«Como tantos otros cazadores, quería ver de una vez África, y sabía que, habiéndola visto, me quitaría esa obsesión de encima y terminaría con esa fantasía que me había perseguido tanto tiempo. Por supuesto que estaba equivocado, sólo aquellos que nunca han estado en África creen que alguna vez pueden escapar de su hechizo».
Craig Boddington, de su libro Desde el monte Kenia hasta El Cabo
El gran kudu (Tragelaphus strepsiceros) es, sin lugar a dudas, el más impresionante de los antílopes que tienen sus cuernos en forma de espiral. Un auténtico mito, tanto para el cazador que comienza su andadura por territorio africano, como para aquel que, a base de experiencia, ha llegado a conocer mejor a este bellísimo animal color ceniza.
Por su abundancia y precio es casi obligado ofrecer, por parte de las orgánicas especialistas en el continente negro, un primer safari en el que el primer el animal, podíamos llamar «estrella» del mismo, es el protagonista de estas líneas. Por otro lado, el experto cazador safarista siempre soñará con un macho cuyos cuernos, en forma de sobredimensionado sacacorchos, que sobrepasen las sesenta pulgadas. Es, así, un trofeo ‘para todos los públicos’ que tendrá un rincón, siempre importante, en nuestros sueños africanos.
Son muchos los autores de literatura venatoria africanista los que, al igual que le ocurre a un humilde servidor, se han mostrado maravillados por este icono de la caza en África. Me he tomado la libertad de recoger algunas citas que me resultaron interesantes y, ante las cuales, no puedo estar más de acuerdo con el pensamiento de sus creadores.
Peter Hathaway Capstick, en su obra Safari, The Last Adventure, escribe: «El gran kudu, con su masiva y delicada cuerna en forma de espiral de color marrón nuez moscada, rematada con unas puntas translúcidas de color marfil, es para mí lo más espléndido».
Por su parte, Robert Ruark, en su libro, Horn of Hunter, apostilla: «Hay algo acerca de esta bella bestia que hace que sea para los cazadores un santo grial. Quizás sean sus tremendos y curvados cuernos de color marrón caoba fuertes tanto en su base como en cada uno de sus rizos y terminados en unas puntas pulidas de color marfil. Tal vez sea la forma de su hocico, o su limpio y grisáceo pellejo, con una piel fina como un pergamino. Quizás sea la delicadeza de sus largas patas en un cuerpo de ciervo, la delgadez de sus extremidades, lo compacto de su cuello, el tamaño de sus grandes orejas que alcanzan a oír un susurro como si de un radar se tratase…».
Por último, para Terry Wieland, autor de Spiral Horn Dreams, «el fantasma gris, extendido cliché de lo que éste representa, es posiblemente la mejor descripción que se haya realizado para describir al gran kudu. El kudu nunca emerge del bush, se materializa en él; ellos no andan a través de la espesa cobertura, sino que se esfuman como el humo en un vendaval… no hay más impresionante y singular trofeo que unos cuernos de un macho maduro de gran kudu».
Mi pasión por los kudus comenzó antes de acudir al Cono Sur en busca de estos elegantes ungulados. He tenido la posibilidad de poderlos cazar en países como Zimbabue, Sudáfrica y Namibia, siendo este último, para mi gusto, el auténtico paraíso para este animal de esbelto cuerpo y cuernos en forma de espiral. Como bien afirmaba el maestro Domingo Cadenas en su libro África: cacerías y leyendas, todo animal que sobrepase las cincuenta pulgadas puede ser considerado como un trofeo dignísimo.
Al nobel cazador le recomendaría que, para sacar el mayor provecho a su aventura tras este icono de la caza en África, se olvidara por completo de lo recogido en el párrafo anterior. De lo contrario, la sensación que puede llegar a experimentar al abatir un macho maduro, lejos de producir una gran satisfacción, le puede llevar a la frustración. Esa maldita sensación que se produce cuando algo no cumple nuestras expectativas (en una gran mayoría de ocasiones infundadas).
Me viene al recuerdo el lance de un cazador andaluz al que conocí en su primer safari por las verdes montañas del Cabo. El penúltimo de los días de su cacería, consiguió tirar un kudu al que dejó herido y se perdió en la espesura del bush. El lance le había resultado único e irrepetible.
