“Que éste sea el primero de muchos corzos y que los cazadores portugueses sepan cazar y conservar a estos animales verdaderamente hermosos”.
En plena Serra de Bornes, había, y aún hay, una pradera con un tronco de un fresno cortado, en el que a veces los corceros se sientan a esperar a ver los corzos bailar. A finales de mayo, la ladera oeste de la Serra de Bornes, es un lugar encantado con sus bosques de castaños, cerezos salvajes, madroños, fresnos, robles y pinos. Las retamas, los rosales salvajes y los saúcos en flor tiñen todo de amarillo y blanco y llenan el aire de dulces olores. Los pocos prados verdes y llenos de margaritas son lugares especiales a los que, de vez en cuando, se asoman los corzos.
Basta con subir a un alto, como es la Fraga dos Corvos, y fácilmente llegaran a la conclusión de que cazar un corzo en aquellos parajes, no es, y nunca lo será, una tarea fácil. Los corzos no son muchos, pero están allí: algunas huellas, algunas marcas, y algunos excrementos denuncian su presencia. Verlos es otra historia, el bosque frondoso les ofrece comida y protección, los claros son pocos y si intentamos cazarlos en esos laberintos verdes sienten nuestra presencia… una sombra huyendo es todo lo que vemos. Los pequeños duendes del bosque hacen honor a su nombre en este hermoso lugar.
El conservacionismo
Fue en ese tronco en el que, también yo, me senté hace unos pocos días, en el final de una tarde de un día lluvioso, con el sueño de poder cazar un corzo en un lugar sin vedados, sin cercas, en el que los corzos vagan verdaderamente salvajes en mi país. Pero, a pesar de saber que por allí andaba un macho, unas veces al atardecer y otras al amanecer… no fue esa tarde.
A la mañana siguiente, antes de que el sol rompiera, con mil cautelas y en silencio, Pedro Vitorino y yo ya estábamos sentados en el tronco a esperar vernos con el corzo. Dos o tres minutos después, los trinos y cantos de los pájaros, fueron silenciados por la fuerte ladra de un corzo. Encamado muy cerca, como más tarde pudimos confirmar, el corzo sintió nuestra llegada y así tuvo la certeza de que estábamos allí, salió ladrando dando a conocer su descontento a todos los habitantes de la sierra. Se alejó, subiendo la ladera, ladrando durante varios minutos todo un repertorio de improperios a todos los corceros del mundo.
Aquella espera ya estaba hecha. Nos quedaba intentar asomar a otros prados con la esperanza de sorprender a algún otro en un claro. De esta forma,, nos fuimos hasta la Corriça, donde está la mayor pradera de esa zona de la sierra. El sol brillaba entre la línea del horizonte y una capa de nubes que cubría casi por completo el cielo, la noche había sido fría y aquel podía ser un buen momento…
Al aproximarme del borde del prado, a través de una cortina de vegetación, vi algo rojizo en el medio. Se me puso el corazón a cien. Era un corzo y era macho. Un rápido ojeo con los prismáticos y allí estaba él, un corzo muy bonito, de cuernos gruesos, perlados y con una roseas impresionantes. ¡El escenario idílico soñado por todos los corceros!
Un paso en la historia
Pedro, que venía ligeramente detrás, se dio cuenta de todo y, como buen cazador que es, anticipó lo que iba a pasar. También estaba preparado con su cámara para inmortalizar aquel momento para que otros lo pudiesen ver y vivir más tarde.
Con una rodilla en el suelo, me eché mi viejo .308 a la cara. El disparo no fue difícil, tal vez ochenta o noventa metros, y el primer corzo cazado legalmente en Portugal en abierto, después de muchas décadas, allí quedó para la historia.
Que éste sea el primero de muchos corzos y que los cazadores portugueses sepan cazar y conservar a estos animales verdaderamente hermosos. ¡Buena caza! CyS
P. S.: Esta historia, mucho más que mía, es de todos aquellos que, a través de la caza y de la conservación de la vida salvaje, han hecho que sea posible cazar corzos en Portugal en terreno abierto. También es de mis antepasados que me hicieron Corceiro…
Por João Corceiro, expresidente del SCI Lusitania Chapter