Arco

Plagas y caza. Conflictos con algunas especies. El arco como posible solución

Dado lo que está aconteciendo, y por conocerlos, en lo que a mí me concierne, hay que divulgarlos, pues dichos conflictos se están prodigando a nivel internacional, europeo y también en nuestra genial y peculiar España.

Por un lado, existe la preocupante realidad de que la gran mayoría de las nuevas generaciones no se interesan por la caza y, como consecuencia, esta ineludible y necesaria herramienta de gestión y control ambiental anual está siendo cada vez menos aplicable, y por el otro –y como una de las diversas y tristes

consecuencias–, las poblaciones de especies realmente silvestres y, por tanto, muy escasamente controlables, se multiplican exponencialmente, y además, se alteran sus comportamientos existenciales y sus procesos de procreación y su nutrición, a lo cual hay que sumar el que las madres dejan de enseñar, a sus descendencias, que los seres humanos somos algo de lo que hay que huir lo más lejos posible.

Conflictos etológicos

Si a esa alteración de sus respectivas etologías, añadimos la realidad de que las sociedades ya evolucionadas y solventes impedimos la existencia de los suficientes predadores naturales, que serían necesarios para lograr un adecuado control poblacional y anual de las especies unguladas silvestres, el dilema aumenta, pues en el caso de dejarlos existir y como buenos predadores, siempre cumplirían con los tres condicionantes genéricos, es decir, alimentarse con el ¡mínimo riesgo!, el ¡mínimo esfuerzo!, y el ¡máximo logro!, y eso significa, a modo de ejemplo, que si pueden elegir entre las ágiles y resistentes cabras monteses enriscadas en un roquedo que a ellos les genere miedo a caerse, y unos caballos, vacas u ovejas que estén en una pradera o en un redil del valle, no dudarán en intentar saciar su hambre con esas fáciles alternativas, y quien crea que eso no acontecería, es que no sabe lo que es un majestuoso lobo realmente silvestre.

Además, otro conflicto reside en el hecho de que las sociedades urbanas e hipersensibilizadas, desde su infancia, en lo que atañe a cualquier tipo de ‘vileza’ contra los animales, no tienen –por desgracia y porque los medios de difusión masiva y los sistemas de enseñanza lo impiden, siguiendo las directrices de la mayoría de los políticos que saben que, haciéndolo así, lograrán los votos de toda esa bien intencionada y manipulada gente– un conocimiento adecuado del rol que cumple la caza recreacional, al ser una ineludible y controlada sustitución de la predación natural que debe incidir, anualmente, en las especies cinegéticas que la necesitan para poder perdurar sosteniblemente en sus respectivos hábitats y, para colmo, no tienen ni idea de lo nocivo que es alimentar a los animales silvestres que, así, cada vez más antropofilizados, vienen a comer de sus ‘animalistas’ manos.

Alteración ambiental

Por ello, la situación actual demuestra que cada vez hay más y más tensión entre esas especies y la gente que ha de convivir con ellas, y a ese respecto, tenemos a los agricultores y a los ganaderos que soportan anuales y preocupantes pérdidas económicas y, más recientemente, la gente que vive en los bordes de las ciudades colindando con entornos naturales o en urbanizaciones o chalets diseminados en densos bosques periurbanos que es lo que acontece, por ejemplo, en la mayoría de todas las naciones ya evolucionadas.

La caza es mucho más selectiva y efectiva que otros métodos de control de sobrepoblaciones, como trampas o vallados o repelentes.

A modo de comprobables ejemplos, en casi todas las ciudades y municipios de Norteamérica, el conflicto tiene que ver, sobre todo, con los cerdos asilvestrados, los osos, los cougars (pumas), los lobos, y los ciervos de cola blanca. En Brasil y sus naciones aledañas, los porcos da foresta se han convertido en plaga. Cerca de las principales ciudades argentinas, los chanchos y los pumas son cada vez más preocupantes. En Cuba, la existencia de macropoblaciones de búfalos bubalis, reasalvajados y muy agresivos, y de diversas especies de ungulados alóctonos introducidos y aún no controlados, como los gamos, los ciervos de Virginia, los ankoles, los nilgais, las gacelas de la India o los aligátores de la no lejana península de Florida, es un acuciante e incrementado problema. En Rumanía, muchos osos pardos y jabalíes deambulan por los aledaños de los pueblos de los Cárpatos en busca de basura, y centrándonos ahora en la Unión Europea, los problemas más graves que ya existen y que crecen exponencialmente, son el de los jabalíes, el de los cerdolíes, el de los hibridajes con cerdos vietnamitas y el de los corzos.

