Llega febrero y con él resuenan los últimos ecos de las caracolas llamando a recogida… Se acaba la temporada de caza y, con ella, las monterías. La montería es la modalidad reina de la caza en España. Mucho se ha escrito sobre ella; me atrevo a hacerlo desde la experiencia de estar a punto de cumplir mis bodas de oro como montera y no por considerarme una voz autorizada, que en materia de caza se está aprendiendo hasta el último día que te enfundas los zahones.
La montería española es única en el mundo y retrata el carácter español. Somos sociables por naturaleza y la montería es el exponente de la caza en equipo. No hay trofeo más preciado que la caza nos brinde que el de la amistad. Son muchas las que surgen y perduran durante generaciones. Tradicionalmente, las monterías se dan entre grupos de amigos o conocidos en los que acaba naciendo un lazo indisoluble de lealtad y cariño. Al abrigo de una lumbre, surgen tertulias que tejen historias de unos y otros que pervivirán en la memoria de los monteros.
El noviazgo
Los españoles somos alegres y bulliciosos: nada alegra más los sentidos que una suelta en una mancha bien preparada de reses; la algarabía de los diferentes latidos son acordes musicales en los oídos del montero. El estruendo de una res rompiendo monte, seguida de una ladra, es música celestial. El noviazgo montero ha sido y debe seguir siendo una ceremonia alegre y jocosa donde, entre bromas y chanzas, se juzga al neófito que llevará siempre grabado en su alma el recuerdo del lance y la alegría chispeante del noviazgo.
La montería es una caza valiente, como somos nosotros los españoles: valientes y apasionados. Da gusto mirar a una cuerda y ver a los monteros apostados en lo alto de los riscos así arrecie el cierzo, defendiendo gallardamente las carreras de las reses hacia el vaciadero. Sobrecoge ver a los perreros desafiando el monte cerrado, las ásperas pedrizas y el arrojo de unos y otros al acudir al agarre. La pasión aflora con cada ladra, con cada arranque, con el latido de un perro ladrando a «parao».
Los españoles hemos encarnado desde siempre las reglas de caballerosidad y la montería es exponente de ellas. Los monteros se avienen a reglas no escritas que rigen en la sierra: respeto al capitán de montería, al dueño del coto, a los maestros de sierra, a los perreros y batidores; respeto a la jurisdicción de tu puesto, a la primera sangre, al monte, y, lo que es más importante, respeto a las piezas de caza que van a brindarnos, quizás, el lance de nuestra vida. La montería se rige y debe seguir rigiéndose por el respeto.
Los españoles damos valor al culto y la montería es religión. No sólo porque en todas ellas se reza, aunque sea un humilde Avemaría para recabar la protección de la Virgen de la Cabeza y de San Huberto, nuestros patronos, sino porque, ante la majestuosidad de la sierra con sus olores, sus colores, sus sonidos, sus silencios y su grandeza, surge en los corazones monteros un sentimiento de agradecimiento al Creador por permitirnos participar de su obra.
El quijotismo
También, por qué no decirlo, la montería es el exponente de esos «defectillos» tan españoles como son la envidia, la picaresca y el quijotismo: todos alguna vez hemos envidiado los resultados de alguna partida de caza que no es la nuestra, todos nos hemos movido unos metros para mejorar la postura, somos los monteros quijotes críticos con esta modalidad de caza tan querida y tan denostada muchas veces por nosotros mismos.
Quiero ver ahora, en estas últimas temporadas, un renacer del sentimiento montero, del culto a la montería, una vuelta a su esencia. El montero actual es mucho más selectivo al planificar su temporada y vuelve a valorar aspectos que empezaban a desdibujarse: se elige bien el capitán de montería, el cazadero, las rehalas que van a participar, la calidad de sus perros y la afición de los perreros. Se busca el grupo de monteros donde nos encontremos acogidos y protegidos por el calor que sólo da la amistad.
También aprecio menos beligerancia por parte de la sociedad donde se empieza a ver al cazador como algo necesario para la conservación del medioambiente. Se nos empieza a tener en cuenta por la riqueza que creamos en el mundo rural y éste nos aprecia como parte del mismo. Somos, con agricultores, pescadores, ganaderos y gente de campo, parte de la tierra que ha formado nuestro carácter, nuestra forma de ser, de amar, de odiar, de vivir y de cazar.
¡Larga vida a la montería!
Fuente: abc.es / Carmen Basarán