Al día siguiente, en una gran labor del profesional y los pisteros, se consiguió recuperar el animal que resultó ser un macho viejo de trofeo correcto para la zona en la que se estaba cazando.
El problema para mi inexperto amigo vino cuando, pasado un tiempo, otro buen amigo regresaba de Namibia con su cámara repleta de fotos y su mente pletórica por los trofeos obtenidos.
Le enseñó éste todo su reportaje fotográfico al anterior y, viendo el tamaño de los trofeos de kudu que había abatido en un hábitat totalmente diferente, sólo pudo mostrar frustración ante su primer kudu, desconociendo algo que, aunque elemental, muchas veces olvidamos: nada tiene que ver un animal, por ejemplo, del sur de Sudáfrica (como en este caso, que era El Cabo) con un animal de otro punto geográfico (en esta ocasión de la vecina Namibia).
Es por eso por lo que, en mi humilde opinión, uno debe aprender a valorar su trofeo. Unas veces la naturaleza nos regala animales únicos y, otras, las más, nos enseña a valorar que la caza es algo más que contar pulgadas. Y, así, personajes del mundo cinegético que, después de cientos de trofeos, parecen vivir con el único fin de ‘tener el mejor trofeo en su pabellón’ en todas las especies a las que se enfrentan, no dejan de ser como un niño que intenta llegar a coger las estrellas y, al no conseguir alcanzarlas, llora a su madre intentando que ésta comprenda su desdicha.
Quédense, mis queridos lectores, con las apreciaciones que recoge en su libro Retratos sobre caza y animales salvajes en el sur de Africa, sir Willian Cornwallis Harris, que tuvo el privilegio de ser uno de los primeros europeos que visitó Sudáfrica para un safari deportivo en 1938. Así, al acabar su aventura africana, de más de diez meses, escribía: «[…] otros antílopes pueden ser imponentes, elegantes o curiosos, pero un solitario macho de kudu es absolutamente majestuoso».
A modo de conclusión, solamente recalcar la fascinación especial que ha producido este animal en mi foro interno. Esta perla de aquellos mares de arena, ébano y espinosos arbustos sigue atrayéndome de una forma un tanto descontrolada. Pasan los años y, lejos de alojarse en el olvido, continúo soñando despierto con nuevos encuentros tras los pasos del fantasma gris de la sabana africana. (Continuará…).
El error ante la cercanía del animal
* Al ser este bello ungulado un animal de porte imponente, puede llegar a intimidar, en ocasiones, al apasionado cazador que, ante su cercanía, imagina antes de tiempo al gran antílope yaciendo en el suelo con un tiro fulminante.
* Hace ya casi dos años, en mi último viaje a la variopinta Namibia, me encontraba una de las mañanas de aquel inolvidable viaje recechando cerca de las montañas de Osera. Enmanuel, mi avezado tracker por aquel entonces, me comentaba que, en las cercanías de las faldas de aquella lineal cadena montañosa, había varias charcas que, día tras días, eran visitadas por buenos y abundantes órices y kudus.
Así, una tras otra, las fuimos revisando con resultados infructuosos hasta que, al hacer una entrada a la última de ellas, observamos dos órices tapados por la sombra de la vegetación. Nos parecieron dos hembras viejas, por lo que decidimos continuar con nuestro rececho intentado acortar distancia con nuestro objetivo tapándonos con el mato a cada paso.
Al llegar a escasos cincuenta metros, nuestro acercamiento me estaba resultando una auténtica delicia consiguiendo posiciones casi de arquero. Finalmente, aquellas dos bellas ‘enmascaradas’ portaban trofeos normales, por lo que dimos por terminada aquella entrada. Pero, al girar en absoluto silencio para no molestar su descanso, nos dimos literalmente de bruces con un precioso macho de kudu de portentoso trofeo.
Tal fue la sorpresa que, sin dudarlo y ante la aprobación de mi acompañante, intenté un tiro sin apoyo con la absoluta confianza de que alcanzaría a aquel gran blanco de color gris ceniza.
