Lo de Grand Slam es un subterfugio, no me malinterpreten, y más que una colección, es una ilusión personal, muy personal.
Me formo distintos Grand Slam, distintas ilusiones, de caza o de cualquier otra cosa, incluso a sabiendas de que muchos no los voy a poder completar.
Recopilo información, visito el lugar o lugares si es que hay que viajar, hago álbumes, busco una finalidad o no… genero un anhelo.
Quizá la gracia para mantenerlo vivo es no acabarlo o que sea prácticamente imposible de acabar.
Algunos Grand Slam personales: hembras de cabra montés
Les cuento algunos de ‘mis Grand Slam’, como cazar una hembra de cabra montés en cada zona de distribución característica y/o aislada, y donde no se pueda cazar conseguir fotografiarla. Comencé este reto con una doble finalidad, naturalizar de pecho una cabra de cada terreno cinegético y realizar una caracterización biométrica de las cabras de cada zona.
Salen cosas muy curiosas, no son todas las cabras iguales, para nada.
Pero por encima de las finalidades están la gente y los parajes conocidos, los viajes, las vivencias y, por qué negarlo, recechos a buen precio.
Empecé a cazar hembras de cabra montés con este propósito hace muchos años, con mucha furia al principio, y algo más relajado después, pero no descarto volverlo a coger con fuerza.
Torcaz & cía
Viendo el incremento notable que de unos años a esta parte estaban teniendo las palomas torcaces en zonas periurbanas y urbanas de Madrid, todo comenzó como un simple reto fotográfico.
De siempre me ha atraído mucho la torcaz, seguramente por herencia genética paterna.
Ante su ascenso poblacional, se me presentó una oportunidad única de acercarme a la ‘torcaza’.
Depuré, y mucho, las técnicas de acecho y camuflaje.
Fotografiar palomas torcaces en distintas épocas del año, a distintas horas, de distintas edades, posadas, comiendo, descansando, bañándose, en el cortejo, haciendo el nido y en este… Es algo de lo que se aprende mucho, pero no sé si alguna vez expondré mis conclusiones, son muy personales, y quizá carezcan de una base científica mínima como para airearlas.
Pero este no era el Grand Slam, viendo el carácter amable del ‘palomón’, me di cuenta que compartía su espacio de posado con otras especies sin problema, y se me ocurrió comenzar a fotografiarla con otros animales.
Ya tenía ‘colección’: torcaz & cía. Un Grand Slam interminable.
De este sí tengo intención de escribir algo sencillo, describiendo al ‘compañero de piso’ de la torcaz, lo beligerante o tranquilo que sea en presencia de esta, cómo están sus poblaciones, si es cazable o no, o lo fue… He conseguido fotografías de palomas torcaces con, entre otros muchos: abejaruco, cotorras argentina y de Kramer, urraca, palomas zurita y bravía, verdecillo, pito real, ardilla, conejo, corzo…
Mi sueño, en una dehesa cuajada de montanera, es poder fotografiar a la torcaz junto a un cochino, ¿será posible, se tolerarán?
Bueno, que hay muchos más, como una de los últimas ocurrencias, fotografiar a todos los fringílidos ibérico-insulares.
Pero vamos ya al meollo de la cuestión…
Cerrando trayectoria
Amable lector, lo anterior que acaba usted de leer lo escribí hace un año, aprovechando el confinamiento estricto y el tiempo por entonces disponible para escribir sobre una cacería única y especial.
Lo iba a borrar, pero es el reflejo de lo que pensaba hace 365 días, por eso lo he dejado.
Justo entonces, el covid y el no covid, se cebaron con mi entorno familiar, de amigos y conmigo mismo, y cambiaron las preferencias personales…
En vez de Grand Slam, toca ir cerrando trayectoria, no es estrictamente dejar de cazar, no, es centrarme en algunas de las cacerías especiales para mí que por un motivo u otro no pude realizar en su día, y hacer las que física y económicamente me pueda permitir.
