El corzo es el más pequeño de los cérvidos europeos, y el corzo español es a su vez el de menor tamaño de las subespecies del continente. En la Península Ibérica hay al menos tres razas diferenciadas por el color de su pelaje y algunas características de su cornamenta y tamaño: el morisco de las sierras andaluzas es el de menor de peso entre ellas.
La expresión y la vivacidad del corzo le hacen especialmente bello; sus ojos oscuros y expresivos, la banda negra que orla su hocico y sus pequeñas cuernas de tres picos le confieren un aspecto característico. Es en principio huidizo cuando vive en el interior del monte, pero llega a hacerse tan confiado que se mezcla con los rebaños ovinos y se acerca a las poblaciones en busca de restos de alimento.
El corzo es un cérvido forestal; vive tanto en bosques tupidos como en otros degradados o aclarados, y come más hojas y ramaje que pasto en el suelo, por lo que podríamos decir que, desde el punto de vista funcional, es más «cabra que oveja».
Por la razón anterior el corzo, al ramonear, limpia el sotobosque y permite el paso de la luz hasta el suelo, pero por lo que se está poniendo de actualidad es por su nueva función ecológica que consiste en servir de soporte alimenticio a algunos de los predadores más valiosos de nuestra fauna.
Es cierto que la especie sufre una fuerte presión cinegética, pero hay que reconocer que los cazadores no han actuado de manera excesiva, prueba de ello la explosión de las poblaciones del pequeño cérvido en la mayor parte de sus áreas ibéricas de distribución.
Siempre se ha dicho en medios rurales que «si hay corzo el lobo comerá corzo», y es bien cierto. Los corzos, tanto adultos como juveniles son pieza muy perseguida por las manadas de lobos cuando coincide en su distribución, por lo que su abundancia en entornos lobunos es un buen antídoto contra las «lobadas», o ataques al ganado.
Pero últimamente los biólogos que estudian las grandes rapaces, como el águila real en los Montes de Toledo, constatan que las crías de los corzos están formando un componente de importancia en los restos encontrados entre los desperdicios de los nidos de la gran rapaz, algo verdaderamente insospechado.
La disminución de las poblaciones de conejos en infinidad de entornos forestales de España venía convirtiéndose en una gran amenaza para la supervivencia de las especies de superpredadores, como el lince, el lobo o las grandes águilas: el corzo ha venido a suponer un alivio en este sentido al atraer la atención de las mismas y proporcionarles una fuente nutricional que hace pocos años apenas exploraban.
Estamos hablando desde el punto de vista ecológico y sobre la función del Capreolus capreolus en las cadenas alimentarias, es decir de una manera sólo funcional que no debe apartarnos de la admiración que producen la belleza y el sigilo con que los corzos se constituyen en una de las especies más bellas de nuestra fauna.
La especie ha demostrado su rusticidad y su capacidad de adaptación le ha permitido sobrevivir a las malas circunstancias por las que pasó hace cincuenta años, entre las que se encontraba posiblemente el exceso de sus capturas. Hoy la carne de corzo no supone aporte significativo para la escasa población humana de los montes en que se refugia.
Biológicamente es muy curioso el fenómeno de la implantación diferida de sus óvulos una vez que han sido fecundados, de manera que entre el celo y la cópula, de primavera a primavera del año siguiente pasa casi un año. La explicación consiste en que una vez formado el zigoto, o célula-huevo fecundada, éste tarda en implantarse en la matriz retrasando así la gestación.
Durante el celo, que al ser primaveral no coincide con el otoñal de los cérvidos mayores, los machos se tornan agresivos y pelean entre ellos emitiendo unos sonidos característicos que se conocen como «ladridos»; no tienen nada que ver con los impresionantes bramidos de los ciervos, pero responden a la misma función de eliminar mediante un torneo incruento a posibles rivales en la conquista de las hembras.
Conquista, no de un harén, sino de una pareja o de un pequeño número de consortes, ya que este cérvido vive aislado o en grupos de pocos componentes. Los corcinos, aún más bellos y graciosos que los cervatillos, pesan apenas cinco kilos, por eso son presa fácil de los predadores como venimos constatando.
En definitiva los criterios de utilidad triunfan en la naturaleza y no suelen coincidir con los humanos al tratar de las especies que más ternura y admiración despiertan en nosotros. De todas formas hay que reconocer que ni los furtivos menos respetuosos con las leyes de caza serían capaces de disparar contra una corza seguida de su corcino.
No todo van a ser malas noticias cuando hablamos de la naturaleza. Hoy día no se teme por la supervivencia de este cérvido diminuto, forestal y maravillosamente bello.