Al apretar el gatillo y sonar el estruendoso trueno del .375, vi correr el animal sin un solo rasguño hasta trasponer detrás de uno de los promontorios pétreos. Había sido un error infantil sin justificación ninguna. Al mirar mi anteojo, pude observar mi necedad traducida en la utilización de los 6 aumentos máximos que da el visor que tengo puesto en aquel rifle. Por ese motivo yo veía a través de la cruz a un animal totalmente desproporcionado, lo que me hizo cometer un error de bulto. Una sensación de derrota y de indignación me invadió todo el cuerpo. Por el exceso de confianza, había perdido una gran oportunidad. Me sentía física y mentalmente abatido y destrozado, aunque mi comprensivo acompañante, lejos de molestarse, no dejaba de regalarme una sincera sonrisa y una frase corta, pero concluyente: «Hunting is hunting».
Ya de vuelta a nuestro todoterreno eran miles los reproches que me iba haciendo en el más absoluto silencio. Necesitaba poder gestionar aquella amarga frustración que inundaba todo mi ser.
Como si de un cuento con final feliz se tratase, mi esquiva suerte dio un giro de 180 grados y me ofreció una nueva oportunidad frente a un precioso macho situado a unos 220 metros de nosotros.
Confiado en su poder de ocultación, nos observaba desde lo alto de una riscalera, cubierto por completo por un mar de acacias. Tenía que buscar un buen apoyo y alzar algo la cruz de mi visor al estar el animal a una distancia límite para el poderoso .375. La bala de 300 grains pesa lo suyo y, aunque es bien conocida la polivalencia de este calibre, no quería enterrar mi disparo en aquella arcillosa arena rojiza.
Es por eso que fijé la cruz algo alta, casi en la unión de la silueta del animal con el paisaje, y apreté suavemente el gatillo para que me sorprendiese la detonación.
Ver al animal acusar el disparo y derrumbarse a los escasos segundos me produjo un espasmo cardiaco que recorrió todo mi ser como una descarga eléctrica. El júbilo fue indescriptible y borró, de un plumazo, mi desdicha del lance anterior.
Al acercarnos al animal, después de sufrir cientos de pinchados producidos por las punzantes agujas de las acacias, observamos absortos y maravillados, aquella obra de arte hecha animal que representa este gran bóvido. Con asombro y profunda satisfacción lo contemplamos con respeto en aquella mañana luminosa de cielo azul cobalto infinito que nos regalaba la sabana.
Rasgos, distribución y alimentación
* Nuestro protagonista fue descrito por primera vez por Pallas en 1776 a través de un espécimen obtenido en el cabo de Buena Esperanza. El nombre de gran kudu, tal y como lo conocemos actualmente, parece derivar para algunos estudiosos de la especie, como Skinner, de una palabra utilizada por la tribu hotentote, un pequeño grupo étnico nómada del África del Sudoeste, concretamente de Botsuana y Namibia.
Para otros, la etimología de la palabra procede de la adaptación de la misma a la expresión «xhosa iqhude», que se adaptó por los afrikaans al vocablo «koedoe».
No hay mejor manera de describir a esta criatura que acudir a la literatura de Ernest Hemingway. En una de sus obras maestras como es Verdes colinas de África, escrita en 1934, recoge con su inigualable pluma una descripción completísima sobre su anatomía: «Era un kudu macho enorme y hermoso, completamente tieso, tendido de lado, los cuernos en forma de grandes espirales oscuras, increíbles y largos… me lo quedé mirando: grande, de patas largas, un gris uniforme con franjas blancas y los grandes cuernos curvados y amplia envergadura, marrones como nueces, con la punta de marfil, las grandes orejas y recio cuello, magnífico, con una tupida melena, marca blanca en forma de uve entre los ojos y el blanco en el hocico…».
Bien es verdad que este reconocido autor, al igual que otros clásicos de la literatura cinegética, desarrolló sus aventuras en el África del Este (Tanzania y Kenia) de mediados del siglo pasado, donde la abundancia de este animal era relativamente escasa, por lo que potenciaba ese anhelo de admiración por conseguirlo.
Es el kudu el segundo animal más grande del género Tragelaphus, solamente sobrepasado por su pariente, el gran eland (Taurotragus oryx). Con un peso que supera los 250 kilos para los machos adultos y los 150 kilos en el caso de las hembras reproductoras, este magnífico bóvido, cuya piel tiende a volverse más oscura con el paso del tiempo, presenta un cuero en el que se difuminan de seis a diez rayas verticales de color blanco y escaso grosor.