Rellenar los ‘huecos cinegéticos’ que me quedan, mis caprichos de caza no completados, los que pueda, sin agobios, sin prisa…
Y cazar un macho montés en el Alto Tajo era uno de esos ‘huecos’, sueño que pude ver cumplido gracias a mi amigo Félix Herrero.
‘Grand Slam del Alto Tajo’
Pero la caza del macho montés también es una de las piezas del ‘Grand Slam del Alto Tajo’.
‘Colección’ que se puede completar con el jabalí, cacé una hembra enorme, de tal tamaño y hechuras, que creí que era un macho hasta que llevé el chasco cuando la cobré al final de la montería; o con el corzo, aún sueño con aquel tremendo, con el que me recree por lo fácil, y raro, porque llovía a cántaros, a pesar de lo cual decidí recechar y logré ponerme a escasos 50 metros de él, no entiendo aún cómo pudo pegar aquel salto, dejar pelo, sangre, carne y hueso en el tiro y no poderlo cobrar ni con la ayuda de un jagd terrier finísimo…
Ambos lances no muy lejos del Puente de San Pedro, allí donde el Gallo tributa al Tajo.
Y además, claro, del venado; gamo; y muflón; y si nos vamos ya a la caza menor, la bravísima y escasa perdiz; o los codiciados zorzales de sabinar y enebral, aunque la lista bien pudiera ser más extensa.
Y por no liarnos con la pesca, truchas de las de verdad, señoras y señores, y algunas muy grandes.
Mala suerte y poca puntería
A pesar de haber acudido a numerosas monterías, ganchos y recechos en el ámbito del Alto Tajo, mucha mala suerte y, por qué negarlo, falta de puntería con un cochino muy grande y con algunas ciervas y gamas.
También en mi ‘hit parade’ –ya que estamos con anglicismos– de fallos garrafales, tengo dos hembras de cabra montés erradas lamentablemente en la zona.
Más adelante les cuento.
Félix Herrero López y Rafael Lurueña Delgado
Conocí a Félix Herrero a través de un amigo común, Rafael Lurueña.
Rafa es un tipo formidable, que a mí personalmente me ha ayudado muchísimo en tiempos difíciles, y muy generoso.
Amigo de los de verdad, de los que se acuerda de uno en los malos tiempos y siempre está ahí.
De tal manera que Rafa se quedó con todos los precintos de hembra de cabra montés que disponía Félix en su coto del Alto Tajo, y me invitó varias veces a recechar.
Félix se agachó de repente, y me hizo un gesto inequívoco con la mano para que hiciera lo mismo y le siguiera.
Trepó por una senda, giró a la izquierda y al llegar a un risquete aún agachado, colocó su viejo zurrón en una hendidura de este.
Un zurrón con historia, Félix lleva 40 años con él, y en el que han apoyado su rifle cazadores míticos, como Ricardo Medem, que cazó su último animal aquí mismo con Félix, un gran corzo.
Sólo tuve que apoyar el rifle que me había dejado Rafa y apuntar…
La cabra, que era muy grande, quería ser cazada; totalmente atravesada, estaba a algo más de 40 metros, a 50 no llegaba…
¡Poum! «Hala, voy a por la cabra, Félix». «A por cuál cabra, si no la has tocado».
La distancia de tiro era lógicamente en línea recta, llegar a donde estaba era muy complicado, aunque parezca mentira.
Primero bajar una pendiente abrupta y luego subir por una pared para comprobar que, efectivamente, Félix tenía razón.
Incompresible pero cierto, y sin excusas, que me llené de cabra en un exceso de confianza, por decir algo.
Hicimos muchas risas, Félix me demostró su valía personal y profesional y entablamos, como no podía ser de otra manera, una buena amistad.
Precedentes
En otra ocasión, con los mismos expedicionarios, los amigos me dejaron hacer ante unas cabras que estaban careando de solana.
Y lo que ya he contado tantas veces, hice todo bien menos dar a la cabra, que también era muy grande.
Otra vez una buena tunda para recorrer los 150 metros en línea recta, ya que tiré desde la umbría, de balcón.
