Con la llegada del nuevo año, en muchos cotos se plantea un dilema de difícil solución: aprovechar los últimos días o adelantar el cierre para tratar de dejar más reproductores para la próxima temporada.
En este artículo reflexionamos sobre la importancia de cerrar a tiempo, una decisión difícil, pero que puede garantizar las perchas en años venideros.
En primer lugar, no viene mal compartir las opiniones de los aficionados repartidos por toda la geografía nacional que, según va avanzando la temporada, van dando algunos resultados de como está evolucionando.
A falta aún de datos precisos, parece que, como viene sucediendo ya desde hace demasiado tiempo, las capturas siguen siendo muy reducidas, quizás incluso un poco más de lo ‘normal’ en Galicia o Castilla-La Mancha, mientras que en Castilla y León o Andalucía la sensación es más positiva.
Aún así, caeríamos en una frivolidad si dijéramos que esta temporada ha sido buena, regular o mala, sin antes existir estudios que pudieran transformar las opiniones e ideas en hechos contrastados.
En todo caso, tampoco es excesivamente significativo hablar de la valoración o las impresiones de una temporada concreta.
Para ser precisos tendríamos que considerar la evolución de los resultados en los últimos años, confirmando entonces la tendencia negativa, casi dramática, de nuestras especies de caza menor, aunque, como siempre, con enormes diferencias en función de comunidades, provincias o, incluso, cotos vecinos.
Importancia de censos y análisis de las capturas en la gestión
Una de las tareas básicas que debe llevarse a cabo en cualquier coto es el censo de especies cinegéticas, en particular tras el cierre de la temporada y antes del comienzo de la misma. Hacer un buen censo no es cosa fácil, pero la experiencia nos dice que las mañanas y tardes con todoterreno, prismáticos en mano, nos darán una información muy valiosa para tomar decisiones acertadas en el futuro.
La eficacia de los censos es muy variable en función de los recursos empleados para esta tarea, la experiencia de los que realizan el censo y el paisaje de nuestro coto es imprescindible, porque no es lo mismo censar en un olivar, una sierra o en una planicie cultivada. Pero, de realizarse con paciencia y tesón, se puede llegar a contar una proporción elevada de las especies que tenemos; llegar a un 50-60% sería todo un logro.
Dice el investigador francés M. Devort que el día del cazador se divide en dos partes: la primera, para cazar y, la segunda, para tomar nota de lo que se ha cazado.
Por desgracia, este segundo aspecto sigue siendo escaso en la mayoría de nuestros cotos, si bien poco a poco va creciendo el interés por determinar el sexo y la edad de lo que se caza. Los cuadernos o fichas de caza, tan implantados en otros países, siguen estando ausentes en nuestros morrales.
Es fundamental que vayamos fomentado este pequeño gesto entre todos los cazadores, especialmente en los más jóvenes. En nuestra opinión, la exactitud de los datos entregados puede ser mayor cuando es de forma voluntaria. A la vista está lo que ha sucedido con planes de ordenación cinegética en muchos cotos.
Utilizando los censos antes de la temporada de caza y el análisis de los ejemplares cazados durante ésta, podremos saber cuánta caza sustenta nuestro coto y, por ende, establecer cuánta caza debemos ‘cosechar’.
Durante la veda, también hay mortalidad
Es cierto que el hombre es uno de los principales ‘depredadores’ de la caza, pero durante el período de veda son muchas las especies que ejercen depredación sobre perdices, conejos y liebres.
Enumerar todos los depredadores que de alguna u otra manera comen caza nos llevaría varios párrafos. En la perdiz roja, Duarte y sus colaboradores identificaron 41 especies, si bien, como sucede en el conejo y la liebre, zorro, perros y gatos asilvestrados y rapaces son los más importantes.
Mención aparte merecen los córvidos que son muy hábiles a la hora de encontrar nidos y huevos. Y a todo esto tenemos que sumar las cosechadoras, los atropellos, la propia caza mayor, especialmente el jabalí, y otras causas que reducen el número de gazapos y perdigones nacidos.
Calcular la mortalidad desde el final de la caza hasta el verano, cuando los jóvenes son independientes, puede resultar complicado, pero los estudios disponibles nos muestran el camino.
Mateo-Moriones y colaboradores (2012), estudiando perdices radiomarcadas en Navarra, establecieron que hasta un 73% de las perdices fueron depredadas entre abril y junio, siendo los carnívoros (zorro) los principales depredadores en la época de puesta.
Otros estudios realizados en perdiz pardilla en el Reino Unido, apuntan que hasta el 50% de las perdices mueren antes de la época de puesta, principalmente por las rapaces.
En las liebres y conejos, los estudios disponibles nos hablan de mortalidades anuales en ocasiones muy elevadas (mayor del 50%), aunque estas cifras no pueden extrapolarse a todos los cotos y tiene especial importancia la variable incidencia que pueden mostrar las enfermedades víricas en poblaciones concretas.
En consecuencia, es posible que más del 50% de la caza que sobrevive a la temporada desaparezca antes del inicio de la siguiente, en ocasiones sin haber tenido la oportunidad de reproducirse.
Por lo tanto, si lo que se deja tras la temporada es escaso, corremos el riesgo de esquilmar lo que tenemos. En otras palabras, aunque suene duro, ¡extinción!
¿Sólo una cuestión de números?
Por lo general, el cierre de la caza se justifica por la necesidad de dejar un número suficiente de reproductores para la siguiente temporada, pero ¿eso es todo?