Kevin Robertson, gran experto en las especies africanas, al presentar al carismático gran kudu en su bestseller El tiro perfecto, nos habla del mismo con profunda admiración: «Los pelos de blancas puntas de las crines que rematan el lomo de un macho de kudu y las delgadas rayas blancas verticales que lo atraviesan parecen rayos de luz que penetran a través de la densa maleza, ayudando al kudu a camuflarse. Esas rayas y crines también distorsionan su perfil, por lo que resulta extremadamente difícil distinguirlos».
* Estando más cerca de ser un puro ramoneador que se alimenta de hojas de diferentes tipos, tampoco hace ascos a semillas, fruta caída, flores y hierba recién salida. Acudirá a los aguaderos en la estación seca, aunque su morfología le permite adaptarse a ambientes relativamente áridos. Al igual que ocurre con otros parientes del mismo género, nuestro protagonista ocupará bosques de árboles de hoja caduca durante la estación lluviosa, mientras que lo encontraremos en ecotonos, como pueden ser las riberas de los ríos secos y laderas arbustivas, cuando el astro rey se muestra jornada tras jornada impenitente debido a su mayor riqueza alimenticia. Los kudus se alimentan prioritariamente en los momentos en los que la luz se desvanece o bien en plena oscuridad, por lo que serán éstas las horas en las que se muestren más activos, desapareciendo por completo en la espesura en las horas de más calor.
* Su hábitat tipo estaría conformado por áreas montañosas, rocosas y accidentadas, intercaladas con zonas boscosas y arbustivas de marcada frondosidad. Este miembro de la familia de los antílopes de cuernos espiralados gusta frecuentar los puntos de agua, por lo que nos será de gran ayuda examinar sus huellas alargadas y en forma de corazón marcadas en el barrizal para determinar la presencia de machos representativos en una zona determinada.
A veces esquivo, otras indiferente, sobre todo cuando no lo estás buscando, se trata de una especie gregaria y sedentaria. Es, por añadidura, muy vagabundo, sin unas querencias fijas en el interior de un área determinada. Las hembras se suelen agrupar en manadas de unas tres o cuatro féminas adultas junto a sus crías de ese año, aunque este dato puede sufrir variaciones según los diferentes ecosistemas en los que habitan.
Al comienzo de la estación seca invernal, durante la época de celo, será cuando se produzca una aproximación de los machos maduros a los grupos de hembras, ya que, durante el resto del año, estos sultanes prefieren moverse en grupos de solteros formados por clanes de animales con diferentes edades
Valoración y medición del trofeo
* Resulta especialmente difícil poder valorar el trofeo de kudu en el campo. El halo especial que suponen los bellos cuernos de este animal hace que el cazador ‘peninsular’ se aleje, como norma general, de la obsesión americana de medir pulgadas como fin último de la cacería.
La principal dificultad estriba en poder estimar las diferentes variaciones que se producen en la anchura de la espiral. Es por este motivo por el cual el neófito en la materia se verá más impresionado al ver un ejemplar con un par de cuernos largos y abiertos que por otro individuo de trofeo más cerrado.
Esta afirmación la he vivido personalmente cuando me enfrenté mi primera cacería de kudus en territorio africano.
Al día siguiente al obtener un fabuloso trofeo de porte cerrado y gran anchura de espiral, un atardecer namibio me regaló otro fabuloso macho en las cercanías de un arroyo seco. Ignorante, olvidé por completo mi anterior trofeo centrándome en este segundo. Estaba convencido de que era mayor debido a su porte muy abierto y largo, hasta que mi falta de conocimiento quedó patente al medir la espiral de ambas astas y demostrar que eran cuatro pulgadas más pequeñas que mi anterior ejemplar.
Actualmente me decanto más por ejemplares cerrados, aunque sean menos impresionantes, siempre teniendo en cuenta que la dificultad de juzgar unos cuernos de kudu se agrava sobremanera debido la coloración de los mismos, y a que, generalmente, nos encontramos en lugares muy espesos donde vamos a tener una visión muy fugaz de los mismos.