Y otro chasco, nada de nada, y esta vez fue con mi rifle.
«Voy a ir con unos amigos que tiran muy bien, me comentabas, Rafa, pues menos mal que tiran bien» –se reía Félix, con toda la razón.
En todas estas expediciones vimos machos muy apañadetes a tiro, no enormes pero sí cazables por edad y hechuras.
Entonces surgió la oportunidad de poder cazar un macho a un precio muy asequible.
Otra decepción
Después de recechar durante todo el día, con oportunidades con las hembras, a las que desechamos tirar, dimos con una pelota que llevaba tres o cuatro machos.
Félix, escéptico ante mis ‘éxitos’ anteriores, me preguntó «¿vas a tirar?». Le respondí afirmativamente.
Era complicado, por nuestra posición un tanto inestable y porque estaban bastante lejos y paraban poco en su escape hacia arriba.
Escogido el macho, disparé, acusó claramente el impacto, teniendo que repetir hasta tres veces más para evitarle sufrimientos.
Casi sin luz, no pudimos trepar hasta donde cayó, Félix volvería por la mañana a cobrarle.
Pero nos quedaba una sospecha de duda, mirando con el catalejo al macho –al que se veía malamente– no parecía el grande, ¿qué había podido ocurrir?
Félix me lo confirmó al día siguiente, «bien cazado, porque tiene más de un crecimiento anual escaso, pero es un selectivo no un trofeo».
Habíamos gastado un precinto de trofeo con un selectivo, aunque quizá eso era lo de menos.
Solo se me ocurría que los machos se taparon antes de poder tirar, y al salir y pararse, asomó el cazado antes que el grande seguramente empujado por este al entrar en la zona donde nos lo veíamos.
O que no vimos antes al macho que disparé porque estaba en la zona tapada y el grande lo echó al entrar allí…
Además de la escasa luz y de la ansiedad generada, por qué negarlo, por mucho que nos los tomáramos a risa, por los fallos anteriores.
No tiro nada bien, pero sí presumo de no equivocarme a la hora de escoger la pieza a cazar, y sinceramente creo que esta ha sido la primera y única vez que me ha pasado.
Esperas en las siembras
La cosa es que quedamos en firme que en la primera oportunidad que tuviéramos intentar cazar un macho de trofeo.
Antes de concretar ese nuevo reto, a la primavera siguiente, se planteó una modalidad cuando menos curiosa.
Esperas en siembras por daños en las que solo se pueden tirar hembras de cabra montés.
Como si fuera un aguardo corcero y en su época –por cierto, allí los hay enormes–, pero a cabras, que dejan las peñas para entrar francas a las siembras. Esperas diurnas, muy agradables, que personalmente llevo muy bien porque soy paciente, aunque por mucha primavera que sea, cuando cae la tarde, en esta comarca normalmente hace frío, pero se lleva bien.
Mala suerte con las cabras, no dieron la cara, aunque un día, quitándonos, a Félix y a mí nos dio un vuelco el corazón, en un recodo había una punta de 25-30 machos, con seis o siete muy pero que muy grandes, de esos que en temporada no se ven, como no se podían cazar, nos citamos con ellos para la próxima campaña de otoño-invierno, pero, aunque…
Pero por un tema totalmente burocrático, Félix no pudo ejercer la titularidad del coto durante un largo tiempo.
30 de diciembre de 2019, al fin
Mil ochocientas palabras después he sido capaz de llegar, por fin, a la cacería que les quería relatar desde un principio.
Era el 30 de diciembre de 2019.
Día soleado, y no excesivamente frío para lo que se puede esperar de la zona en esa época.
Aunque en las zonas de ribera y umbría, la helada, a modo de nevada leve, se mantenía todo el día.
Grand Slam o llenar un hueco cinegético, el caso es que allí estaba con el amigo Félix para intentar completar una de mis grandes ilusiones.
En eso habíamos quedado ¡hacia años ya!, que el tiempo se pasa volando, mientras se arreglaba el papeleo del coto.
Había cambiado otra cosa, y eran las lindes del coto, y ya no podíamos cazar en aquel profundo barranco en el que tanto disfrutamos.
