brotes de un rosal salvaje, de vez en cuando miraba hacia atrás al camino que Zé vigilaba, pero estaba todavía demasiado lejos para el trabuco.

Anochecía de prisa, las gotas caían cada vez más gordas. En la penumbra del bosque un ruido casi imperceptible hizo que el corazón de Zé Corceiro se sobresaltase. Por la trocha descendía un pequeño fantasma, un macho, ¡aquella era su presa! Cuando pasó a escasos metros, la descarga del trabuco se confundió con los truenos cada vez más cercanos.

La promesa que le había hecho a su hermano estaba cumplida: el corzo era suyo. Allí estaba, caído en el suelo, salpicado de pequeñas gotas de rojo carmín que, como la vida, le salían del cuerpo. No importaba mucho si era macho o hembra, era carne para la mesa. Pero, a pesar de su forma rudimentaria de vida, Zé no dejaba de admirar a aquel hermoso corzo, de cuello grueso y bonitos cuernos perlados, que acariciaba con los dedos… A fin de cuentas, era a causa de estos animales, por lo que se llamaba Corceiro.

Pasaron muchas generaciones, pero hubo dos cosas de mi tatarabuelo que aún continúan conmigo: su nombre y la mejor herencia que me podía dejar, el amor por la caza. Los tiempos son otros, la caza y la manera de ver la caza también es otra. Sin embargo, la vida ha sido buena conmigo, he tenido la suerte de cazar por todo el mundo. Como no podía ser de otra forma, cacé corzos en Europa, venados de cola blanca en América, bushbucks en África, todos muy parecidos a los corzos en su comportamiento.

Caza y conservación

Hoy no se caza sólo por la carne, como cazaban Manel y Zé Corceiro; hoy la caza tiene otros objetivos. En mi vida de cazador llegó un momento en el que decidí ayudar a la causa a través del asociacionismo.

Los corzos se monitorizan para comprobar su desarrollo, estado sanitario y evolución de la población.

Soy, actualmente, presidente de una organización del sector de la caza, el capítulo portugués del Safari Club Internacional.

El SCI es el mayor club de cazadores del mundo y uno de nuestros grandes objetivos es la conservación de la vida salvaje a través de la caza. Somos una organización que apoya y lleva a cabo todos los años decenas de proyectos de conservación de la vida salvaje en el mundo entero, financiados con dinero que viene de la caza.

Desde su creación, el Safari Club Internacional Lusitania Chapter (así se llama nuestro capítulo), intentó apoyar un proyecto de este tipo en Portugal. Ese proyecto debía de contar con apoyo científico o ser desarrollado por una entidad de ese tipo, ser reconocido por las entidades oficiales de tutela y, preferentemente, los resultados de las acciones de ese proyecto deberían ser muy válidos en el panorama cinegético nacional.

El SCI Lusitania puso en conocimiento su intención de apoyo a varias entidades con proyectos a desarrollar, o iniciar, en los ámbitos antes descritos, habiéndonos llegado tres propuestas. En cada una de ellas se nos solicitaba nuestro apoyo financiero, pero sólo en uno vimos el desarrollo de acciones que, a corto plazo, tenían a la vista el aprovechamiento cinegético de una especie que tenía suspendida su caza en terreno abierto, el corzo.

Este pequeño cérvido estaba casi extinguido en Portugal hasta la década de los ochenta del siglo pasado, pero, como otras especies de caza mayor, los duendes del bosque están de vuelta. Aun así, son pocos los lugares donde es posible cazarlos en nuestro país, pero su presencia en algunas áreas justificaba que se pudiera permitir su caza en áreas abiertas.

Proyecto corzo

La Associação de Caçadores de Grijó e Vilar do Monte es una entidad gestora de una zona de caza que ocupa parte de la ladera de poniente de la Serra de Bornes, correspondiente al área de los ayuntamientos de Grijo y Vilar do Monte, en el concejo de Macedo de Cavaleiros.

A nivel de fomento y investigación de las especies cinegéticas, esta asociación tiene una zona cercada de treinta y cinco hectáreas en plena Serra de Bornes, para reproducción y monitorización del corzo. La cría de corzos en ese cercado ha permitido ejercer una validación de los animales y realizar estudios sobre la especie.

La Associação realizó protocolos con el ICNF –Instituto de Conservação da Natureza e Florestas– y con la UTAD –Universidade de Tras-os-Montes e Alto Douro–, entidad que coordina los estudios y currículos que se realizan en este ‘laboratorio natural’.

Para dar continuidad al trabajo de investigación y monitorización del corzo en la Serra de Bornes, la Associação tenía que adquirir cámaras de vigilancia, redes para la captura, herramientas para realizar la limpieza de caminos y mantenimiento de los mismos, así como efectuar trabajos de prevención de incendios, lo que representaba una inyección de algunos miles de euros.

La dirección del SCI Lusitania avaló la propuesta e inició una serie de reuniones informativas para aclarar las acciones llevadas a cabo, considerando que el proyecto en curso se encuadraba en nuestros objetivos de apoyo.

Tal y como teníamos definidos en nuestros requisitos, se trataba de un proyecto de conservación de la naturaleza en el ámbito cinegético, contaba con apoyo científico, existían protocolos asignados y de sus acciones resultaría un eventual aprovechamiento cinegético del corzo.

Algunas visitas al área de caza, rápidamente nos permitieron concluir que el enorme esfuerzo de los cazadores locales –encabezados por el presidente de la asociación, Raúl Fernandes– y el extraordinario entusiasmo de los alumnos y docentes del Departamento de Ciências Florestais e Arquitectura Paisagista de la UTAD –liderados por la doctora Aurora Monzón– merecía nuestro apoyo. De esta forma pusimos a su disposición la ayuda financiera que nos fue solicitada.

Pero la dedicación de esta personas conquistó también nuestro respeto y reconocimiento y merecían algo más que eso. Por esta razón, les hicimos merecedores y les atribuimos el Premio Conservação da Natureza do SCI- Lusitânia Chapter, que les fue entregado durante la cena de nuestro Capítulo el 9 de mayo de 2015. Durante la entrega del premio, Raúl Fernandes nos proporcionó la sorpresa más grande de la noche: la caza del corzo había sido autorizada en la asociación a partir del mes de julio.

“Por esta razón, les hicimos merecedores y les atribuimos el Premio Conservação da Natureza do SCI- Lusitânia Chapter, que les fue entregado durante la cena de nuestro Capítulo el 9 de mayo de 2015”.

El SCI Lusitania Chapter va a continuar apoyando a la Associação de Caçadores de Grijó e Vilar do Monte y a la Universidade de Tras-os-Montes e Alto Douro. Tal vez sea uno de los primeros pasos para que la historia del corzo en Portugal tenga un final feliz. ¡Buena caza! CyS

P. S.: Curiosamente los corzos están ya de vuelta al sur del Duero en el concejo de Sabugal, sobre todo en la zona de Soito que es uno de los lugares en los que se avistan frecuentemente. Puede ser que, en breve, un Corceiro, entre muchos corceros portugueses, vuelva a ver a los corzos bailar en una tarde de verano en la pradera de Santa Inês. 

Este artículo está dedicado a la doctora Aurora Monzón, a Raúl Fernandes y a todos los que con ellos trabajan y acreditan que la caza es una de las mejores herramientas para la conservación de la naturaleza.

Por João Corceiro, expresidente del SCI Lusitania Chapter

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