La caza es un excelente método para controlar selectivamente poblaciones de especies que causan día a día más conflictos sociales, agroganaderos y ambientales, como en el caso del lobo o del cerdolí.

Desafortunadamente, casi nadie cae en la cuenta de que los invasores somos nosotros, y reacciona ante esto tildándolo de un muy oneroso conflicto económico, debido a las enormes pérdidas que se generan año tras año; o de un conflicto social, debido a la creciente cantidad de sustos o ataques a las personas o a sus perros de compañía, o aún más preocupante, debido al aumento por doquier, de graves accidentes de tráfico, y si he escrito ‘desafortunadamente’, es porque quienes están familiarizados científica y ambientalmente con el asunto, tienen claro que por encima de esas dos graves problemáticas, es mucho más alarmante la alteración ambiental que generan esas macropoblaciones, ya que, entonces, acontecen complejísimas consecuencias que afectan negativa y directamente a las especies implicadas y a los entornos en los que existen.

El problema del jabalí

Con respecto a las primeras, expongo, a modo de referencia genérica, lo que ya acontece en Madrid, en Barcelona, en Oviedo o en Málaga, donde los
jabalíes campean por doquier incidiendo en las urbanizaciones, y si al principio se podían ver escasos y solitarios representantes de esa especie, huidizos y con un muy elevado grado de natural etología silvestre, en la actualidad y mostrados con cada vez mayor profusión a plena luz del día en la tele y en la prensa, ahora han redescubierto el poder de supervivencia que les otorga al ir en grupo –como en los tiempos prehistóricos anteriores a su conversión en cerdos domésticos– y ahora es cada vez más normal avistar ‘piaras urbanas’ con una media de quince ejemplares compuestas por hembras y machos viejos, por adultos de ambos sexos y por sus respectivos descendientes, ya sean bermejos, tostones o los más recientes rayones. Es decir, nada que ver con el ejemplo de Solitario y Lentisquilla.

Para colmo, las hembras ‘urbanas’ suelen alcanzar la cuarentena de kilos pasado, más o menos, un año y medio de vida y, por tanto, ya empiezan a tener camadas con una media de seis crías supervivientes, cuyas hembras harán lo mismo en cuanto les toque ser cubiertas y, para más inri, éstas prolíficas jabalinas suelen liarse dos veces al año, con lo que ahora se estima que, en la Comunidad de Madrid, ya se ha llegado a los cuarenta mil procreadores jabalíes, lo cual no es nada si lo comparamos con las poblaciones existentes en las demás comunidades. Rematando el asunto, el tamaño y peso de estos jabalíes urbanos también es anómalo, pues como zampan casi continuamente lo que encuentran en el campo y en los basureros, es muy común avistar o abatir ejemplares no muy viejos que exceden y mucho, el centenar de kilos.

Muchas personas dan de comer a los jabalíes en las ciudades sin saber que, de forma imprevista, como animales salvajes que son, pueden atacar y causar importantes heridas.

Añadido al problema del alterado ritmo de procreación exponencial, se añaden, el de la consanguinidad, ya que en dichas piaras el incesto generalizado está a la orden del día y eso les propicia mutaciones genéticas e incluso morfológicas que les afectan negativamente; el de su cambio de comportamiento individual y grupal ante los seres humanos, por lo que ahora es muy corriente que disputen el paso o su territorio inmediato al toparse con paseantes, corredores o ciclistas de los que van por el campo, habiéndose datado ya diversos y graves ataques; la complicación de que muchos están interna y bacteriológicamente polucionados por ingerir basura, a lo cual hay que añadir que muchos también son reservorios capaces de transmitir amenazantes enfermedades a su propia especie, a otras, y a los seres humanos, y el triste y muy reiterado caso de la desecación de diversos tipos de árboles, a los que, tras encontrarlos, mastican sus raíces en busca de la humedad que tienen durante las reiteradas épocas estivales o de perseverante sequía.