En el argot del cazador profesional, la forma de estimar la longitud de los cuernos del kudu siempre tiene en cuenta la medida de la longitud de la espiral. Al preguntarles, recibiremos una respuesta orientativa que afirmará, por ejemplo: «Este animal anda por las 49 o 50 pulgadas».
* Cualquier profesional de pro se verá plenamente satisfecho si, al obtener el trofeo y proceder a su medición, la misma coincide con sus estimaciones. Yo he llegado a vivir lances con ‘apuestas’ varias entre el profesional y los pisteros tras el abate de uno de estos grandes animales. Ante tal acierto, no está de más reconocer su conocimiento del medio, ya que les regalaremos unos piropos sinceros que harán agrandar su, a veces, maltrecho ego.
* Un animal con cuernos que superen las 60 pulgadas será el sueño de cualquier cazador africanista, estando el actual récord del Safari Club Internacional en un gran macho con una puntuación de 155 6/8″ y con un cuerno izquierdo de más de 68 pulgadas y el derecho de más de 67 pulgadas.
Calibres recomendados
* Con el corazón literalmente incrustado por encima de sus patas delanteras, buscaremos para asegurar, siempre que sea posible, un disparo tipo ‘pulmonar’, debido al volumen de los mismos, y a que, al ser un animal que se merece una taxidermia ‘de pecho’ no debemos intentar utilizar tiros de cuello y de encastre de éste con la masa compacta del cuerpo del animal.
* También es bastante común tener que hacer tiros de atrás hacia delante, debido, principalmente, a que nuestro objetivo comience a ocultarse en el bush alertado por nuestra presencia. En ese caso tomaremos como referencia la marca producida en la piel por la última costilla, fijando la cruz de nuestro visor a unos tres centímetros de ésta. El resultado de este tipo de disparo suele ser fulminante, aunque recomiendo una bala blanda y un calibre que no sea mágnum para evitar que el animal sea traspasado por la velocidad de la punta.
* En el caso de decidir realizar un disparo al encastre del cuello con el cuerpo de nuestro antílope, debemos tener en cuenta que será necesario un calibre y una bala adecuados, sobre todo para los casos de animales enmontados. Debemos conocer que en este bello animal las vértebras cervicales se encuentran situadas aproximadamente en el centro del cuello, donde éste encuentra su unión con el cuerpo.
* El resultado positivo de este disparo nos llevará a derrumbar a nuestro oponente de forma súbita, pero, si no somos precisos en nuestra empresa, la resolución del lance desembocará en el pago de la tasa de abate sin haber podido cobrar nuestro trofeo.
Subespecies
El Safari Club Internacional, en su libro de récords, reconoce cinco subespecies de gran kudu:
* Gran kudu del oeste (Tragelaphus strepsiceros burlacei): distribuido por el sudeste del Chad, noreste de República Centroafricana y parte de Sudán.
* Gran kudu de abisinia (Tragelaphus strepsiceros chora): habita en Etiopía y en la región central del Nilo Azul ,del este de Sudán.
* Gran kudu del este (Tragelaphus strepsiceros bea): se encuentra su hábitat en el sudeste de Sudán, noroeste de Uganda y en parte de la geografía de Kenia y Tanzania.
* Gran kudu del cabo (Tragelaphus strepsiceros strepsiceros): originario de la provincia de El Cabo, en Sudáfrica.
* Gran kudu del sur (Tragelaphus strepsiceros strepsiceros): recibiendo el mismo nombre científico que su primo de El Cabo, esta subespecie se encuentra más ampliamente distribuida, habitando en gran número de países como Angola, Zambia, sureste de Zaire, Malawi, Mozambique, Zimbabue, Namibia, Botsuana y la mayor parte de Sudáfrica, a excepción de la antes mencionada provincia de El Cabo.
Desde el punto de vista de autores tan reconocidos como Peter Flack, aunque el Rowland Ward distingue entre el gran kudu del sur, del este y del norte, estamos hablando del mismo animal. Éstos son iguales y se comportan de forma idéntica, excepto con pequeñas excepciones en cuanto a la coloración y talla, según su localización. CyS
Por Alfonso Mayoral Fotografías: autor, Fotolia y A. Sanz