No hay duda de que lo más apasionante del periodismo digital es su aspecto interactivo. Por eso debo a mis lectores, que tanto se han implicado en el tema de la persecución a los últimos lobos ibéricos, algunas reflexiones ecológicas.
En los comentarios de los lectores al reciente artículo ¿Cuántos lobos hay que matar?, opinaban algunos de ellos que el lobo no consumirá presas salvajes, como el corzo, mientras tenga a su disposición el ganado doméstico. Mucho más apacible y sencillo de capturar.
Oponían otros tantos el argumento de que el hombre que pastorea los rebaños impone especialmente al cánido silvestre, que sólo atacará al ganado si el hambre y la falta de presas silvestres se lo exige.
Ninguno de los dos argumentos es absurdo, pero de esta polémica se deriva, al menos parcialmente, la política de gestión del lobo que pueda ser en cada caso y cada situación aconsejable. No está de más recurrir a postulados de verdadero peso científico.
En este sentido recordamos la expresión «índice de apetencia». Con ella, el biólogo español José Antonio Valverde, auténtico «padre» del Parque Nacional de Doñana, estableció las bases de la relación entre predadores y presas en la naturaleza. Que bien puede aplicarse con exactitud a la tendencia y eficacia cazadora del lobo.
Para Valverde el índice de apetencia, es decir la fórmula capaz de expresar la inclinación de una especie depredadora en relación con los demás animales de su entorno, está en razón directa entre la energía producida por su carne tras darle caza. Por el contrario en relación inversa con la energía que hay que gastar para su captura. Dicho en forma aritmética, el índice vendría expresado por una fracción en cuyo numerador está Ep (Energía producida) y en su denominador Ec (Energía consumida).
El funcionamiento real de la predación
A pesar de su sencillez, esta relación está definida de forma magistral y aporta mucha información sobre el funcionamiento real de la predación en la naturaleza. Vamos a formularnos una primera pregunta.
¿Cómo puede una presa hacerse menos apetitosa para un depredador? La respuesta está muy clara: aumentando la energía que tiene que gastar el predador para conseguir darle caza.
La segunda pregunta se formula de manera inmediata: ¿Cómo puede un predador aumentar su apetencia por una presa? Pues bien, dirigiendo su atención a aquellas que le produzcan mayor rentabilidad, es decir, más energía con menos gasto.
Las presas han tratado a lo largo de la evolución de vender cara su vida, es decir, de hacer consumir mucha energía a quien pretenda capturarlas. Esto puede lograrse de diversas formas. Las más empleadas son la conquista de la velocidad para la huida, la adquisición de armamento, como los cuernos, para combatir si es necesario, o bien la adopción de conductas de ocultación o de camuflaje. En la naturaleza la evolución no permite a casi nadie ser invulnerable, pero algunos casi lo consiguen.
Estrategia eficaz de control natural
Entre los mamíferos la mejor fórmula de éxito es el gigantismo, como el de los elefantes, rinocerontes e hipopótamos. Si nos preguntamos cómo se las arregla la naturaleza para evitar que estos resistentes no se conviertan en plaga, digamos que emplea mecanismos más sofisticados, como los de tipo genético, con nacimiento de mayor número de machos que de hembras, o con el nacimiento de pocas crías, es una estrategia realmente eficaz.
Pero si tenemos en cuenta que la unidad funcional en el medio ambiente más que el individuo aislado es la especie, reconoceremos otra forma de supervivencia, en este caso colectiva. Consistente en morir en gran número a cambio de contar con elevado, a veces hasta la exageración, número de descendientes. Es el caso de los roedores y también de muchos peces. Esta forma de supervivencia se denomina «estrategia R».
Temor por instinto
Volvamos al lobo: ¿Cuál es su índice de apetencia respecto al corzo o la ternera por poner un ejemplo real en nuestros ecosistemas ibéricos?
Es evidente que la res doméstica no puede competir en agilidad ni en velocidad, ni siquiera en capacidad defensiva con los bóvidos dotados de cuernos con sus homólogos silvestres.
Sin embargo disminuye enormemente su índice de apetencia su proximidad al hombre, el superpredador al que teme por instinto y por experiencia el lobo, nuestro competidor por la caza desde el Neolítico. De ahí estas reflexiones ecológicas.
Se trata simplemente de aumentar la dificultad de captura de nuestro ganado. Que no falten en ningún rebaño los mastines protectores, que el rebaño disponga de apriscos para la noche, que la ganadería extensiva acote límites con pastores eléctricos y que se recupere, o al menos que no se abandone la imprescindible función del pastor: una de las profesiones todavía más en peligro de extinción que los propios lobos.
Genial en su sencillez el planteamiento por parte de José Antonio Valverde de este factor ecológico: el índice de apetencia.
Un artículo para Libertad digital de Miguel del Pino Luengo, biólogo y catedrático de Ciencias Naturales.