El rincón de "Polvorilla"

En esta vida o en la otra, por M. J. ‘Polvorilla’

En esta vida. Caza
En esta vida o en la otra

A mi amigo Pepe Rodríguez-Colubi

Esto no es un relato de caza, es un relato de vida. Un amigo al que le juré la más falsa de mis promesas, la mayor falacia mirándole a los ojos. Le juré que cazaría un cochino a cuchillo y yo le ayudaría. Y hoy ha partido hacia lo eterno y mi promesa, en este preciso instante, toma fuerza de imperativa.

Cuando le conocí tenía una de esas sonrisas blancas que lucía como la nieve en verano –ausente–, pero poco a poco nos hicimos amigos y cuando la desenfunda brillaba a toda luz.

Parece que fue ayer; allí, en ese lugar Sagrado de Francia, lejos de mi mundo, cerca de una gruta en la ribera de un río. Allí éramos dos bichos –como dos mastines en un cortijo que se miden la distancia– tú con tu calva resplandeciente, tatuado, con tus ciento veinte kilos de experiencias en la vida, en silla de ruedas por tu mala cabeza, cuando parecía que nada te iba a sorprender viste a un servidor con patillas de Curro Jiménez y con el abrigo gastado, con algún lamparón de sangre de las monterías pasadas y sabiendo que ni tú ni yo pintábamos nada en esta fiesta.

Éramos los borrachos del retiro espiritual, los pícaros de la reunión de curas, los chistosos en un funeral… Ya no recuerdo si viniste tú o yo te ofrecí un cigarro. Nos examinamos, nos dimos la mano, me echaste un vistazo con la cara de cabrón que siempre ponías un segundo antes de soltar una de las tuyas y me lanzaste:

–Bonita chaqueta, ¿la había para hombre también?

Ahí justo me entregué, tocado y hundido, porque aquel granuja me había dado en las espinillas. Desde aquella vez hace tantos años nos hicimos amigos. Nos veíamos poco pero nos hablábamos mucho. Eras mi angelito disfrazado de diablo, porque hablabas con conocimiento de lo malo de la vida, de lo fácil que es irse por las veredas angostas y –una vez allí– lo complicado que es salir. A mí me atraía lo de ese mundo oculto de las malas compañías –de tocar fondo– por el morbo, por saber qué ocurre en las cloacas de nuestro día a día. Tú de joven te pasaste el juego –hasta la pantallita del dragón– y tus deudas con la vida se te cobraron en los últimos años sin que quede interés alguno por abonar.

Llevaste la nobleza de no poder andar y casi no moverte. La escara que te conocí en tus inicios y que te llevó hasta tus finales. Me preguntabas sobre la caza, sobre los agarres, siempre te dio mecha una experiencia fuerte, de sangre o navajas, de vida o muerte. La caza es muchas veces eso. Jugar a matar o morir, o jugar a seguir viviendo…

Recuerdo aquella tarde tras nuestro paseo por la gruta de Lourdes, rumbo a una cerveza que nos daba carrete para vacilar a la tropa sin dejar uno sano. La compasión que siempre detestaste -como un servidor- la devolvías con bromas y vaciles simpáticos. Recuerdo que te iba contando lances de cómo aquel marrano casi me raja el cuello de lado a lado, o aquel venado que casi me parte el hombro, o el corzo que me metió los cuernos en un costado… Allí mismo, ante la Gruta de Lourdes me hiciste jurar:

–Lolo, me llevarás pronto a cazar un guarro a cuchillo, ¿verdad?

Te estreché la mano. Para ambos eso tiene peso de documento notarial ante el mismísimo San Pedro. Nos miramos con aprobación. Y era cierto que los dos íbamos a cumplir, porque las promesas de caza a un amigo no se pueden declinar…

Ese pronto hoy se convierte en una obligación. Y desde la Sierra de Gredos miro sus crestas y me cae una lluvia fina en esta mañana de junio, no sé si es casualidad que el cielo llore. No pude verte en tus últimos pasos, quizá porque tú no me lo dijiste o quizá es que yo no quise verte. Los dos siempre odiamos las despedidas…

Pronto lo cazaremos juntos, a solas, sin más ayuda que la de un par de perros de esos que tienen nulo aprecio por la vida –como nosotros–. Serás avisado pertinentemente amigo Pepe. Te doy mi palabra de honor.

Nuestro acuerdo sigue vigente. Porque cazarás ese cochino a cuchillo y ya no será un impedimento esa silla de ruedas. En nuestra mirada cómplice de aquella tarde nos dijimos de todo, y una de las cláusulas era que podría ser en esta vida o en la otra, mientras fuéramos juntos.

Irá por ti. Lo juro. Irá por Pepe Rodríguez-Colubi Marqués, ese ángel titánico disfrazado de diablillo, cuyo único enemigo en la vida fue él mismo. Ya tienes de tu mano a Nuestra Señora de Lourdes, esa que nos presentó, nos unió y nos hizo eternos.

Te quiero calvorota.

En esta vida o en la otra, por M.J. “Polvorilla”

 

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