A la cuestión matemática, también se le suma el hecho de que a finales de la temporada (enero-febrero), es posible que las especies de caza menor hayan iniciado su reproducción dependiendo de las condiciones climáticas o la latitud de nuestro coto.
En la perdiz roja, las primeras parejas ya pueden observarse con la llegada del inverno. La actividad reproductiva se adelanta más al sur peninsular e islas en comparación con el resto del territorio, en particular en el norte, donde las parejas tardan más en formarse.
En la liebre ibérica, un estudio realizado por Alves y colaboradores en el año 2002, apuntaba que ya desde principios del invierno es frecuente observar liebres que están activas sexualmente.
El conejo de monte puede reproducirse durante todo el año en algunas zonas, aunque la reproducción sí es menor durante la temporada de caza, incrementándose según va llegando la primavera.
En consecuencia, es posible que a finales de la temporada estemos abatiendo una proporción importante de caza que ya se está reproduciendo.
También hay que tener en cuenta el movimiento de los animales de unos cotos a otros. Las especies de caza menor son territoriales y tienen querencia por el lugar en que nacieron (lo que se conoce como filopatria), pero si no existe agua, alimento, cobijo y tranquilidad, buscarán lugares que ofrezcan estos requerimientos. De ahí que una proporción importante de caza se marche del coto.
Por último, es por todos conocido que hay ejemplares que se matan pero que no se cobran, animales que no figuran en la percha pero que hay que considerar para que nuestros cupos sean coherentes.
Planificando el cierre de la caza menor
Una vez que hemos planteado las distintas cuestiones para planificar el cierre de la mejor manera posible, iremos especie a especie.
Para todas ellas, no existe un criterio universal que se pueda aplicar en todos los cotos. Cada terreno cinegético es distinto y, por ende, lo que vale para un coto no vale para otro.
•Perdiz roja. No son pocos los autores que han desarrollado fórmulas matemáticas para calcular los cupos.
Peiró y Blanc establecieron en un estudio publicado en 2011 que las densidades de perdices pueden calcularse con precisión utilizando la densidad de parejas y la relación entre el número de juveniles y adultos en verano. Ballesteros (1998) ofrece una fórmula muy útil que puede ajustarse en función de las características de una población perdicera concreta. A partir de ahí se puede decidir el número de perdices a cazar por unidad de superficie, generalmente por cada cien hectáreas.
En líneas generales, lo más prudente es cerrar la caza de la perdiz cuando se ha abatido del 30 al 50% de las perdices censadas antes de la caza, pero cada gestor tendrá que decidir dónde poner el límite.
La observación de parejas será un motivo suficiente para no disparar o bien cerrar la caza directamente, si bien no siempre es fácil identificar las parejas, dado que los dos individuos no siempre vuelan juntos.
•Conejo de monte. El conejo se caza durante muchos meses al año y bajo distintas modalidades, incluyendo la captura con hurón, al salto y con podencos. El número de conejos cazados por unidad de superficie puede variar mucho en función del paisaje y gestión realizados, llegando a cazarse decenas de conejos por cien hectáreas cuando es plaga.
Un interesante estudio realizado por Angulo y Villafuerte (2003) comparó los efectos de distintas presiones de caza en dependencia de la época del año en que se caza y si se cazan adultos, jóvenes o ambos. Los autores pusieron de manifiesto que es mejor cazar juveniles y adultos durante la primera mitad del año y la presión de caza puede variar en dependencia de la calidad de cada población. El conejo puede ‘aguantar’ presiones de caza superiores al 50%.
•Liebre ibérica. En las regiones más lebreras de España, como Castilla y León, las perchas oscilan entre una y tres liebre cada cien hectáreas, lo cual puede suponer aproximadamente un 50% de la población. En otros lugares donde abunda el olivo y el regadío, las densidades pueden ser superiores, llegando a superar las 50 liebres/100 hectáreas (Duarte y Vargas, 1998). En países como Francia y Reino Unido, la presión de caza sobre liebres europeas oscila entre un 20 y un 60% por temporada. No existen suficientes estudios científicos sobre la presión de caza que se puede ejercer sobre la liebre ibérica, pero parece razonable cerrar la caza cuando nos acerquemos al 50% de las liebres censadas y veamos muchas liebres que se estén reproduciendo.
Son muchos los números, datos y resultados que nos pueden ayudar a tomar esta difícil decisión, aunque, como siempre, el sentido común también será de gran ayuda para acertar.
Además, no debemos olvidar que ésta tan sólo debe ser una más entre las medidas de gestión integral que urge adoptar en casi todos los cotos para no quedarnos sin perdices o conejos.
Son labores imprescindibles que pasan por manejar el hábitat, por controlar predadores y, sobre todo, por luchar por una agricultura más sostenible y menos intensiva que evite el abuso de herbicidas y pesticidas y reduzca la biodiversidad predominante a un solar de cereal monocultivo sin linderos, agua o invertebrados, alimento básico de perdigones recién nacidos, por citar un ejemplo.
Por desgracia, nos ocupamos muchas veces de proteger a grandes especies emblemáticas sin darnos cuenta de que esa conservación pasa indisolublemente por la recuperación de las poblaciones de caza menor, sustento básico de sus dietas y principal factor modulador de sus poblaciones. CyS
Por Equipo Técnico de Ciencia y Caza (www.cienciaycaza.org)