La caza como solución

Por todo ello, todas las consejerías de medio ambiente que tienen que bregar con este tipo de conflictos, ya ofrecen posibilidades –debidamente estudiadas, sopesadas y respaldadas a nivel internacional–, que genéricamente implican, el empleo de trampas y vallas especiales, o el buen uso de quienes cazan, ya sea con armas de fuego –en donde y cuando se puedan emplear– o con arcos de caza, cuando y donde sea conveniente o no se puedan usar las balas, siendo unas realidades constatables, que las dos primeras opciones conllevan muy elevados costes de aplicación a quien lo solicita, y que la de la caza no sólo no genera gastos, sino que es mucho más selectiva, amedrentante y efectiva.

Las consejerías de medio ambiente ofrecen soluciones para el buen uso de quienes cazan con armas o con arcos de caza, cuando y donde sea conveniente.

Por otra parte, creo poder acertar si expongo que existen dos tipos de defensores de la naturaleza y de los animales, pues la gran mayoría son personas bienintencionadas y, de ese colectivo, se ha de aprovechar el que breguen, junto a las entidades conservacionistas y los ecólogos científicos que les aglutinan, contra todo lo que sea matar por matar, pues con ellos también coincidimos los cazadores que nos otorgamos tal título, pero, por desgracia, también existen los tiratiros, los tiraflechas o los furtivos, y las y los animalistas arteros que, real y ambientalmente, son muy negativos, pues, siendo conscientes de lo que hacen y de las debacles ambientales que pueden causar, viven política y profesionalmente de sus respectivos cuentos y de sus incondicionales y no informados creyentes.

Así pues, lo que se debería intentar con respecto a esos manipuladores, sería  desacreditarlos socialmente al máximo y, además, difundir mediáticamente que la caza recreacional, debidamente planeada y responsablemente desarrollada, es una necesaria herramienta de control poblacional anual que, además, genera beneficio ambiental y económico a quien la propicia para poder conservar, bien equilibrada e indefinidamente, toda la biodiversidad que aún tenemos.

La ‘invasión’ de especies cinegéticas en carreteras y ciudades está originando graves conflictos y numerosos daños.
En el caso del jabalí cada día aumentan los accidentes por atropellos al cruzar las calzadas; los destrozos de mobiliario urbano y parques al buscar comida; y los ataques a paseantes, ciclistas y perros de compañía en las afueras de las ciudades, áreas ajardinadas o urbanizaciones.

Habiendo tocado el asunto de los cazadores, que se sepa que recientemente, desde hace ya algún tiempo, cuando éstos son requeridos para incidir en zonas afectadas, pasan a ser considerados como controladores poblacionales regidos por regulaciones diferentes, y entonces, al ser voluntariosos cazadores conservadores, la gratuidad está garantizada, e incluso, ya hay entornos y ciudades en las que se les premia económicamente por su esforzada colaboración social, siendo deducible que tal concepto llegará pronto a la Unión Europea, pues, como expuse al principio, ante la falta de una eficaz predación que nunca dejaremos que exista, ante la acuciante falta de afición a la caza, y ante el crecimiento exponencial de los ungulados silvestres, quienes cacen pasarán a ser, de unos vilipendiados personajes a unos ensalzados ciudadanos y, como más reciente ejemplo, eso es lo que está aconteciendo ahora en Japón, pues la ciudadanía, tras ser bien informada mediáticamente, ya es consciente de lo que están provocando sus ‘hipermega’ poblaciones de sika y de jabalí rojo, y de cómo la caza y los cazadores están ayudando a controlarlas, es decir que… ¡a verlas venir! CyS

Por Javier Sintes Pelaz / Coordinador en España de la NBEF-IBEP y de la EBF. Fotografías: autor y redacción.

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