Nos acercamos directamente al mirador de Félix, un lugar que ofrece una posición de privilegio para poder incluso jugar desde allí directamente el lance.
Se veía poca cosa, solo unas cabras lejanas muy altas y fuera de la linde actual del coto.
«Vamos a aguantar un poco, porque lo normal es que bajen y a ver si hay suerte y se une a ellas un macho de algo más de 60 que tengo localizado en esta zona y que tendrá nueve o diez años», comentó Félix.
Poco a poco aparecieron más hembras y algún choto, algunas ya dentro de los límites de nuestro cazadero, aunque aún muy lejos.
De pronto, como surgido de la nada, a golpe de prismático localicé un macho de buenas hechuras tumbado debajo de unas encinas. Lejísimos.
«¡¡Félix, Félix!!… ¿Es ese, es ese?…» –‘susurré a gritos’ nervioso.
Epílogo
«¿Cuál, el qué, dónde?…».
Me serené y di indicaciones al amigo.
Era ese.
Magnífica noticia, aunque, pero… siempre tiene que haber un pero, un aunque.
Estaba lejos no, lejísimos, muy tranquilo y ajeno al trasiego de las hembras, y fuera del coto, por lo que era del todo imposible plantear una entrada si esa situación se alargaba.
Es entonces cuando los minutos se convierten en horas.
Mas, se estaba tan bien, era tan agradable la soleada mañana del recién iniciado invierno, que la situación me serenó y volvió la tranquilidad perdida con el hallazgo del macho.
Turno para la máquina de fotos en su trípode y con el zoom a tope.
Otra vez de repente, se incorporó, bajó, ¡sí, sí, bajó!, y se desplazó hacia la derecha, y ¡entró en el acotado!
Debía de quedar aún una miaja de celo, llegó un macho joven al grupo femenino y debió despertar la libido del grande que salió arreando para allá, no hubo ni intento de confrontación, el joven se apartó manteniéndose al margen.
Y la tranquilidad se volvió galbana en este cronista, venga fotos y ni intención de echarme el rifle a la cara.
Miré a Félix y este me devolvió la mirada como diciendo «¿en qué piensas, machote?».
Y justo en ese instante el macho se bajó un poco más.
Me encaré por primera vez el rifle, con el visor a 12 aumentos. El apoyo en el viejo e histórico zurrón del amigo no podía ser mejor.
«Voy a tirar»
El amigo, sorprendido por la repentina decisión, me miró otra vez como diciendo «ya era hora, colega».
No había que pensar más. En todas las cacerías anteriores y disfrutadas en este paraje, por distintas circunstancias, no habíamos llevado telémetro.
Vaya chorrada, dirá usted amable y paciente lector, no tener telémetro, pero es que yo soy malísimo midiendo distancias y el macho estaba muy lejos.
Tengo el rifle puesto a tiro con el segundo cero a 200 metros, pero aun así no es lo mismo tirar a 300 que a 350 metros.
Y a mí me parecían más bien 350 que 300, por lo que para estar seguro subí algo la mira, haciendo puntería con la raya horizontal por debajo de la principal de la retícula.
No me gusta para nada disparar a esas distancias, pero tenía tan buen apoyo y tanta seguridad que…
Al disparo el macho se tiró hacia abajo como un rayo, por lo que me dio la sensación de ir enganchado, después giró hacia su derecha para pasar por delante de nosotros.
Iba intacto, le acompañaban tres hembras y un choto.
El tiro se había ido claramente alto, por lo que no estaba a 350 metros, ni siquiera a 300. Ven cómo me hace mucha falta un medidor de distancias.
Cuando iban cruzando por delante de nosotros a una distancia inmejorable el macho cerraba la comitiva, y justo enfrente se pararon, con tan mala suerte que fui incapaz de verle, a las hembras las veía hasta las pestañas, pero al macho nada de nada. Los nervios.
Félix se revolvía sobre sí mismo, yo creo que por no tirarme barranco abajo.
