Aquella mañana apenas eran las 6.00 horas, cuando mi amigo Ernesto llegaba a casa para partir juntos hacia Encinasola; era sábado por la mañana e íbamos de montería.
Ni que decir tiene que la emoción, al margen de llevarla cada uno como puede en su interior, nos embriagaba, al tiempo que comentábamos de lances vividos o asuntos de trabajo –somos, además de amigos, compañeros de fatigas–.
Poco antes de las 8.00 h. llegábamos al hotel, tratando de disimular la ilusión y sujetando las expectativas puestas en una, según decían todos, de las mejores monterías del grupo.
Hugo ya me había advertido de las maravillas de la finca y, como todos sabemos, cuando algo se presume bueno suele aparecer, simultáneamente, un tufillo, en nuestros adentros, como intentando prepararnos para lo peor, por si la cosa no fuese lo esperado o contado…
Para más inri, resultó que, tras el sorteo, nuestra armada tardó muchísimo en salir y aún más en llegar (casi una hora de carriles por la sierra… De hecho, el postor nos puso, para nuestra desesperación, ¡pasadas las 13.00 horas!) Algo inaudito e indignante que nos llevó la conversación a perfilar nuestra queja más airada en cuanto terminara la jornada, ¡vaya… sólo faltaba!, ¡semejante despropósito!
—En fin, amigo Pepe –decía Ernesto resignado– qué se le va a hacer… ¡Esto es lo que nos ha tocado hoy!
—En cuanto vea a Hugo, ¡me voy a cagar en “to” lo que se menea!
—No te pongas así, Pepe, empieza tú con el rifle y cuando pase un rato me lo pasas a mí y punto, y cuando sean las dos nos tomamos una botellita de vino francés que compré el jueves en París y se acabó…
—¡De eso, ni hablar!, ¡sólo faltaba! Empiezas tú, joder, ¡que para eso te he invitado a compartir el puesto yo!
En éstas, apenas unos minutos cazando, y se escucha una ladra hacia nosotros…
—Prepárate, Ernesto, que eso es un guarro ¡y viene “pa ca”!
Ni dos minutos tardo en aparecer el guarro… “ping”, “ping”, “ping”… ¡“pong”! Y, finalmente, ¡Ernesto se hizo con el guarro!
No era alegría, ¡eran botes y abrazos como si estuviéramos en Sudáfrica viendo el gol de Iniesta!
—¡Ahora sí que hemos hecho la montería, macho! ¡Quién nos lo iba a decir…! Si nos han puesto a las 13.00 y son las 13.15 horas! ¡Manda huevos! –comenté.
—¡Ea!, pues ya está abierta al botellita de tinto; ahora a disfrutar y ¡al carajo…!
—Joder, Ernesto, como te has “templao” y cómo te lo has “cargao” en el último momento, macho… ¡Enhorabuena, joder!
—Toma el rifle, Pepe, por si entrara algo más, que yo ya no lo vuelvo a coger en toda la mañana…
Así, degustando el Burdeos, y comentando el lance vivido, de repente, por la parte de abajo, veo subir a un guarro… No me lo pienso y le disparo, sin decirle nada a Ernesto y cogiéndolo por sorpresa, con tal fortuna que lo dejo seco en el primer disparo…
—Madre mía, ¿qué era, Pepe?
—Un guarro, ¿lo ves pataleando?
—Sí joder… Vaya suerte, ¡ahora sí que nos emborrachamos!
—Echa vino ahí, ¡montañés!
Ni que decir tiene que a esas alturas no eran ni las 14.00 horas, estábamos más que satisfechos con el puesto y pensábamos que habíamos hecho la montería del año… Ernesto se empeñó en que siguiera yo con el rifle, que él ya no iba a tirar más…
Pues bien, no pasan ni diez minutos, cuando aparece un venado y fallo el primer y el segundo tiro, y me dice Ernesto: “Tranquilo, Pepe, apúntalo bien, que tú lo caes a esa distancia, tranquilo” y aquello me tranquilizó y me dio seguridad… Y,, efectivamente, en el tercer tiro… “venao” al suelo. ¡La madre que nos parió! No nos lo podíamos creer… Impresionante. Apenas las 14.00 h. y llevábamos dos guarros y un venado.
