‘Viva el novio!, por M. J. Polvorilla
El zagal ha matado una cierva. Y menuda la que se ha liado. Porque el padre quiere que le hagan juicio sumarísimo.
Y aquello, más que una junta, parece una guardería porque está lleno todo de perdigones. Chavalillos por todos lados. Y con ganas de campo, de ser los primeros y que les hagan novio.
La primera res te enmarca dentro de la jerarquía de los que pueden arrimarse a las conversaciones de los mayores y un puesto preferente en las charlas del recreo.
Y me bajo del caballo agotado, con más mierda encima que uno que viene de arar. Nos ha llovido, nos hemos resbalado en un barrizal y el resultado es que jinete y montura venimos atollados en cieno.
Y súmale que en el Barranco de las Chaparras los perros del Tortu han agarrado una cochina que hemos decidido llevar a la junta cueste lo que cueste.
Y entre que se la eche uno al hombro y que se la echaran al caballo a las cruces, ha salido lo segundo. Y sangre, lodo, sudores y agotamiento.
Y para juicios estoy yo con la que llevo en lo alto…
Y mi niño es novio, hay que hacerle el juicio. Y para juicios estoy yo con la que llevo en lo alto. Y los chavales allí muertos de envidia deseando que les llegue el turno.
Y hay que hacerle novio a menganito, y el capitán que tome acciones. Y yo que ni cené ni desayuné y cambio mis medallas por un plato caliente de habichuelas. Que hay que hacerle novio.
Total, que esto lo atajamos rápido. Cogí la docena de huevos, la harina y me arrimé al cemento. Vi al chaval allí sujetando la cierva y le espeto: «Tú, sentadito en esta silla y sin rechistar no vaya a ser que me encabrone».
El nene se sienta sonriendo, le estallo un huevo, venga harina, le tiro las tripas de una cierva por la cabeza… Todo ello en doce segundos porque lo que realmente quería era liquidar aquello porque me rugían las tripas.
Al grito de «Señores, ¡viva el novio!», para proceder al juicio más rápido de la historia, la gente me mira flipando. Saco el cuchillo, le corto el flequillo y suelto: «Venga, apañao, trae un folio que firmemos y a otra cosa…!».
Me llega Faustino, el padre del que debería ser el protagonista, y me dice: «¿Qué haces? Si este chaval no es mi hijo…».
Silencio. Miré alrededor y mi víctima estaba de sangre y de mugre como la sala de un matadero.
Se levanta el chavalín, me da un abrazo y dice: «¡Ya soy novio! ¡Sólo me falta matar una cierva!». Bendita afición.