Arrancó el grupo otra vez como una centella.
Solo quedaba una oportunidad, con escasísimas posibilidades de éxito, eso sí
Según la trayectoria que llevaban tenían que pasar por un clarito, lejísimos, pero lo mismo se paraban al asomar.
A ese punto dirigí mi intención y atención cinegética.
Cuando la primera cabra cruzó como un bólido me eché el rifle a la cara, al llegar el macho le adelanté la mano y disparé intuitivamente.
Puede parecer exagerada la comparación, no digo que no, pero fue parecido a tirar un conejo a tenazón, que es intuición pura.
Félix, que iba siguiendo toda la jugada con los prismáticos, se echaba las manos a cabeza y solo sabía decir «¡¡increíble, increíble!!…».
Como el paso por el claro era tan fugaz, yo había perdido la visión al disparo, aunque la intuición me decía que este había sido certero, por lo que me llevé una alegría enorme al escuchar el alborozo del amigo.
De todas las formas se vio de nuevo el grado de profesionalidad de Félix, porque lo normal hubiera sido dar por hecho que el macho se había ido, y él le vio perfectamente caer.
El cobro fue extenuante pero sencillo, ya que el macho estaba perfectamente localizado. Sesión fotográfica. Colocación del precinto, curiosamente había que ponérselo en la lengua. Desollado…
Me gusta aprovechar la carne de lo cazado, pero cocinar un macho montés con tufo del celo… pitanza para rapaces y otros predadores.
El macho confirmó lo que ya habíamos visto en el campo. Un lira abrochado, muy bonito. Con 62 cm y diez años. No era oro, ni bronce, ni falta que le hacía. Medalla de platino por el juego que dio.
0,3251 segundos by Míchel Coya Grand Slam
Regresó Félix días más tarde al lugar de los hechos telémetro en mano.
El primer disparo, el típico de rececho, lo realicé a 272 metros, el segundo, el intuitivo, a 310.
Pudiera parecer que todo se resumió en el tiempo que tarda el proyectil de la Remington AccuTip de 130 grains del .270 Win en recorrer 310 metros, que son 0,3251 segundos, y no, es muchísimo más.
Pedí a otro amigo que me calculara ese tiempo, Míchel Coya yo creo que tardó menos en calcular que el proyectil en llegar.
Pronto tendremos novedades muy agradables sobre Míchel, les mantendremos debidamente informados.
Los 0,3251 segundos quizá sea el tiempo necesario para alimentar mi ego de cazador, poco más.
Estamos hablando de muchas vivencias intensas, de días, meses y años transcurridos entre ellas.
Otro hueco cinegético especial llenado con la mejor esencia.
Déjà vu Grand Slam
Octubre de 1992
Entonces el macho se encaramó en uno de los pedruscos inmensos de Los Púlpitos, ese cataclismo de piedras en la cara alpujarreña del pico Veleta, al tiro cayó rodando formando un estruendo estremecedor.
Por asegurar, el primer tiro se me fue alto, rozándole la cruz, y fue entonces cuando el macho se subió al enorme púlpito.
Seguramente fue por lo espectacular del lance, o por el macho montés terrible que fallé dos horas antes por exceso de confianza, o porque no podía defraudar otra vez a Antonio, un hombre formidable, un guarda de los de antes, que a punto de jubilarse y con una artritis dolorosísima buscaba con ahínco y mucho saber el macho más grande posible en las maravillosas laderas de la entonces Reserva de Caza de Sierra Nevada, dándose un tute de aquí te espero…
O posiblemente fue porque era mi primer rececho a un macho montés.
El caso es que cuando aquel precioso y buen ejemplar dejó de rodar se me escaparon unas lágrimas, tal era la emoción contenida.
Inmediatamente me reprendí a mí mismo por tal hecho.
Un animal único y soberbio, se merece todo el respeto y admiración, y más si ha sido cazado en buena lid y en su accidentado territorio, como era el caso, y para mí dentro de ese respeto no entra llorar ante el animal abatido.
Grand Slam Texto y fotografías de Adolfo Sanz Rueda