Ahora ya era como: “¡Esto no lo volveremos a vivir nunca más!, vaya…”, estábamos alucinando.
Así que, ahora, tras abatir al venado, sí accedió Ernesto a tirar de nuevo. Y no hago más que decirle que a ver si tuviéramos la suerte de que le entrara también a él otro venado, cuando irrumpe, por el mismo sitio que el venado anterior y el mismo sitio que el primer cochino, otro venado que se las pelaba, a galope tendido y, con mucho aplomo, Ernesto echa el venado al suelo.
Una feria. Nuestro puesto era una feria de voces y de saltos de alegría, disfrutando como cochinos en un charco. Increíble, ninguno de los dos habíamos vivido algo parecido antes… ¡no eran ni las 14.15 h.! “Vamos, a quien se le cuente esto no se lo cree”, decíamos aún flipando.
Pero la cosa no quedo ahí… ni mucho menos. De inmediato, entró otro guarro y, tras tres disparos, lo fallé, y no quise seguir tirando porque estaban muy cerca los perreros, así que ¡se fue a criar! Habíamos tirado cinco reses y habíamos cobrado cuatro.
Pues bien, sobre las 14.15 h. pasaron los perreros y, al ver que llevábamos cuatro reses muertas, se les oía decir, por toda la mancha: “Ahí hay un puesto que lleva cuatro bichos…!”. Aún más nos veníamos arriba y más nos dábamos cuenta de lo extraordinario de ese día y de esa mancha, claro.
Devuelvo el rifle a Ernesto y, por arriba. aparece un aparato… negro… enorme… ¡Madre mía! Ernesto le falla los tres primeros tiros y, cuando el bicho parecía que se iba a ir, ya de culo, subiendo el repecho para volcar a la umbría, le zumba “pa lla” una Winchester Supreme con el .300 Magnum, ¡que le entra por el culo y deja al guarro seco! Impresionante el lance y el tiro… y la cara con la que volvió Ernesto después de comprobar que era un macareno espectacular. ¡Pedazo de boca, macho…! Tanto es así, que Ernesto no se separó del guarro hasta que no llegó a la junta… ¡Estaba alucinando con su guarro, como para dejarlo…! ¡Si parecía un niño con zapatos, botas y balón nuevos! Pero es que el guarro y el día era para estar así, la verdad.
Tras este lance, poco más de las 14.30 h., ya sí que me dejó el rifle definitivamente, por si aparecía otro guarro similar, para que tuviéramos cada uno uno… Pues en el rato de las 14.30 a las 15.00 h., que nos recogieron, todavía nos entró un guarro y otro venado, que, por supuesto, dada la racha de suerte que teníamos, también abatí… Finalmente, resultaron ser todas hembras, salvo el guarro de Ernesto y los tres venados.
En resumen, en apenas dos horas en el puesto, abatimos tres venados y cuatro cochinos (tres hembras y un macho con boca, ¡precioso!) y fallamos otro guarro más, con lo que tiramos ocho reses y cobramos siete.
Estamos hablando de una finca abierta, de las que no llegan a 400 euros el puesto, por lo que algo así no volveremos a vivirlo en muchos años o ¿quién sabe…? ¡Igual nos llevamos otra grata sorpresa, cuando menos nos lo esperemos…!
Por cierto, la finca es ‘Valdelosajos’ y la montería fue la del año 2009.
Desde aquí, un saludo a todos los monteros y, en especial, a los que hemos coincidido alguna vez, además de agradecer a Hugo, Paco y al resto de integrantes de Monteros de Encinasola su buen hacer y su trato exquisito hacia nosotros.
Por José Pérez Ferreira
Calañas, 7 de junio de 2013